Desnudo de certezas
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Esta vez, tampoco será diferente
Los mensajes dirigidos a enfriar las expectativas por parte de los banqueros centrales no han parado hasta conseguir la claudicación definitiva de los inversores
Seguimos inmersos en la conversación que los bancos centrales de todo el mundo, liderados por la Reserva Federal, están manteniendo con los millones de inversores.
En estas últimas semanas, la radicalización y la contundencia de los mensajes dirigidos a convencernos de que su prioridad es contener la inflación, y que la preocupación por el crecimiento económico es secundaria, ha supuesto llevar a los índices de renta variable y a los bonos a mínimos del año. Y, además, es posible que ese desinflar las expectativas esté siendo el principal objetivo de los banqueros centrales.
Si se pasan mucho, como ha sucedido en Europa con el desajuste de los diferenciales de rentabilidad de los bonos y las primas de riesgo, tienen que recular y matizar el mensaje, pero parece claro que necesitan hundir las expectativas. Ni siquiera sería bueno en estos momentos para ellos generar una gran confianza en su capacidad de gestión de esta crisis, porque eso podría ser un signo de optimismo al que podrían agarrarse los mercados.
Las expectativas lo son todo para la economía y, como ya dejó muy claro Keynes en el capítulo XII de su 'Teoría general', las valoraciones de las empresas en las bolsas son la mejor herramienta para medir el nivel de confianza en el futuro económico existente en cada momento. Y, por tanto, los mensajes dirigidos a enfriar las expectativas por parte de los banqueros centrales no han parado hasta conseguir la claudicación definitiva de los inversores.
La cuestión que nos gustaría saber ahora es cuánto piensan que debe durar esta situación de daño autoinfligido y en qué momento van a estar dispuestos a admitirnos nuevas alegrías sin arriesgarse a soltar la rienda demasiado pronto. Es paradójico que para que la estrategia de los banqueros centrales sea creíble en este momento, necesitan dar la sensación de que han perdido el control de la situación o de que, en un entendimiento patológico de una parte de su mandato, estarían dispuestos a hundir la economía con tal de cumplir con los objetivos de inflación.
Por otro lado, si en este tiempo consiguen convencernos de su nulidad para gestionar adecuadamente las crisis, van a tener más difícil que les demos nuestra confianza cuando, una vez que crean superado el riesgo de inflación, necesiten animar a los inversores para que vuelvan a invertir en el mercado.
En los próximos meses vamos a ser muy dependientes de los datos de inflación y de los de actividad. Respecto de los primeros, lo razonable sería esperar una cierta contención en la medida, ya que el 'efecto riqueza' que podría haber generado la bolsa en años pasados ha quedado muy reducido y porque la presión de los costes de la energía ya sabemos que no ha continuado su escalada hacia el infinito.
Una segunda cuestión muy relevante es decidir cuáles van a ser a futuro los niveles de inflación aceptables para los responsables de la política monetaria. Cuando ya hemos pasado por el 8% durante algunos meses, es posible que lecturas del 4% nos empiecen a sonar mucho más aceptables que hace tan solo seis meses.
Y los otros datos importantes serán los relativos al crecimiento económico. Si en algún momento las lecturas empezaran a mostrar mucha debilidad, se acabaría el margen de experimentación y ante la posibilidad real de un parón de la economía tendríamos que ver cuál sería la elección en ese momento. Mi impresión es que, si llega ese momento, primará el pragmatismo del 'primum vivere, deinde philosophari'.
Respecto a la evolución de la guerra que ha provocado la invasión de Ucrania por parte de Rusia, parece que el escenario más probable es el de la cronificación del conflicto. Poco a poco iremos viendo cómo se pierde el interés informativo y también gradualmente se irán implementando soluciones por parte de cada uno de los países afectados por la crisis del suministro del gas y del petróleo.
Durante la próxima semana, seremos en Madrid los anfitriones de la cumbre de la OTAN, que reunirá a los jefes de Estado de los países de la Alianza, y será muy importante seguir el curso de la misma y estar atentos a las conclusiones y a la postura final que se adopte. Pero, con todo esto, la pregunta fundamental que de verdad se hacen todos los inversores es ¿y ahora qué hay que hacer?
Estos momentos de dudas son siempre los momentos en que hay que estar invertido
Y la respuesta, después de haber pasado ya muchas veces por este tipo de situaciones, es que estos momentos de dudas y de miedos son siempre los momentos en que hay que hacer más esfuerzo por estar invertido o, incluso, en que nuestro nivel de riesgo debe aproximarse más al máximo que seamos capaces de soportar.
Los buenos precios para comprar siempre coinciden con las peores noticias y las peores sensaciones de los inversores. Sería muy raro que después de seis meses de caídas nos sintiéramos todos estupendamente bien y confiados respecto al futuro más inmediato. Si fuera así, sería difícil que los mercados hubieran caído siquiera un poco.
Pero cuando nuestras sensaciones vuelvan a ser buenas, también serán parecidas las de los millones de inversores de todo el mundo que nos acompañan en esta peregrinación diaria por la realidad más inmediata en la que tratamos de discernir lo que tenemos por delante.
Normalmente, la decisión de invertir, o aumentar el nivel de exposición, no se toma en estos contextos porque siempre nos preocupa la posibilidad de que “esta vez sea diferente” y los mercados no vuelvan a recuperarse. Y esta es la razón por la que el legendario inversor John Templeton dijo que las cuatro palabras que habían costado más dinero del lenguaje inglés eran: "This time is different".
Seguimos inmersos en la conversación que los bancos centrales de todo el mundo, liderados por la Reserva Federal, están manteniendo con los millones de inversores.
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