Tribuna Internacional
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Tres lecciones de la campaña alemana (y un consuelo) para España
La caída en las encuestas de los Verdes, la complacencia con las dictaduras y los bandazos de Alternativa para Alemania ofrecen algunos indicios pertinentes para la política española
Las encuestas indican que el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) será el ganador de las elecciones del próximo domingo en su país. Ahora mismo, Olaf Scholz, su líder, es el candidato más valorado y el partido recibiría alrededor del 25,4% de los votos, aunque su ventaja se está reduciendo ligeramente. La Unión Demócrata Cristiana (CDU), que hasta ahora ha liderado Angela Merkel, obtendría el 21,4%. Si ocurre así, se abrirá un periodo de negociaciones, que puede alargarse hasta seis meses, para que el SPD encabece una coalición de la que podrían formar parte los Verdes (15,8% de intención de voto), los liberales (11,4%) y, con menor probabilidad, La Izquierda, heredera de los comunistas (6,3%). La nueva situación supondrá un pequeño terremoto, porque la CDU no solo ha gobernado Alemania los últimos dieciséis años, sino cincuenta de los últimos setenta, y además tendrá una enorme influencia en el devenir de la Unión Europea y en el margen de maniobra económico que tengan países como España. Más allá de esto, la campaña electoral ofrece a nuestro país tres lecciones políticas y un consuelo que ya pueden esbozarse.
¿Y si aún no es la hora verde?
Hace apenas unos meses, las encuestas indicaban que los Verdes podían ser el partido más votado en estas elecciones. Había recorrido un largo camino hacia la moderación, mezclaba inequívocos mensajes ecologistas con una actitud cada vez más 'business friendly'. La candidata elegida, Annalena Baerbock, era joven, estaba preparada y al mismo tiempo transmitía modernidad y tenía algunos rasgos de carácter que recordaban a Merkel.
En parte debido a su pujanza, esta ha sido una campaña muy verde: todos los partidos, con la salvedad de la derecha autoritaria de Alternativa para Alemania (AfD), han competido por ser los más verdes, e incluso en los anuncios electorales de los democristianos bávaros, que son muy conservadores, su candidato aparece paseando en bicicleta entre paisajes impolutos y sin coches a la vista.
La jugada les ha salido bien a los dos grandes partidos: los Verdes se han deshinchado y, aunque obtendrán un resultado histórico, no liderarán el Gobierno. Es cierto que Baerbock ha resultado ser una candidata más torpe de lo esperado. Pero hay dos mensajes muy importantes en su auge y caída: el primero, que tal vez los alemanes y los europeos se entusiasmen con la retórica ecologista, pero no estén dispuestos a hacer los grandes sacrificios que implican la descarbonización de la economía y la transición hacia las energías verdes. El segundo: que aunque los alemanes y los europeos deseen que esa transición se produzca, prefieren que la hagan los partidos tradicionales, menos entregados a la causa pero más pragmáticos, y no uno con líderes poco experimentados. En España sucederá lo mismo.
Cero aventuras en política exterior
Existe un cierto consenso en que lo peor del legado de Angela Merkel es la poca firmeza que ha demostrado ante los gobiernos dictatoriales. Siempre ha contemporizado con la Rusia de Putin —el mejor ejemplo ha sido su apoyo al gasoducto Nord Stream 2, para llevar gas ruso a la UE sin pasar por Ucrania— y se ha resistido mucho a aceptar que era necesario adoptar una postura más dura frente a China. Incluso se ha mostrado blanda con los gobiernos, cada vez más autoritarios, de Polonia y Hungría.
En parte esto se ha debido a un pragmatismo económico. En parte, también, a que los alemanes, por razones históricas, aún son reacios a asumir el papel de liderazgo político global que cabría esperar de una potencia comparable. Los candidatos a estas elecciones han insistido mucho en la “autonomía estratégica” de la Unión Europea: la idea, no muy bien definida, de que, en cuestiones de política exterior, la UE tiene que dejar de ser una especie de hermano menor de Estados Unidos y asumir su mayoría de edad —en materia de defensa, tecnología o comercio— para competir en plano de igualdad con EEUU y China. Suena muy bien. Los Verdes son los más convencidos de esto. Pero no hagan caso: en la Unión Europea, Alemania seguirá siendo partidaria de buscar la protección de Estados Unidos, al tiempo que rehúye el enfrentamiento con todos los demás países, y Francia será la que se crea de verdad que Europa necesita asumir los riesgos propios de ser una región soberana y rica. España se alineará con Alemania, gobierne quien gobierne.
La derecha autoritaria ha llegado para quedarse
AfD nació en 2013. Su prioridad absoluta entonces, en mitad de la gran crisis financiera, era impedir que se transfirieran fondos alemanes a los países del sur de Europa o se mutualizaran las deudas de los miembros de la UE. Ante el temor de que finalmente eso sucediera, llegó a plantearse el abandono del euro. En las elecciones de ese año, no logró entrar en el Parlamento alemán. Tras la llegada al país en 2015 de cientos de miles de refugiados procedentes de Siria, Irak y otros lugares de mayoría musulmana, AfD basó su estrategia política en el rechazo a la inmigración: en las elecciones siguientes, en 2017, se convirtió en la tercera fuerza parlamentaria y la primera de la oposición.
Desde ese año, entre enormes conflictos internos, AfD ha ido asumiendo ideas cada vez más extremistas: el abandono de la UE, el nacionalismo germánico, el antisemitismo, la negación del cambio climático y, en un giro particularmente delicado en Alemania, la llamada a superar la exhibición de la culpa por las atrocidades del nazismo. Esto último contribuyó a hacer que el partido fuera irrelevante a escala nacional. Consigue uno de cada 10 votos, obtiene representación local y hasta algún triunfo notable —singularmente, en el territorio de la vieja Alemania del Este, que siempre vota de manera más radical, tanto a la izquierda como a la derecha, que la vieja Alemania occidental—, pero ya no se le tiene en cuenta para nada relevante.
Ante ese declive, AfD ha intentado pasar página y basar su campaña en las críticas a la gestión de la pandemia por parte del Gobierno de Merkel y a los confinamientos y las llamadas en favor de la vacunación. En un giro irónico, el partido autoritario ha querido presentarse como libertario. La derecha autoritaria está para quedarse, pero aún no sabe exactamente de qué manera. Aunque en muchos sentidos haya querido revestirse de una mayor respetabilidad, Vox vive tensiones parecidas.
Mal de muchos
Durante dieciséis años la política alemana ha sido ideológicamente tan combativa como cualquier otra, pero las grandes coaliciones entre socialdemócratas y democristianos, la personalidad de Merkel y ciertos consensos europeístas y pragmáticos han contenido la polarización. A partir del domingo esto no cambiará de manera radical, pero la política del país se parecerá un poco más a la del resto de Europa: la derecha ya está acusando a la izquierda de ser procomunista, la izquierda advierte de que el plan de la derecha es someter al país a la OTAN y convertirlo en un paraíso fiscal, y el proceso de negociación de una coalición será lento y doloroso como lo fue en España en 2019. Con suerte acabará mejor, aunque es posible que, como sucedió aquí, los liberales tengan que aceptar gobernar con la izquierda moderada o no dejar más opción a esta que hacerlo con la izquierda radical. En todo caso, la coalición resultante, sobre todo si es de tres partidos, tendrá enormes dificultades para transmitir un mensaje unificado y hacer políticas coherentes. Por una vez, España se habrá adelantado.
Las encuestas indican que el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) será el ganador de las elecciones del próximo domingo en su país. Ahora mismo, Olaf Scholz, su líder, es el candidato más valorado y el partido recibiría alrededor del 25,4% de los votos, aunque su ventaja se está reduciendo ligeramente. La Unión Demócrata Cristiana (CDU), que hasta ahora ha liderado Angela Merkel, obtendría el 21,4%. Si ocurre así, se abrirá un periodo de negociaciones, que puede alargarse hasta seis meses, para que el SPD encabece una coalición de la que podrían formar parte los Verdes (15,8% de intención de voto), los liberales (11,4%) y, con menor probabilidad, La Izquierda, heredera de los comunistas (6,3%). La nueva situación supondrá un pequeño terremoto, porque la CDU no solo ha gobernado Alemania los últimos dieciséis años, sino cincuenta de los últimos setenta, y además tendrá una enorme influencia en el devenir de la Unión Europea y en el margen de maniobra económico que tengan países como España. Más allá de esto, la campaña electoral ofrece a nuestro país tres lecciones políticas y un consuelo que ya pueden esbozarse.
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