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Tres versiones sobre el Rey y el espadón de Bolívar
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Tres versiones sobre el Rey y el espadón de Bolívar

Dentro de la hipérbole permanente en que se ha convertido la política española, las hipérboles de agosto son las más fecundas, por el jugo que se les saca

Foto: El Rey llega a Colombia. (EFE/Carlos Durán Araújo)
El Rey llega a Colombia. (EFE/Carlos Durán Araújo)
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Me pregunto qué sería de los columnistas y tertulianos de guardia en agosto sin episodios como el del Rey de España en Bogotá ante la espada de Bolívar: una reliquia cuya existencia era completamente desconocida para nueve de cada 10 de quienes se mesan los cabellos, escenifican aspavientos de indignado escándalo y se vuelcan en las redes para denigrar al pérfido Borbón y defender el honor supuestamente mancillado de los pueblos de América Latina. Pablo Iglesias ya lleva 10 tuits sobre el tema y no parece tener ganas de parar. Busquen en su cuenta, desde que comenzó la invasión de Ucrania, un mensaje que mencione a un tal Vladímir Putin: no lo encontrarán. En cuanto a Puigdemont, siempre a la que salta, tras enterarse de que existe la espada y que el Rey no la reverenció, parece contemplarse como el Bolívar de Cataluña, dispuesto a liberarla del imperialismo borbónico de un tajo limpio a la altura del Ebro. Dicen que sueña con que a él también lo llamen el Libertador y le pongan avenidas.

Dentro de la hipérbole permanente en que se ha convertido la política española, las hipérboles de agosto son las más fecundas, por el jugo que se les saca. Este hecho no llega a la categoría de suceso, dejémoslo en un sucedido. Pero ya que estamos, pueden construirse tres versiones sobre él —con sus correspondientes variaciones—:

La versión paranoico-oportunista (la paranoia y el oportunismo mezclan casi tan bien en la política como el vermú y la ginebra en el dry martini) es la que predica que Felipe VI odia a los pueblos libres de Latinoamérica, siente nostalgia del imperio que sus antepasados dejaron escapar y acudió a Bogotá con el propósito premeditado de ofender públicamente al nuevo presidente colombiano y, con él, a todas las colonias insolentes que osaron independizarse de España hace 200 años. La diferencia es que si el ganador de las elecciones hubiera sido el populista de derechas Rodolfo Hernández en lugar del populista de izquierdas Gustavo Petro, el Rey de España habría estado igualmente presente en su toma de posesión y nuestro ejército paranoico-oportunista de agitadores de esa trinchera (hay otro igual en la trinchera contraria) jalearía las sospechas de pucherazo y pasaría en picado de la ceremonia.

Foto: La espada de Simón Bolívar durante la investidura de Gustavo Petro como presidente de Colombia. (Reuters/Cesar Carrión)

Supongo que de nada sirve recordar que el primer rey democrático de España, Juan Carlos I, realizó como jefe del Estado 60 visitas oficiales a 22 países latinoamericanos, en las que se entrevistó con un rango de gobernantes que abarca desde Jorge Videla a Fidel Castro, aunque prevalecen los demócratas de todos los signos. Igualmente inútil es constatar que, pese a la doble restricción de la pandemia y de un presidente del Gobierno resuelto a racionar con avaricia la agenda exterior de este jefe del Estado, Felipe VI ha representado a España en las tomas de posesión de nueve mandatarios de Latinoamérica, entre ellos gente tan poco sospechosa para la cofradía de Iglesias y compañía como López Obrador (México), Luis Arce (Bolivia), Pedro Castillo (Perú), Xiomara Castro (Honduras), Gabriel Boric (Chile) y el propio Petro. Nada de eso importa comparado con la infamia de permanecer sentado ante la aparición del espadón.

Una segunda versión sería la del antisanchismo febril. En esta visión, el Gobierno socialcomunista habría tendido una nueva trampa al Rey. Es sabido que esas ceremonias solemnes se planifican con todo detalle, de tal forma que los invitados internacionales están perfectamente al tanto de cuanto sucederá en ellas y saben lo que les corresponde hacer minuto a minuto. En el caso del Rey de España, su Gobierno tendría la obligación de informarle y asistirlo en los pasos a dar para evitar cualquier posible desliz. Para eso hay un embajador en Colombia, para eso viajó con él el ministro de Asuntos Exteriores y para eso está el servicio diplomático. Así pues, o bien el Gobierno estaba en la inopia y actuó con negligencia culpable, o bien tendió una nueva trampa al Rey (no sería la primera) para dejarlo en mal lugar ante sus anfitriones. 'Piove, porco' Sánchez.

Foto: El rey Felipe VI al paso de la espada de Bolívar. (EFE/Mauricio Dueñas Castañeda)

Por último, está la que, según todos los indicios, resulta más verosímil. El anterior presidente, Iván Duque, era el responsable de la organización de la ceremonia. Al parecer, Petro le insistió para que en ella apareciera la famosa espada de Bolívar y Duque se negó a autorizarlo. En cuanto el nuevo presidente juró su cargo, allí mismo dio la orden inmediata de que sacaran la espada de su guarida y la sacaran a pasear. Suena mucho más a un pulso doméstico entre políticos colombianos que a una prueba o afrenta a los representantes de otros países. Ni el Rey tenía la menor idea de que eso formaba parte de la ceremonia, ni podía saberlo el Gobierno español ni nadie, salvo el propio Petro. De hecho, entre quienes permanecieron sentados estuvo también el presidente argentino, el peronista Alberto Fernández.

A estas alturas de la historia, ni el Rey de España ni nadie sensato en este país tienen nada especial contra la figura de Simón Bolívar; sería tan ridículo como si la reina de Inglaterra guardara rencor a George Washington. Son otros quienes en los últimos lustros han convertido al Libertador en un objeto histórico falsificado al servicio del sectarismo populista (sospecho que el entendimiento entre el militar plutócrata Bolívar y el rojísimo Monedero no sería precisamente cordial).

Foto: Simón Bolívar Opinión

Simplemente, en el curso de una ceremonia aparentemente pautada apareció un elemento imprevisto y la formación protocolaria del Rey (que le permite saber que esa espada no es un símbolo constitucional de Colombia) le aconsejó no hacer nada. Admito que el olfato político lo debería haber inducido a ponerse en pie por si las moscas, sobre todo para no pasar el resto del mes de agosto escuchando los alaridos de los brasas antisistema de siempre. Ojalá estos tuvieran por los símbolos constitucionales de su país la mitad de respeto que reclaman para el espadón de Bolívar, que les trae mayormente sin cuidado, salvo si les sirve para atizar el fuego en casa.

Mientras tanto, seguimos sin que nadie explique qué clase de mierda hemos hecho en las dos últimas décadas para destruir la presencia y la influencia de España en Iberoamérica, que es —debería ser— la prioridad número uno de nuestra política exterior (la Comunidad Europea dejó de ser política exterior hace tiempo). Por ese destrozo sí habría que exigir responsabilidades políticas a este presidente y a sus dos antecesores, pero ya comprendo que es más entretenido para unas vacaciones juguetear con el espadón.

Me pregunto qué sería de los columnistas y tertulianos de guardia en agosto sin episodios como el del Rey de España en Bogotá ante la espada de Bolívar: una reliquia cuya existencia era completamente desconocida para nueve de cada 10 de quienes se mesan los cabellos, escenifican aspavientos de indignado escándalo y se vuelcan en las redes para denigrar al pérfido Borbón y defender el honor supuestamente mancillado de los pueblos de América Latina. Pablo Iglesias ya lleva 10 tuits sobre el tema y no parece tener ganas de parar. Busquen en su cuenta, desde que comenzó la invasión de Ucrania, un mensaje que mencione a un tal Vladímir Putin: no lo encontrarán. En cuanto a Puigdemont, siempre a la que salta, tras enterarse de que existe la espada y que el Rey no la reverenció, parece contemplarse como el Bolívar de Cataluña, dispuesto a liberarla del imperialismo borbónico de un tajo limpio a la altura del Ebro. Dicen que sueña con que a él también lo llamen el Libertador y le pongan avenidas.

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