Crónicas de tinta y barro
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El racismo no es cosa solo de malos blancos occidentales
Un recorrido por Liberia, China, México, Dominica, Zimbabue o Arabia Saudí y su supremacismo racial
No se puede enfrentar el racismo practicándolo. Creer que los que tienen unas determinadas características físicas son menos inteligentes o más vagos es racista, pero creer que son más explotadores o más agresivos, también. Se pueden criticar ideologías racistas, liderazgos racistas o personas racistas, pero el racismo es algo genérico en el ser humano que tiene que ver con el uso del poder más que con el color de piel de las víctimas y los verdugos.
La pobreza no hace bueno a nadie, la pobreza se sufre, duramente, nada más. No es una virtud, es una cabronada. La pobreza lo que sí genera es menos capacidad de poder y sin poder se pierde capacidad de hacer daño. El pez chico no ataca al pez grande, pero el pez chico siempre puede buscar peces más chicos que él. Los hombres, creo que eso lo enseña viajar y vivir en otros lugares, somos en esencia iguales, para lo bueno y para lo malo, lo que cambia, y mucho, es el entorno circunstancial. Apuntar con el dedo al pasado, emprender una caza de brujas sobre derechos humanos y comenzar a derribar estatuas y censurar películas nos puede dejar los libros de historia muy flacos como se nos pase la mano. No hace falta irse al pasado para comprobar que el hombre rige igual ante determinados estímulos de poder. El virus racista está por todas partes.
Los esclavos esclavistas de Liberia
Creo que la mayoría de los periodistas que hemos vivido en África teníamos como ejemplo, o al menos hemos leído, al polaco Ryszard Kapuscinsky. Su obra Ébano es la biblia de la narrativa periodística de un periodo convulso en el continente: las independencias e instauración de las democracias. No tuve la oportunidad de viajar a Liberia, pese a que en cinco años de vida en el sur de África siempre quise ir. Así que usaré las palabras de este maestro de corresponsales para contar este ejemplo brutal sobre el racismo.
"En 1821, en un lugar que debe encontrarse en las inmediaciones de mi hotel atracó un barco procedente de Norteamérica que traía a bordo a un tal Robert Stockton, un agente de la American Colonisation Society. Stockton, encañonando con su pistola una sien del rey Peter, el jefe de la tribu, le obligó a venderle, a cambio de seis mosquetones y una caja de abalorios, la tierra que la mencionada compañía americana se disponía a poblar con aquellos esclavos de las plantaciones de algodón que habían conseguido el estatus de hombres libres. La compañía de Stockton tenía un carácter liberal y caritativo. Sus activistas creían que la mejor indemnización consistía en enviar a los antiguos esclavos a la tierra donde procedían sus antepasados: a África”.
El polaco narra que en los años siguientes siguieron llegando esclavos liberados provenientes de EEUU y en 1847, cuando se proclamó la República Independiente de Liberia, esa comunidad no llegaba a los 6.000 habitantes. Nunca superó los 20.000, lo que supone menos del 5% de la población del país. ¿Y qué pasó con los denominados 'americo-liberians'? “Tras desembarcar, su primer paso en la nueva tierra consistía en copiar la sociedad conocida, solo que ahora ellos, los esclavos de ayer, serían los amos y convertirían en esclavos a los miembros de la comunidad del lugar, sobre los que, una vez conquistados, extenderían su dominio”, cuenta Kapuscinsky.
"Antes del 'apartheid' en Sudáfrica, el sistema lo habían llevado a la práctica descendientes de esclavos negros, los amos de Liberia"
Resumiré la composición social de ese nuevo país con un único dato. Solo los 'americo-liberians' eran reconocidos como ciudadanos, los 'tribesmen', 95% de la población autóctona, no tenían siquiera ese reconocimiento. “Mucho antes de que los afrikáners blancos introdujesen el 'apartheid' en Sudáfrica, ese sistema ya lo habían inventado y llevado a la práctica, a mediados del siglo XX, los descendientes de esclavos negros: los amos de Liberia”, explica Kapuscinsky.
Ese dominio racista y cruel de los ex esclavos provenientes de EEUU se extendió hasta 1980, cuando Samuel Kanyon Doe dio un golpe de estado y dominó el país durante diez años de nuevo terror y corrupción beneficiando a los miembros de su tribu, los krhan. A Doe, cuya brutal ejecución y mutilación se grabó en video, le siguió años después, en 1996, el gobierno de Charles Taylor, el primer jefe de estado condenado por el Tribunal de la Haya por crímenes de lesa humanidad.
China, de víctima a verdugo
Creo que si hay un país que puede sostener la idea de que el racismo va ligado estrechamente al poder es China. Cuando vivía en México, en febrero de 2015, hice un reportaje basado en una exposición del Museo de la Memoria y Tolerancia que se tituló “Cuando México practicó el 'apartheid”. El texto comenzaba así: “Algunos chinos fueron castrados y marcados con hierros candentes”. Se trataba de un excelente trabajo recopilatorio del museo donde se narraba un gravísimo y poco conocido suceso de mayo de 1911 protagonizado por las tropas revolucionarias en la mexicana ciudad de Torreón y que acabó con el asesinato de 303 orientales.
México comenzó a tener una importante colonia de ciudadanos chinos a finales del siglo XIX tras proclamarse en EEUU, en 1882, una ley que frenaba la llegada de más inmigrantes del país asiático. Los chinos entonces viraron su inmigración al sur y en dos décadas los 600 asiáticos que se habían instalado en la ciudad de Torreón habían conseguido prosperar mucho con sus negocios. Eso levantó muchos recelos en los ciudadanos locales y empezó a haber manifestaciones y ataques a sus comercios. Fue con la llegada de las tropas revolucionarias de Francisco Madero que acabó por prender la mecha y se produjo una cacería indiscriminada de chinos por toda la ciudad.
No fue un acto aislado. Los ataques a los chinos se reprodujeron por todo México y en 1923 se promulgó una ley que prohibía los matrimonios mixtos entre chinos y mexicanos. La exposición narraba cómo se obligó a los chinos a vivir en apartadas barriadas, se crearon carteles y artículos en prensa vejatorios sobre sus costumbres y los niños apedreaban por las calles a los sucios, enclenques y feos chinos. La presión fue tal que en 1934, explicaba la muestra, la mayor parte de la comunidad china totalmente empobrecida regresó a su país o se trasladó a California.
También conté en un texto de estas Crónicas de Tinta y Barro, el racismo que los ciudadanos chinos vivieron durante décadas en Hong Kong bajo el gobierno británico. Eran ciudadanos de segunda en su propia tierra, con menos derechos, y segregados en barrios. Hay textos oficiales británicos donde les comparan con animales.
La lista de agravios sufridas por chinos se extiende por todo el globo durante los siglos XIX y XX y se detiene cuando el gigante asiático en estas tres últimas décadas ha dejado de ser un pozo sin fondo de pobreza para convertirse en una superpotencia. Ahora es China la que practica el racismo. ¿Por qué? Porque sus ciudadanos tienen ahora el poder económico, social y político para sentirse en la parte alta de la pirámide.
En 2013 me acerqué al China Mall en Johannesburgo para completar un reportaje que realizaba sobre la “colonización” económica de China en África. Era abrumadora su presencia por todo el continente. Encontré casi pequeñas ciudades chinas en Mozambique, Uganda, Zambia, Sudáfrica, Etiopía, Sudán… Se trataba generalmente de especies de fábricas o recintos cerrados donde trabajaban cientos de chinos en manufactura, obra pública o extracción de recursos naturales.
El centro comercial chino de Johannesburgo era más una sucesión de tiendas de ventas al por mayor y por menor. Hablando con algunas de las empleadas sudafricanas me dijeron: “Nos tratan fatal. Pagan poco y si no trabajas muchas horas te despiden. Son muy racistas, los negros les parecemos inferiores”. Esa sensación de mal trato y racismo por parte de los chinos a los africanos lo escuché en otros países africanos. “Nadie quiere trabajar para ellos, pagan muy mal y tratan fatal a la gente. Tampoco nos gusta comprar sus productos, su ropa o sus teléfonos porque son muy malos, pero son baratos”, me decía Yohanes, un etíope que me acompañó en la primera de mis tres visitas al país.
En Mozambique los pescadores se quejaban de que los chinos esquilmaban el mar con sus barcos, en Angola se decía que los trabajadores chinos que hacían las carreteras eran expresidiarios que al terminar la obra el Gobierno de Pekín los dejaba allí libres, y en Zambia denunciaban que estaban talando masivamente sus bosques. Pero, ¿quién se atreve hoy a atacar a los chinos?
Los ejemplos de racismo relacionados con los chinos hoy se suceden al revés. Un artículo de 'The Diplomat' de abril pasado se titulaba “El racismo está bien vivo en China". La CNN, el 26 de mayo, sacaba una pieza bajo el titular “China dice que tiene tolerancia cero a las políticas racistas, pero la discriminación a los africanos retrocede décadas”. El 'New York Times' titulaba así el 2 de junio un artículo: “Necesitamos ayuda: el coronavirus alimenta el racismo contra los negros estadounidenses en China”. Aquí, en El Confidencial, el pasado 14 de abril, Zigor Aldama firmaba una pieza bajo este titular: “El coronavirus desata el racismo en China. Los negros están vetados”.
No pasa solo con gente de piel negra, el Gobierno chino está acusado de emprender un genocidio silenciado con su política de control de nacimientos de ciertas minorías étnicas como los uigures.
Los primeros indígenas del Caribe
En mi primer 'post' de este blog de Crónicas de Tinta y Barro, hablé del pueblo kalinago, uno de los dos pueblos del Caribe con los que tropezó Cristóbal Colón en su segundo viaje. La historia de los kalinago es casi un resumen perfecto de lo que supone el racismo y el uso de la historia. Depende de en qué año hubiéramos escrito ese texto, este grupo indígena hoy casi exterminado hubiera sido considerado racista y opresor o víctima del racismo y oprimido.
“Erradicaron la cultura de millones de personas. Es peor que lo que hizo Hitler. Cuando España abrió la nueva ruta con Colón, entonces llegaron los británicos, franceses, portugueses y holandeses que vinieron también a por un trozo de tarta. Trajeron los esclavos, y cuando fue abolida no se los llevaron a África, India o China. Los dejaron acá con el poder. Intentaban sacar a los indígenas de la faz de la tierra. Somos los supervivientes de la colonización", me dijo durante una entrevista en la Isla de Dominica Chales Williams, el jefe de la tribu kalinago. Los kalinago viven en una reserva llamada Kalinago Territory que ocupa el 2% del territorio de la isla caribeña. Su jefe era especialmente beligerante contra la dominación europea, que tachaba de racista y de intento de exterminio de los pueblos originarios, y contra el actual gobierno formado por los descendientes de esclavos africanos.
Si el texto se hubiera escrito en 1491, los kalinago hubieran sido los Hitler racistas de la historia
Sin embargo, supongamos que el reportaje se hubiera escrito en 1491. De haber sido así, el texto giraría en torno a un pueblo muy agresivo e invasor, no es de hecho originario de las islas del Caribe sino de la zona de Venezuela y Colombia, que iba conquistando isla a isla el territorio y matando y esclavizando a sus moradores originarios, el pueblo Taino-Arahuaco que no conocía las armas y que eran los pobladores de Dominica hasta que los kalinago los exterminaron. Los kalinago entonces hubieran sido los Hitler racistas de la historia.
Si, por el contrario, el reportaje se hubiera escrito en 1763, cuando Dominica era una isla bajo dominio británico con una reluciente Asamblea Legislativa de la que solo formaban parte los blancos, los kalinago eran claramente víctimas del racismo europeo instalado por todo el continente americano. La mayoría de población kalinago vivía recluida en esta isla tras la dura presión ejercida por españoles, franceses e ingleses que habían conquistado todo el Caribe. Compartían su estatus de hombres sin derecho con los esclavos africanos que eran traídos en masa para trabajar las grandes explotaciones agrarias del Nuevo Mundo.
Por último, en el artículo de 2017, que es cuando yo visité la isla y entrevisté al jefe kalinago Chales Williams, la situación, según sus propias palabras, era la siguiente: "Nos tratan con racismo pese a que en los tiempos de la esclavitud nosotros les ayudamos". Williams hablaba de la población mayoritaria de la isla, que son los descendientes de los esclavos africanos, y que desde 1987 que Dominica obtuvo la independencia de los británicos es el grupo mayoritario que gobierna este paradisiaco y empobrecido lugar. Los indígenas kalinago acusan a los descendientes de los negros caribeños de tratarlos con racismo. "La cultura kalinago se está perdiendo a causa de los matrimonios mixtos, solo quedamos 3.700 gentes de mi pueblo. Sería mejor que los kalinago nos casáramos entre nosotros. Es difícil que estas islas vuelvan a pertenecernos, no solo por la marginación, también por el proceso de mestizaje. Estamos sobrepasados por gente que no es kalinago”, defendía el jefe Williams.
Con esas ideas de prohibir la mezcla entre razas, de considerarse el legítimo dueño de la tierra, y suponiendo que consiguieran los kalinago gobernar de nuevo esta isla, ¿qué hipotético reportaje sobre racismo se podría escribir en Dominica en 2100 y quiénes serían los racistas de la historia?
Mugabe, el libertador
El racismo global, como sistema, es una forma de opresión que solo puede ejercer el grupo que ostenta el poder. Generalmente esta es una clasificación cambiante, porque el poder es cambiante. Zimbabue es buen ejemplo: la cruel dominación racial que los colonos europeos practicaron allí con la población local tuvo episodios similares tras la independencia del país y la llegada de un gobierno “africano”.
No hablo del racismo que el nuevo régimen practicó con el robo de tierras a granjeros blancos, hablo del intento de genocidio que supuso la Gukurahundi, una limpieza étnica de shona a ndebele, que era el grupo étnico mayoritario opuesto al partido Zanu-PF de Mugabe. Asesinaron a entre 20.000 y 30.000 ndebele en 1983. “Los ndebele no olvidamos lo que pasó, siento una enorme tristeza de que ese asesino sea nuestro presidente”, me dijo cerca de Gonarezhou, al sur del país, Lengton, un ndebele de Zimbabue al referirse a Mugabe.
“Mugabe es un libertador. Él ha luchado por la libertad de los africanos”, escuché en Johannesburgo en el funeral de Mandela mientras el estadio, al ver al presiente de Zimbabue en las pantallas, se caía abajo por los aplausos. Mugabe, el que había exterminado a miles de ndebele e instaurado una dictadura en su propio país que le mantuvo en el poder 36 años, es considerado un libertador por muchos africanos porque acabó con el 'apartheid' racista de los blancos.
Un millón de esclavos europeos
El comercio de esclavos en África protagonizado por las potencias europeas es un capítulo repugnante y bochornoso de la historia humana por la magnitud de cifras que tuvo. Todo un continente considerado un mercado en el que sus habitantes de piel negra eran amarrados y enviados a otro continente a trabajar. Pero no es un fenómeno nuevo, ni racial, sino de poder. No se esclavizaba a negros, se esclavizaba a débiles. No lo hacían solo los europeos, lo hacían también y participaban de ese comercio otros africanos y, especialmente, musulmanes que no solo comerciaron con población negra sino con ingentes masas de europeos en aquella misma época. Es un fenómeno del que se conoce menos, pero más de un millón de europeos fueron capturados entre los siglos XVI y XIX por piratas berberiscos, vendidos y obligados a trabajar en condiciones infrahumanas como esclavos. Las condiciones de venta y posterior vida eran exactamente iguales a las que un africano soportó en las plantaciones de EEUU, Cuba o Brasil: traficados en mercados, vivían en corrales, eran torturados…
Más de un millón de europeos fueron capturados entre los siglos XVI y XIX por piratas berberiscos, vendidos y obligados a trabajar como esclavos
Con el comercio de africanos pasó lo mismo, los musulmanes formaron parte de ese lucrativo y miserable negocio que potenciaban los europeos. En la maravillosa Stone Town que visité en 2010 y 2013, en la isla de Zanzíbar, uno puede visitar el viejo mercado de esclavos. La ciudad es uno de los grandes puertos de partida que hubo en África para el comercio de esclavos con América y uno de sus principales protagonistas fue Tippu Tip, o Hamed bin Mohammed el Murjebi, un suajili nacido en Zanzíbar en 1837 y cuyas legendarias caravanas de hasta 4.000 hombres con los que se adentraba en la cuenca del río Congo a capturar esclavos le hicieron valedor de su mote, Tippu Tip, “el recolector de riqueza”. Perdió parte de su poder en medio de la guerra comercial que las potencias europeas generaron por repartirse la tarta africana y murió en su fabulosa casa que es hoy una de las atracciones turísticas de la ciudad.
Esclavos etíopes en Arabia Saudí
Cuando estaba en diciembre de 2013 en Etiopía acababa de saltar un escándalo del que las televisiones no paraban de hablar. “Ayer en la televisión dieron un programa de nuevo de cómo en Arabia Saudí tratan a los etíopes. El Gobierno está poniendo vuelos para traerlos de regreso. Los tratan como esclavos. No les dejan salir del país. Ha habido denuncias de que a alguno le han cortado la mano o de mujeres que vienen con niños tras ser violadas”, me contaba Yohanes, con el que pactamos que a la vuelta del Lalibela iríamos a ver a una comunidad donde había algún retornado y entrevistarlo (luego murió Mandela, tuve que volar a Sudáfrica de urgencia y todo el plan se fue al traste).
El abuso de inmigrantes se repite en otros países del Golfo. Las principales víctimas son etíopes, indios, nepalíes… Cuando estuve en Qatar contemplé algunos de los recintos donde meten a los trabajadores y hablé con alguno de ellos. El “esclavismo” tiene que ver con la Kafala, ley por la que el empleador o empresario se convierte en una especie de amo del empleado al que le debe firmar un permiso para permitirle cambiar de empleo o dejarle salir del país. Algunos relatos de etíopes en Arabia Saudí dan escalofríos. Un reportaje publicado en 2019 en 'La Vanguardia' por Xavier Aldekoa, y titulado “Peregrinos etíopes hacia el infierno”, narra bien el drama de estos esclavos del siglo XXI.
Esa explosiva mezcla de poder y miedo
Empatía, educación, respeto y ponerse en el lugar del otro deberían ayudar, como viajar, pero en África hay un dicho popular entre algunos blancos que dicta: “La diferencia entre un racista y un no racista es una semana”. Es una frase para los recién llegados.
“El racismo es miedo”, me dijo un veterano amigo y colega periodista con algunas cicatrices por el globo. Puede que sea cierto. El miedo justifica todo. Las cosas más atroces se hacen bajo la eximente del miedo: “No hay conflicto ético. Si yo no mato a este tipo él me va a matar mañana a mí. Entonces ya no existe aquella valoración de la vida de él, me importa poco porque lo veo como un enemigo que me va a matar a mí si yo no lo mato”, me dijo en una entrevista en El Salvador un marero que había asesinado a 32 personas. El racista tiene el poder y tiene además miedo. Miedo a que la llegada o mezcla con extraños cambie su modo de vida, sus costumbres, su seguridad, su bienestar… El mismo miedo del jefe kalinago, el pueblo conquistador y conquistado, que cree que el futuro de los suyos es no mezclarse para preservar su pureza y sus costumbres y reconquistar el territorio. La mezcla de poder y codicia hacen al hombre malo, pero el miedo nos hace pequeños, miserables y, también, racistas.
No se puede enfrentar el racismo practicándolo. Creer que los que tienen unas determinadas características físicas son menos inteligentes o más vagos es racista, pero creer que son más explotadores o más agresivos, también. Se pueden criticar ideologías racistas, liderazgos racistas o personas racistas, pero el racismo es algo genérico en el ser humano que tiene que ver con el uso del poder más que con el color de piel de las víctimas y los verdugos.