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En esto se parecen el trumpismo y el 'procés'
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Ramón González Férriz

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En esto se parecen el trumpismo y el 'procés'

Ahora que Trump ha decidido no reconocer su derrota​, queda claro hasta qué punto están interrelacionados ideológicamente el trumpismo y el 'procés'. Estos son algunos puntos en común

Foto: Foto: EFE.
Foto: EFE.

A partir de 2012, los españoles vimos con asombro cómo la vieja tradición catalanista mutaba en algo más o menos reconocible pero distintivamente nuevo. No era solo que muchos nacionalistas se convirtieran en independentistas. Es que antiguos liberales se estaban volviendo un poco autoritarios.

Es una transición que hicieron muchos sectores del conservadurismo durante ese periodo: por ejemplo, una parte del Partido Conservador británico, además del surgimiento de Vox como escisión del PP, la conversión de la Liga Norte en la Liga a secas bajo el liderazgo de Salvini o la escisión de la CDU que se convirtió en Alternativa por Alemania. Por supuesto, estuvo también el giro del Partido Republicano tras la victoria de Donald Trump en 2016. Pero solo ahora que este ha decidido no reconocer (temporalmente) su derrota electoral, ha quedado claro hasta qué punto están interrelacionados ideológicamente el trumpismo y el 'procés'. Estos son algunos puntos que tienen en común:

- No es el pueblo, son las élites. Los partidos tradicionales del nacionalismo catalán, ERC y sobre todo Convergència, afirmaron que, puesto que la población catalana era cada vez más independentista, era su obligación asumir ese giro y liderarlo. Eso era falso: fueron las élites quienes se volvieron independentistas de manera oportunista y consiguieron convencer a los votantes de que, de hecho, la idea había sido de ellos. Hacía tiempo que los votantes republicanos estadounidenses se sentían incómodos con la ideología de su partido: compartían con él el rechazo a la inmigración, pero no su negativa a que la sanidad fuera algo más pública. Trump consiguió distraerles con su retórica y hacerles creer que cualquier cosa que propusiera —empezando por los recortes de impuestos a las grandes empresas— era 'nativista'. Hay que reconocer que en el caso de los votantes republicanos, al menos les salió mejor, puesto que Estados Unidos logró el pleno empleo y el aumento del salario de los trabajadores. Pero ambos movimientos han utilizado a la gente, básicamente, para escudarse en ella.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el 'president' de la Generalitat, Quim Torra. (EFE) Opinión
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- No es el pueblo contra las élites, es una lucha entre élites. Muchos independentistas bienintencionados creían que estaban librando una batalla desigual contra una élite estatal-empresarial-intelectual que se interponía entre el pueblo catalán y sus deseos. No es cierto: lo que quería la élite gubernamental-empresarial-intelectual que defendía la independencia era una parte mayor del poder, el dinero y la representación simbólica, y quería arrebatársela a otra élite, la estatal. En Estados Unidos, los republicanos, algunos de ellos millonarios, senadores y periodistas de derechas, se presentan como víctimas de la élite dominante, que identifican con la izquierda demócrata. No es cierto: se trata de dos élites que compiten por sus intereses.

-No es el pueblo, es la gente que te vota. Los líderes independentistas han repetido una y otra vez que “Catalunya és un sol poble”, mientras ignoraban o perjudicaban deliberadamente a la mitad de la población catalana. Donald Trump y sus partidarios han conseguido transmitir que el 'pueblo' solo lo forman las personas que viven en determinadas partes del país y/o les votan; es decir, menos de la mitad.

-No es el 'deep state', es (casi siempre) la ley. Muchos independentistas consideran que en España, más allá de la apariencia democrática, quien manda verdaderamente es un 'Estado profundo' formado por jueces, fiscales y altos funcionarios, además de la monarquía, que es un legado del franquismo e impide cualquier clase de cambio en favor de las reivindicaciones independentistas. En Estados Unidos, Trump ha denunciado una y otra vez la existencia de un 'deep state' en el que incluye a miembros de los cuerpos de Inteligencia y seguridad, sectores de la judicatura y funcionarios de izquierdas que intentan capturar el Gobierno en contra de la voluntad del pueblo. Es cierto que el caso Villarejo da que pensar sobre la turbiedad que puede llegar a ocultar el Estado incluso en una democracia. Pero la retórica que comparten esas teorías de la conspiración es en realidad un argumento en contra de la separación de poderes y, en particular, de los límites del ejecutivo.

Foto: El poder real es mucho menos visible que el político, según Lofgren. (iStock)

-No son los jueces, son los jueces que no te dan la razón. Ante la impasibilidad de Mariano Rajoy y su confianza en que los tribunales resolvieran los problemas que la política no era capaz de solucionar, el independentismo ha utilizado con frecuencia el argumento de que no había que judicializar la política. Pero, desde entonces, ha recurrido constantemente a los tribunales para bloquear cualquier iniciativa gubernamental que no le gusta. Solo en 2016, pocos meses antes de que Puigdemont se hiciera una fotografía en la que alardeaba de ignorar los requerimientos del Tribunal Constitucional, la Generalitat que presidía tenía 26 recursos en ese mismo tribunal en contra de leyes y decretos de ámbito nacional. Trump, después de denunciar que los jueces tienen intereses políticos y que, sobre todo los nombrados por Obama, bloquean al Gobierno, ha pedido que sean los jueces quienes determinen los resultados de las elecciones de la pasada semana.

-No es la democracia, es el poder. Los nacionalismos son máquinas de conseguir apoyos y muchas veces su llegada al poder no solo es legítima, sino que tiene un inmenso respaldo. Pero el nacionalismo —el independentista y el trumpista— tiene una visión esencialmente patrimonialista del poder. Cuando Convergència i Unió lo perdió, Marta Ferrusola, la esposa del 'expresident' Pujol, dijo que tenía la sensación de que unos ladrones habían entrado en su casa. Más allá de la intrincada psicología de Trump, ahora mismo su mensaje es que es imposible que haya perdido porque, bueno, es imposible que él pierda a menos que se produzca una conjura.

Foto: Manifestación del independentismo en Barcelona bajo el lema 'Tumbemos el régimen'. (EFE)

- No es la verdad, es la confusión. La retórica de Trump es enormemente eficaz porque, al igual que la propaganda rusa, no pretende tanto establecer qué es verdad como dejar abierta la posibilidad de que lo sean los rumores, las intoxicaciones o la pura propaganda. “Tal vez”, “probablemente”, “mucha gente me dice que” son algunas de sus expresiones preferidas para decir: bueno, yo no lo sé, pero podría ser cierto. La mejor frase del 'procés', en medio de todas sus certidumbres, promesas infalibles y su inflexibilidad ideológica, fue que, en realidad, “no es pot saber” cómo serían el día después de la independencia dos cosas tan importantes como la economía y la reacción de la Unión Europea.

El nacionalismo catalán siempre se había promocionado como un movimiento eminentemente occidentalizante y modernizador, frente a una España anclada en un atraso secular. Esta vez, estaba en lo cierto: la última versión del independentismo es una de las dos trasposiciones que ha tenido en España el populismo global posterior a la crisis financiera y la crisis de los refugiados (el otro es Vox). Nada ha sido más moderno en el último lustro. Está por ver si lo será en el que entra.

A partir de 2012, los españoles vimos con asombro cómo la vieja tradición catalanista mutaba en algo más o menos reconocible pero distintivamente nuevo. No era solo que muchos nacionalistas se convirtieran en independentistas. Es que antiguos liberales se estaban volviendo un poco autoritarios.