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Elegía del mundo 'pueblerino' que apoya a Donald Trump

¿Por qué el candidato no se ha hundido en todos los estados? Como muestra un reciente libro, muchos de sus partidarios reaccionan ante lo que perciben como un modo de vida amenazado

Foto: Rótulo de "Hot dogs pueblerinos" en Lesage, Virginia Occidental, en mayo de 2014 (Reuters)
Rótulo de "Hot dogs pueblerinos" en Lesage, Virginia Occidental, en mayo de 2014 (Reuters)

Para algunos de nosotros, el enigma de esta elección no es por qué a Donald Trump le va tan mal, sino por qué le va tan bien. Dada su obvia falta de preparación, sus propuestas absurdas, su hipocresía, su retórica repulsiva, su clara incompetencia como candidato, ¿por qué no ha caído 10 puntos en cada estado?

En otras palabras, ¿quiénes son los votantes de Trump y por qué siguen con él? A veces un buen escritor con un ojo agudo puede aportar más pistas que una docena de encuestas. Es justo lo que ha hecho J.D. Vance en su maravilloso libro "Hillbilly Elegy: A Memoir of a Family and Culture in Crisis" [“Elegía pueblerina: Retrato de una familia y una cultura en crisis”]. El título ha escalado merecidamente en las listas de más vendidos. Pero tiene algunas carencias importantes e interesantes.

Todos sabemos ya que el auge de Donald Trump ha estado guiado por la alienación y la cólera de la clase trabajadora blanca de EEUU. Esta cohorte ha visto cómo sus ingresos se estancaban, sus ciudades caían en la ruina y sus sueños se desvanecían. Pero Vance va más allá de los datos y nos muestra lo que estas fuerzas impersonales significan para personas de carne y hueso. Describe los niños abandonados, los malos hábitos de trabajo, el abuso de drogas, la violencia, la rabia. Pero lo hace con simpatía y amor. Después de todo, son su familia.

Para Vance, el problema es en último término cultural, de valores, actitudes y costumbres. “Los 'pueblerinos' tenemos que remover cada piedra”, escribe, y “dejar de culpar a Obama o Bush o empresas sin rostro y preguntarnos qué podemos hacer para mejorar las cosas”. Su propia historia vital -venido de un entorno de bajas expectativas, relaciones disfuncionales y una pobreza persistente, para terminar como graduado de la Facultad de Derecho de Yale y ejecutivo de Silicon Valley- demuestra que el coraje puede conquistarlo todo.

Pero Vance tuvo algo de ayuda por el camino. Nos dice que sus escuelas públicas fueron más o menos decentes y que, cuando estaba motivado, sus profesores le ayudaron a tener éxito. Indica que su trayectoria cambió cuando fue admitido en la Universidad Estatal de Ohio, a la que pudo asistir gracias a generosos préstamos y becas federales. Y el punto de giro de su libro y su vida ocurre cuando decide alistarse en el Cuerpo de Marines. Describe cómo las fuerzas armadas le enseñaron disciplina, a trabajar duro, tener grandes expectativas y buenos valores. (Cuando estaba considerando comprar un coche, un viejo marine le disuadió de adquirir un flamante BMW y optar en su lugar por un Honda).

Esto es burocracia federal implicada en dar forma a morales y costumbres, el ejemplo definitivo del Gobierno como niñera. En un momento en el que se ataca gran parte de lo que hace el Gobierno, es raro que Vance parece minimizar el papel que puede jugar proporcionando oportunidades para otros como él.

La otra carencia, aún mayor, en el libro de Vance es la raza. Habla sobre las causas de la ansiedad y el dolor de la clase blanca trabajadora, pero las describe casi totalmente en términos económicos. Sus trabajos han desaparecido, sus salarios se han estancado, sus vidas se han vuelto más inestables. Pero sin duda hay algo más en marcha: la sensación de que el número de gente que parece y suena diferente no deja de crecer. Las encuestas, los sondeos y otras investigaciones confirman que la identidad y la ansiedad raciales son parte del núcleo del apoyo a Donald Trump.

Vance toca estos aspectos periféricos al hablar de la suspicacia casi patológica que sus 'pueblerinos' sienten hacia Barack Obama. Vance explica que se debe al acento del Presidente -”limpio, perfecto, neutral”-, su perfil urbano, su éxito en la meritocracia, su imagen de padre responsable. “Y”, dan ganas de susurrarle a Vance, “porque es 'negro'”. Después de todo, a lo largo de los años la clase blanca trabajadora ha votado por muchísimos candidatos Republicanos y Demócratas con títulos prestigiosos y acentos neutrales. No es eso lo que hace a Obama diferente.

La clase blanca trabajadora siempre ha mantenido parte de su estatus en EEUU porque había una clase minoritaria por debajo. En su trabajo de referencia "American Slavery, American Freedom” [“Esclavitud americana, libertad americana”], Edmund Morgan argumenta que incluso antes de la revolución, la introducción de la esclavitud ayudó a reducir el conflicto de clase en el seno de la población blanca. No importaba lo pobre que uno fuese, había cierta seguridad en saber que había alguien por debajo de uno.

La rabia que alimenta el fenómeno Trump no solo tiene que ver con salarios estancados. Tiene que ver con una forma de vida atacada, y corre el riesgo de producir una “política de desesperanza cultural”. Esta frase fue acuñada por Fritz Stern para describir la Alemania de hace un siglo. La clave para evitar ese mismo destino no es una serie de políticas públicas -sean aranceles o créditos tributarios-, sino una política lúcida, un liderazgo que no se aproveche de los miedos y las fobias de la gente.

Para algunos de nosotros, el enigma de esta elección no es por qué a Donald Trump le va tan mal, sino por qué le va tan bien. Dada su obvia falta de preparación, sus propuestas absurdas, su hipocresía, su retórica repulsiva, su clara incompetencia como candidato, ¿por qué no ha caído 10 puntos en cada estado?