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Todo huele a chamusquina en el circo de Ginebra
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Todo huele a chamusquina en el circo de Ginebra

Puigdemont ha tenido tiempo de reflexionar desde su huida. Para él, la principal ganancia política de la amnistía y del circo de Ginebra sería provocar un reventón institucional del Estado español

Foto: Santos Cerdán. (Reuters/Yves Herman)
Santos Cerdán. (Reuters/Yves Herman)
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Hay al menos tres cuestiones impugnables, pero distintas, en la vía elegida por Pedro Sánchez para mantenerse en el poder. Una es la estrategia del muro: un consorcio perenne del PSOE con un conglomerado de partidos populistas y/o secesionistas situados extramuros de la Constitución, acompañado de la supresión drástica de toda vía de entendimiento con quienes habitan al otro lado del muro. La segunda es el contenido de los pactos firmados para la ocasión, con la amnistía como “punto de partida”. La tercera, el escenario construido específicamente para habilitar la conllevancia con el nuevo invitado, que resulta ser también el más incómodo.

Entre los partidarios del PSOE que defienden la estrategia del muro, pocos aducen la bondad del modelo per se. Además de la mística de la sigla en el ámbito confesional de ese electorado, predomina el argumento reactivo: solo así se puede impedir que gobierne la derecha. Ello conduce a validar cualquier alianza o manejo que bloquee en la práctica la alternancia en el poder, pero muchos lo dan por bueno y suficiente para quedarse tranquilos.

Muchas más dudas y reparos despierta en ese sector del público el contenido de los pactos. Singularmente, la súbita conversión a las virtudes terapéuticas de la amnistía de un pelotón de dirigentes y corifeos que, hasta la madrugada del 23 de julio, renegaron de ella con los mismos aspavientos con que ahora la ensalzan. Parece que el estado mayor monclovita ha comprendido que el esfuerzo de trasmutar lo negro en blanco es inútil. Con la investidura en el bolsillo, el propio Sánchez admite ya que la amnistía fue únicamente parte del costoso tributo exigido a cambio de los siete votos de Puigdemont. Mejor así, da mucha fatiga polemizar frente a argumentarios de pega.

Y luego está el circo de Ginebra, que es lo que no comprende nadie por mucha fe que se tenga en el catecismo sanchista. Aquí los creadores de coartadas argumentales han hecho un trabajo realmente endeble, porque lo único que han suministrado a su jefe, como explicadera de lo que no puede explicarse, es una equivalencia entre este montaje y el contacto que Aznar autorizó en 1999 con la cúpula de ETA para explorar un hipotético final del terrorismo (por cierto, fue en Zúrich, no en Ginebra). Seguro que en la oficina de la Moncloa no pensaron bien las implicaciones del símil siniestro.

Hay demasiadas cosas en este sainete que huelen a chamusquina. Empezando por el mediador

Basta repasar la declaración que formuló Puigdemont el 5 de septiembre para constatar que, hasta el momento, el guion que allí dictó se ha cumplido sumisa y puntualmente, sin que conste ninguna concesión por su parte salvo el préstamo puntual de sus siete votos para investir a Sánchez. En ese guion, figuraba la exigencia de una rendición de cuentas periódica por parte del Gobierno español, realizada en territorio “neutral” (es decir, ni español ni catalán) y supervisada por verificadores internacionales. Será el propio Puigdemont, junto a los verificadores, quien decida en cada reunión si Sánchez se ha merecido o no una prórroga de su contrato.

El PSOE y JxCAT podrían reunirse en el Congreso, en la sede de cualquiera de ellos o, si la presencia de Puigdemont era inexcusable, en el Parlamento Europeo o en su residencia de Waterloo. No era suficiente. Tenía que ser así: en Suiza, escenario de tantas negociaciones de paz en conflictos internacionales, y con mediadores extranjeros. El primer objetivo es obvio: además de convalidar el tratamiento del problema de Cataluña como una batalla entre dos Estados soberanos (o entre un Estado opresor y una colonia oprimida en busca de su emancipación), la simple existencia de ese tinglado desarticula el mensaje de Sánchez de que el conflicto de Cataluña está pacificado. Si lo estuviera, el cuarto oscuro de Ginebra no sería necesario.

Hay demasiadas cosas en este sainete que huelen a chamusquina. Empezando por el mediador que se ha dado a conocer, un diplomático salvadoreño universalmente desconocido. Atención al hecho de que siempre se habló de un equipo de tres mediadores (además de la fundación que da cobertura al ceremonial) y que solo uno de ellos actuaría como portavoz, permaneciendo los otros dos en el anonimato.

La complejidad jurídica y la peligrosidad política de los asuntos a tratar son máximas

Portavoz no significa necesariamente mediador principal. ¿Quién nos asegura que el señor Galindo dirige el equipo de verificadores y no es una pieza de repuesto, una liebre falsa que se presta a poner la cara y el nombre, tras el cual alguien mucho más potente mueve realmente los hilos de la tramoya? Si usted fuera una primera figura internacional y se le requiriera para pilotar un negocio tan incierto como este, ¿no preferiría actuar en la sombra hasta comprobar si sale cara o sale cruz?

Más preguntas. Si usted fuera el presidente del Gobierno y se estuviera jugando el pellejo en esta aventura, ¿realmente permitiría que todo el peso de la negociación recayera sobre alguien como Santos Cerdán? Aquí no se trata de manufacturar un congreso del PSOE de Navarra. La complejidad jurídica y la peligrosidad política de los asuntos a tratar son máximas, y cualquier patinazo en un matiz podría devenir en tragedia. Con todo respeto para el secretario de Organización del PSOE como muñidor doméstico de conjuras orgánicas, no hay forma de que dé el perfil como negociador único en una operación de esta entidad.

Y si usted fuera Puigdemont y estuviera imbuido de su misión histórica en esta coyuntura excepcional, ¿se conformaría con un oscuro apparátchik de Ferraz como interlocutor?

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Paco Paredes) Opinión
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Si se ordenan y analizan en detalle todas las piezas del puzle —empezando por la naturaleza de la entidad elegida como paraguas y sus antecedentes—, todo apunta a un reparto provisional de papeles. En la trastienda, los verdaderos artífices de la negociación: por la parte catalana, un president de la Generalitat en el exilio deseando reaparecer en el balcón de la plaza de Sant Jaume como un nuevo Tarradellas: Ja soc aquí! Por la parte española, un intrépido expresidente del Gobierno adicto a las conspiraciones de altura y con una notable empanada ideológica, que sueña con pasar a la historia como el hombre que primero acabó con ETA y después solucionó un conflicto que dura ya tres siglos. Y por la parte internacional, una figura de relumbrón reconvertida más o menos profesionalmente a las grandes mediaciones. Todos ellos, con mucho que perder en su reputación si la cosa sale mal.

Para eso se necesitan los fontaneros predispuestos a un sacrificio bien recompensado si el experimento fracasa, que serían Turull, Santos Cerdán y Fernando Galindo. “Un admirador, un esclavo, un amigo, un siervo”, como recitó el gran López Vázquez en Atraco a las tres: una fórmula aplicable a cualquiera de ellos.

Quizá todo esto les parezca demasiado novelesco. A mí también. Pero ¿acaso no nos habría parecido novelesco —incluso insultante— si hace seis meses alguien hubiera anticipado que el Gobierno español sometería el futuro del país y sus propias decisiones al escrutinio de un orate perseguido por la Justicia, en reuniones clandestinas fuera de España y asesorados por mediadores extranjeros especializados en guerras y dictaduras?

Foto: Carles Puigdemont. (Europa Press)

Y puestos a hacer preguntas, ¿quién está pagando este festival? Les aseguro que nada de esto es precisamente barato. Piensen una cifra que les parezca desmesurada, añadan algún cero y quizá se aproximen al monto final. El coste rebasa de lejos los recursos de cualquier partido político (al menos, los confesables). En lugar de perseguir a Cerdán y Turull por los aeropuertos, follow the money debería ser la consigna de la oposición y de los periodistas.

Puigdemont ha tenido tiempo de reflexionar desde su huida. La conclusión principal es que en 2017 no lo derrotó el Gobierno, sino las instituciones del Estado. Por eso, para él, la principal ganancia política de la amnistía y del circo de Ginebra sería provocar un reventón institucional del Estado español, un todos contra todos que lo dejara inerme para cuando toque repetir la intentona. Si de paso se lleva por delante a ERC, tanto mejor. Lo menos que puede decirse es que hoy está más cerca de conseguir ambas cosas. La segunda me trae sin cuidado, pero la primera no.

Hay al menos tres cuestiones impugnables, pero distintas, en la vía elegida por Pedro Sánchez para mantenerse en el poder. Una es la estrategia del muro: un consorcio perenne del PSOE con un conglomerado de partidos populistas y/o secesionistas situados extramuros de la Constitución, acompañado de la supresión drástica de toda vía de entendimiento con quienes habitan al otro lado del muro. La segunda es el contenido de los pactos firmados para la ocasión, con la amnistía como “punto de partida”. La tercera, el escenario construido específicamente para habilitar la conllevancia con el nuevo invitado, que resulta ser también el más incómodo.

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