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Confusión de prioridades y lo que, de verdad, le importa a la gente
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Santiago Satrústegui

Desnudo de certezas

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Confusión de prioridades y lo que, de verdad, le importa a la gente

La declaración de intenciones de Groucho Marx ha quedado muy anticuada en este mundo que llaman postmodernidad. "No solo puedo cambiar mis principios, sino que también puedo cambiar tu realidad"

Foto: Personas paseando por el Retiro en Madrid. (EFE/Kiko Huesca)
Personas paseando por el Retiro en Madrid. (EFE/Kiko Huesca)

Hay una coletilla que suelen usar los políticos, que hemos escuchado mucho en los últimos meses y años, que viene a decir algo así como que "hay que dedicarse a solucionar aquello que realmente preocupa a los ciudadanos". La idea suena muy bien. A muchos nos parece que la política se ha dedicado desde hace mucho tiempo a crear problemas que no teníamos o a estresar situaciones con las que se convivía razonablemente dentro de un entorno de consenso.

Quienes hayan leído a Ernesto Laclau saben que esto no ha sido casual, sino la aplicación concienzuda de su manual de populismo asumido por prácticamente todos los partidos. "Populistas de todos los partidos", como habría dicho Hayek.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto a Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea. (EFE/Biel Aliño)

Su idea era romper el sistema desde dentro, aprovechando las grietas que suponen las múltiples contradicciones que hay que asumir en todo sistema que pretenda la convivencia de ciudadanos libres e iguales. Su principal herramienta es la apelación a determinadas identidades que, aunque minoritarias, o muy minoritarias, se sientan perjudicadas por el sistema a las que se les ofrece un contenedor ómnibus (el significante vacío) donde se les promete que sus demandas serán atendidas.

La paradoja es que en ese gran contenedor antisistema (bloque de izquierdas), donde se pretenden amalgamar solo un poquito más de la mitad de los diputados de nuestro parlamento actual, están representados una gran cantidad de votantes del partido socialista que no son para nada partidarios de la deriva que está tomando esto.

Por la incapacidad de llegar a ningún acuerdo entre los dos principales partidos que deberían representar a la mayoría de los españoles, nuestro futuro ha quedado en manos de las minorías más indeseables. Volver a votar nos daría algún alivio, aunque no sería descartable que terminásemos en una situación parecida. No debería ser un consuelo, pero vemos repetirse este patrón en muchas de las democracias occidentales en otra época más prestigiosas. Otros países como China o Rusia no tienen en cambio este problema. Allí a la población le preocupan algunas cosas más básicas.

La repetición del juego político y la incorporación de las estrategias del populismo a la contienda democrática ha llevado a muchos países occidentales a una división en bloques que está complicando mucho la gobernabilidad y ha eliminado la sensación de que existía un proyecto común, aunque se produjera una alternancia en quién gobernaba.

Hasta aquí no hay nada nuevo. Lo que quiero señalar es que, a lo mejor, esto nos está sucediendo porque "esas preocupaciones reales de los ciudadanos" son desgraciadamente otras. Muchas veces las mismas que creemos que nos están despistando. Probablemente, hasta que la economía no de más de sí, y la preocupación fundamental de la gente vuelvan a ser los problemas que realmente son problemas.

Foto: Imagen de un billete de 20 euros. (iStock)

Hemos pasado un verano insólito en lo que tiene que ver con la economía de la atención. Un asesinato en Tailandia y un macarra que, por alguna oscura razón, llegó a ser presidente de la Federación Española de Fútbol nos han tenido entretenidos todo el mes de agosto, junto al clásico de todos los veranos de que todos los medios de comunicación nos cuenten todos los días el calor que hace en verano. Y no son temas inocuos que puedas simplemente desechar cambiando de pantalla para poner tu atención en algo más enriquecedor, porque la presión social y mediática te exige tomar partido y sumarte, o no, a la empatía colectiva; lo que hará, o no, de ti un buen ciudadano. Serás un machista insensible a la opresión de la mujer por el heteropatriarcado imperante, si no declaras rápidamente tu adhesión a alguno de los movimientos que se pongan en marcha por las maquinarias del marketing político o un negacionista del cambio climático, si consideras que de niño también pasabas mucho calor en verano.

Solo hay una batalla y es cultural. Es la de los principios y los valores con los que queremos convivir. Principio tiene que ver con prioridad. Con dar más importancia a unas cosas que a otras. Incluso a establecer que hay convicciones y límites cuyo consenso es necesario para que la convivencia sea posible. Por eso, la educación es tan importante y la deriva de los debates públicos tan peligrosa.

La famosa declaración de intenciones de Groucho Marx ha quedado ya muy anticuada en este mundo de chapapote semilíquido al que los filósofos llaman postmodernidad. "No solo puedo cambiar mis principios, sino que también puedo cambiar tu realidad".

Hay una coletilla que suelen usar los políticos, que hemos escuchado mucho en los últimos meses y años, que viene a decir algo así como que "hay que dedicarse a solucionar aquello que realmente preocupa a los ciudadanos". La idea suena muy bien. A muchos nos parece que la política se ha dedicado desde hace mucho tiempo a crear problemas que no teníamos o a estresar situaciones con las que se convivía razonablemente dentro de un entorno de consenso.

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