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La COP27 en 2022, el año más frío del resto de sus vidas

Tras años de reuniones, acuerdos, pasos adelante y más pasos a los lados, las activistas y organizaciones sociales están hartas de que apenas se les escuche para que luego se arrastren los pies en la acción

Foto: COP27 en Egipto. (EFE/Sedat Suna)
COP27 en Egipto. (EFE/Sedat Suna)

2022 será el año más caluroso de la historia en buena parte del planeta desde que hay registros fiables, también en España. Al tiempo, si no se toman medidas drásticas, será el año más frío de la vida de los niños de hoy.

En los primeros días de la COP27 en Egipto, cabe preguntarse, y preguntar a la infancia, qué puede esperar de esta reunión anual una niña de Somalia, país devastado por la sequía que provoca una desnutrición severa; un niño de Pakistán, donde las inundaciones han barrido casas y escuelas, o la infancia de España que mira al cielo esperando una lluvia que no llega a mojar nuestras tierras y bosques.

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No es evidente que la respuesta sea positiva, y eso cuando el impacto del Cambio Climático es ya el de una emergencia sin precedentes. Tras años de reuniones, acuerdos, pasos adelante y más pasos a los lados, las activistas y organizaciones sociales están hartas de que apenas se les escuche para que luego se arrastren los pies en la acción. Los países del sur global, especialmente los más afectados por la subida del nivel del mar y por fenómenos climáticos extremos, están indignados por el cúmulo de promesas incumplidas por parte de los mayores contribuyentes al calentamiento global. Promesas de contención y reducción de emisiones y promesas, estas duelen especialmente, en forma de una financiación climática que no llega a los montos comprometidos, que son una fracción de lo que sería necesario.

Fondos para mitigación, que posibiliten un desarrollo verde de estos países sin pasar por las décadas de emisiones marrones de nuestro modelo. Fondos para adaptación al Cambio Climático, un apoyo esencial para que quienes ya lo sufren en sus economías, en sus cultivos y hogares, puedan resistir el embate de sequías y huracanes, con opciones de seguir viviendo con dignidad en su territorio. Más lejos aún se encuentra la financiación de pérdidas y daños, aquella que, en justicia, se exige para compensar a las comunidades que lo han perdido todo de forma irrecuperable, que se ven forzadas a desplazarse tras perder su casa y medio de vida.

Los informes que se han publicado las semanas previas a la COP, aquí un buen resumen, muestran un panorama inquietante. Tras el leve freno de la pandemia, las emisiones de gases de efecto invernadero crecieron en 2021 a un ritmo incluso mayor que en años anteriores. Lo cual tiene como consecuencia que la mayor parte de los indicadores climáticos se encuentren lejos de la senda para alcanzar sus metas en 2030, yendo algunos en sentido contrario al camino necesario. Naciones Unidas estima que a este ritmo y con los compromisos actuales, se alcanzará el pico de emisiones en 2030, pero en un nivel del 10% superior al del 2010, cuando en 2030 ya debería haber comenzado la reducción. Estas predicciones hacen inviable el objetivo de limitar el calentamiento global a 1,5 °C, cifra que no olvidemos, ya agrava el impacto climático actual. Nos dirigimos a los 2.5 °C o lo que es lo mismo, a otro mundo, desconocido. Para rebajar el calentamiento sería necesaria una caída drástica de las emisiones, a partir del 2030, lo cual solo resulta creíble con compromisos mucho más ambiciosos que los actuales, que demuestren contención en estos próximos años, no al final de la década.

Foto: La COP27 deberá limitar (de verdad) las emisiones. (Reuters/Stephane Mahe)

La crisis energética actual, derivada de la guerra de Ucrania, tiene dos caras en relación con el clima. Por un lado, es un incentivo evidente a la transición rápida hacia las renovables. De poco vale lamentarse, pero estaríamos en otra situación de seguridad energética, y climática, si la verde no se hubiera capado en la década anterior. Dicho esto, la tensión geopolítica y la urgencia de compensar el combustible ruso están resultando en la vuelta a la extracción de los peores recursos fósiles, incluso el carbón. Si el foco se pone solo en el suministro de este invierno, retrasando la transición profunda hacia modelos sostenibles, que incluyan también la eficiencia y menor consumo, mantendremos la inseguridad y estaremos abocados a lo peor de la crisis climática.

La tibieza de los compromisos y el relajo en su cumplimiento contrastan con el impacto efectivo del Cambio Climático en la humanidad hoy, no en el futuro. Las muertes relacionadas con el calor se incrementaron en un 68% en 15 años. Lo que se suma a los millones de desplazados climáticos. Un reciente estudio de UNICEF apunta a 559 millones de niños y niñas que ya están afectados por olas de calor más intensas. Además de reducir emisiones, la organización aboga por doblar para 2025 la financiación destinada a adaptación de las escuelas y sistemas de agua y salud, de la agricultura y alimentación, de servicios sociales que no están preparados para el calor y las inundaciones. Son sociedades enteras, cada persona y familia, las que deben estar listas para prevenir el daño infligido por fenómenos climáticos extremos y frecuentes.

La contención del Cambio Climático no se logrará sin un esfuerzo titánico que exigirá renuncias de los que producen más emisiones

Se ha vuelto recurrente hablar de fatiga climática, incluso de ansiedad. De la necesidad de transmitir las oportunidades y el lado positivo de la transición, no solo el desabrido que, frente al alegre consumismo inconsciente, presenta una realidad ceniza, de restricciones y refrenos. Por supuesto que una transición justa y equitativa ofrece modelos de sociedad en la que se vive bien, donde hay espacio para el crecimiento, no necesariamente del PIB, para crear, cuidar y disfrutar. Dicho esto, la contención del Cambio Climático no se logrará sin un esfuerzo titánico que exigirá renuncias, sobre todo de quienes más emisiones producen. Los avances tecnológicos, la inversión sostenible, los compromisos empresariales, la mayor sensibilidad social, el activismo climático, todo esto es positivo y estimulante, además de indispensable, pero se ha demostrado insuficiente para contener el calentamiento global en niveles aceptables para el futuro de la especie humana.

Las organizaciones humanitarias que estamos a pie de cada emergencia, al lado de la infancia que las sufre, tenemos la obligación de mostrar la cruda realidad, bien documentada por estudios y testimonios. Son los niños y niñas que, por edad y lugar de origen menos han contribuido a las emisiones, los que más sufren el impacto climático y los que están menos preparados para adaptarse al mismo. Nos sumamos a la infancia en la defensa de su derecho a la vida y a un futuro posible, en la exigencia de que se les escuche, que participen en reuniones como esta COP27, para que, como decía la activista joven ugandesa Vanessa Nakate, 2022 no sea el año más frío del resto de sus vidas.

2022 será el año más caluroso de la historia en buena parte del planeta desde que hay registros fiables, también en España. Al tiempo, si no se toman medidas drásticas, será el año más frío de la vida de los niños de hoy.

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