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La temeraria 'latinoamericanización' de la política española
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Ramón González Férriz

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La temeraria 'latinoamericanización' de la política española

Esa importación de retóricas, ideas y estrategias, aplicadas a una sociedad tan distinta como la española, puede tener un efecto devastador en nuestra democracia

Foto: Una protesta en Argentina. (Reuters)
Una protesta en Argentina. (Reuters)
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Durante dos o tres décadas, una parte importante de la clase política española se vio a sí misma como un ejemplo a seguir en los países latinoamericanos. Aquí, la transición de la dictadura a la democracia había salido bien, la gobernabilidad se basaba en dos partidos moderados, PSOE y PP, y ambos, cada uno a su manera, habían impulsado desde el Gobierno las difíciles medidas económicas necesarias para homologar España al resto de los países desarrollados. ¿Por qué no exportar ese modelo a los países hermanos?

En consecuencia, parte de la élite española no solo se consideró un modelo, sino que se vio desempeñando el papel de tutora. Fue en la década de 1990 y principios de la de 2000, cuando con una cierta arrogancia se pensó que las inversiones de empresas españolas en América Latina eran algo más que simples decisiones de negocio e iban acompañadas de una misión superior. En un informe del Real Instituto Elcano publicado en 2003, se afirmaba que la acción española en América Latina “ha puesto también un énfasis especial en la creación y reforzamiento de instituciones políticas y económicas con capacidad de cimentar el proceso de desarrollo y de facilitar la transformación de las sociedades iberoamericanas”.

España no ejerció la influencia que creía tener y hoy, tristemente, América Latina está peor en términos políticos que hace dos décadas

España estaba “fortaleciendo la expansión de las libertades políticas” en América Latina, decía el informe. Como tantas quiméricas ambiciones de la España de la época, esta salió mal. Tal vez algunas grandes empresas españolas hayan consolidado su inversión en América Latina y obtenido buenos resultados, lo cual es bueno. Pero en términos políticos, no se logró nada. Aunque no solo fue culpa suya, España no ejerció ni mucho menos la influencia que creía tener y hoy, tristemente, América Latina está peor en términos políticos que hace dos décadas.

El proceso invertido

Lo que resulta sorprendente es que, en los últimos años, el proceso se haya invertido y que ahora sean un número importante de actores políticos latinoamericanos quienes aspiran a ejercer una enorme influencia en la política española.

La nueva situación empezó en 2014, con la aparición de Podemos. Dado que muchos de sus líderes se habían formado intelectual y sentimentalmente en la idiosincrásica izquierda latinoamericana, proyectaron sus premisas en la España arrasada por la crisis económica. Vieron una ventana de oportunidad no tan distinta de la que la izquierda latinoamericana había visto en determinados momentos de su historia: de la retórica de 'los de abajo' (título de una novela de 1929 del escritor Mariano Azuela ambientada en la Revolución mexicana) a la economía peronista, del triunfo de la nueva izquierda radical pero democrática de Evo Morales en Bolivia a la catástrofe bolivariana. Obviamente, el plan no salió bien. El diagnóstico de Podemos se basaba en un error intelectual: España no se parecía en nada a Latinoamérica, a pesar de que las desigualdades hubieran aumentado con la crisis. Pero, después de mil transformaciones, ahí sigue su retórica argentinizante.

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Casi igual de sorprendente fue la 'latinoamericanización' de la derecha. FAES, el 'think tank' de José María Aznar, lleva décadas estableciendo fuertes vínculos con la derecha latinoamericana y, al mismo tiempo que aspiraba a modernizarla (Pablo Casado, que fue jefe de gabinete de Aznar en FAES, es un admirador del expresidente colombiano Álvaro Uribe), insistía en que el modelo era el Partido Republicano estadounidense, al menos el previo a Donald Trump. Pero como explicaba Esteban Hernández hace unas semanas en este periódico, Vox está convirtiendo ese acercamiento en su estrategia. Ha adoptado parte de la retórica de la oposición venezolana, invitó a Keiko Fujimori a su acto electoral del pasado fin de semana y ha puesto las relaciones entre España y América en el centro del debate, al defender el legado español allí y el más que discutible historial de las élites criollas.

La polarización latinoamericana

También esto acabará saliendo mal: si España no se parece a la América Latina imaginaria de la izquierda revolucionaria, tampoco se parece a la que tienen en mente las derechas que denuncian al Gobierno español como si fuera una dictadura bolivariana.

Sin embargo, esa importación de retóricas, ideas y estrategias, aplicadas a una sociedad tan distinta como la española, puede tener un efecto devastador en nuestra democracia. Puede generar una dinámica brutalmente polarizadora que atrape incluso a PSOE y PP, que si bien siguen siendo los partidos ortodoxos de siempre, debido a la fragmentación electoral se ven obligados a apoyarse en socios que ellos mismos detestan.

Foto: El nuevo presidente de Bolivia, Luis Arce, en un acto institucional. (EFE)

Obrar políticamente como si la única disyuntiva electoral relevante fuera, según desde donde se vea, entre una dictadura de izquierdas o una dictadura de derechas —ese ha sido, por ejemplo, el planteamiento en las últimas elecciones de Perú y Bolivia, y es el de las próximas en Colombia— es absurdo en un país que, en esencia, continúa siendo una democracia rica con una amplia clase media que, eso sí, teme, como sucede en buena parte del mundo, perder sus privilegios y se inclina por opciones políticas más duras que en el pasado reciente.

Todas las dinámicas políticas actuales parecen incidir en un aumento de la polarización y la fragmentación. Quizás haya que resignarse

Todas las dinámicas políticas actuales parecen incidir en un aumento de la polarización y la fragmentación. Quizás haya que resignarse. Pero no deberíamos ceder a la voluntad 'latinoamericanizadora' de nuestros dos partidos radicales: socialmente, España no necesita ese tipo de política, que además ha demostrado ser ineficiente allí donde se ha aplicado —empezando por la propia Latinoamérica— e implica pensar en nuestro país de una manera ridícula a estas alturas.

La tendencia española a buscar en América Latina algo de sí misma es natural por razones históricas, culturales e incluso religiosas. Pero tratar de importar su política es un error aún mayor que creer que nosotros podíamos exportar allí la nuestra.

Durante dos o tres décadas, una parte importante de la clase política española se vio a sí misma como un ejemplo a seguir en los países latinoamericanos. Aquí, la transición de la dictadura a la democracia había salido bien, la gobernabilidad se basaba en dos partidos moderados, PSOE y PP, y ambos, cada uno a su manera, habían impulsado desde el Gobierno las difíciles medidas económicas necesarias para homologar España al resto de los países desarrollados. ¿Por qué no exportar ese modelo a los países hermanos?

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