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Susana Díaz y Teresa Rodríguez, el regalo de la derecha en Andalucía
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Susana Díaz y Teresa Rodríguez, el regalo de la derecha en Andalucía

Moreno Bonilla no debe el privilegio de presidir los fastos del 40 aniversario del Día de Andalucía a su propio mérito, sino al increíble encadenamiento de errores de sus rivales de la izquierda

Foto: Fotografía de archivo de Susana Díaz y Teresa Rodríguez. (EFE)
Fotografía de archivo de Susana Díaz y Teresa Rodríguez. (EFE)

El próximo 28 de febrero veremos al flamante presidente de la Junta, del Partido Popular, a sus socios de Ciudadanos y –quizá- a sus aliados de Vox celebrando por todo lo alto el Día de Andalucía. Cabe recordar que hace cuarenta años la izquierda andaluza lanzó un órdago a la grande que reventó el diseño territorial de la derecha española (representada entonces por UCD y Alianza Popular) y a la derecha misma en Andalucía.

La prolongada hegemonía política del PSOE en Andalucía y la condena del PP a las catacumbas arrancan de esa fecha, una victoria partidaria convertida por los socialistas en Fiesta Nacional. Durante cuatro décadas, el constante recuerdo de su beligerante oposición a aquel referéndum pesó como una losa sobre la derecha andaluza, que nunca logró la absolución. Resulta una estrambótica ironía del destino que sea precisamente un miembro del PP el encargado de presidir los fastos del 40 aniversario.

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Moreno Bonilla no debe el privilegio a su propio mérito –el PP obtuvo en 2018 un resultado electoral paupérrimo tras una campaña lamentable-, sino al increíble encadenamiento de errores de sus rivales de la izquierda, encabezados por dos lideresas –Susana Díaz y Teresa Rodríguez- cuyos talentos políticos y dotes de liderazgo han resultado ser tan presuntos como real su recíproca animadversión.

Ya es difícil irse por la izquierda de un partido de extrema izquierda. Teresa Rodríguez, de profesión anticapitalista, pertenece a esa clase de izquierdistas testimoniales que profesan una supersticiosa alergia al poder, cualquiera que este sea. Quizá le resultaba difícil hacerse a la idea de ocupar un despacho oficial para compartir el poder con Díaz, traidora a la causa obrera y campesina y su más íntima enemiga. Hizo todo lo posible por evitarlo y lo logró.

Ahora abandona Podemos justo cuando Pablo Iglesias ha obrado el extraño milagro de convertir dos naufragios electorales consecutivos en una vicepresidencia y cuatro ministerios. La coalición PSOE-Podemos en el Gobierno de España aumenta la probabilidad de que la izquierda recupere el poder en Andalucía. Es pronto para saber si sucederá, pero puede aventurarse con escaso riesgo que allí no estarán Teresa Rodríguez ni Susana Díaz.

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Sostiene ahora la faraona del socialismo andaluz, trasmutada en voluntariosa ama de llaves del sanchismo, que su único error fue oponerse al tristemente legendario “no es no” y respaldar la abstención del PSOE en la investidura de Rajoy. Se da golpes de pecho por ello, a la vez que sugiere que todo lo demás, en su tortuosa trayectoria política, han sido aciertos. Notable paradoja, ya que se aproxima mucho más a la verdad la idea contraria: que se equivocó en casi todo salvo en aquel momento. Repasemos:

Fue un error atizar, como lugarteniente de Griñán, el enfrentamiento político y personal entre este y su antecesor Chaves, que abrió un cisma en el socialismo andaluz.

Fue un segundo error poner a Griñán y al PSOE de Andalucía a respaldar la candidatura de Carmen Chacón frente a la de Rubalcaba en el congreso de Sevilla de 2012. Solo logró con ello que los socialistas andaluces perdieran por primera vez un congreso del PSOE en su propia casa, además de estar a punto de entregar el mando del PSOE al PSC.

La irresponsabilidad mayúscula fue entregar la secretaría general a un tipo al que no conocía de nada, en decisión dictada por el despecho

El error se prolongó durante todo el tiempo en que Rubalcaba lideró precariamente a un PSOE cojitranco y debilitado por el desastre electoral de 2011. Precariedad intensificada por el hecho de que la jefa de su federación más importante no cesó de desestabilizarlo y hacerle la vida imposible, hasta provocar una dimisión incomprensiblemente abrupta.

La irresponsabilidad mayúscula, de la que aún no ha respondido públicamente, fue entregar la secretaría general del PSOE a un tipo al que no conocía de nada, llamado Sánchez, en decisión dictada por el despecho y el afán de represaliar al insolente Madina que se interpuso en su camino. “No sirve, pero nos sirve”, cuentan que dijo cuando le presentaron a Sánchez. Poco tardó en comprobar que el hombre de paja supuestamente encargado de guardarle el sillón albergaba propósitos muy diferentes en cuanto al futuro de él y de ella.

Erró de nuevo cuando, tras el primer fracaso electoral de Sánchez (diciembre de 2015), impidió que se convocara el congreso ordinario previsto para dos meses más tarde, en el que podría haberse procedido a una sustitución natural de quien acababa de obtener el peor resultado de la historia y ya mostraba su querencia hacia el personaje de Frankenstein.

Sigue sin conocer a la criatura que tiene enfrente, esa a la que ella encumbró irreflexivamente y que hace tiempo tiene firmada y rubricada su sentencia

En 2016 eligió la peor forma posible de echar a Sánchez, convirtiéndose en protagonista de aquel Comité Federal fratricida en el que la Policía tuvo que separar a unos socialistas de otros para que no se agredieran en la vía pública.

A continuación se empeñó en presentarse a las primarias (con dos años de retraso), pese a la evidencia de que ella era la única que podía perder aquella votación frente al desahuciado, y taponando cualquier otra candidatura más razonable y superadora del cisma. Completó la faena con una campaña prepotente y descuidada, regalando prácticamente la victoria a su rival.

La misma prepotencia y el mismo descuido la llevaron a anticipar las elecciones en Andalucía a finales de 2018: buscó no coincidir con las generales precisamente cuando, tras el éxito de la moción de censura, el PSOE estaba de nuevo en la cresta de la ola de las encuestas a nivel nacional.

En esa campaña electoral del 18, cometió otros dos errores fatales: el primero, plantear una campaña caudillista basada en su presunto carisma personal y no en la histórica fortaleza de la marca en Andalucía. El segundo, estimular la emergencia de Vox para debilitar al PP y frenar a Ciudadanos. Fue la primera en caer en esa tentación, una maña insensata que ha heredado Sánchez. Y fueron precisamente los escaños de Vox los que engrosaron a la derecha y la desalojaron del poder.

Entre tanta equivocación, un solo acierto: sumarse a quienes quisieron evitar al país el trauma institucional de unas terceras elecciones y librar al PSOE de una catástrofe electoral irreparable. Los propios sanchistas han reconocido implícitamente –no sin cierto cinismo- lo razonable de aquella decisión cuando han reclamado a la derecha que hiciera lo mismo en 2019.

De ese único acierto –no menor para los intereses del país y de su partido- reniega ahora Díaz. Probablemente no cree lo que dice. Probablemente espera lograr así un indulto político del César, un salvoconducto para el futuro. Lo que constituye su último y definitivo error, pues demuestra que sigue sin conocer a la criatura que tiene enfrente, esa a la que ella encumbró irreflexivamente y que hace tiempo tiene firmada y rubricada su sentencia.

El resultado de tanta carambola a múltiples bandas es que Moreno Bonilla, del PP, presidirá el 40 aniversario del 28-F. Crueldades de la historia.

El próximo 28 de febrero veremos al flamante presidente de la Junta, del Partido Popular, a sus socios de Ciudadanos y –quizá- a sus aliados de Vox celebrando por todo lo alto el Día de Andalucía. Cabe recordar que hace cuarenta años la izquierda andaluza lanzó un órdago a la grande que reventó el diseño territorial de la derecha española (representada entonces por UCD y Alianza Popular) y a la derecha misma en Andalucía.

Susana Díaz Teresa Rodríguez