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Ceuta y Melilla se mueren entre el acoso de Marruecos y la pasividad de Madrid
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Ignacio Cembrero

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Ceuta y Melilla se mueren entre el acoso de Marruecos y la pasividad de Madrid

Los anuncios que hizo el Gobierno de España para apoyar a las ciudades autónomas tras la invasión migratoria de 2021 y la reconciliación con Rabat, en abril de 2022, no se cumplen

Foto: Valla de Ceuta. (Europa Press/Antonio Sempere)
Valla de Ceuta. (Europa Press/Antonio Sempere)
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Primero Mohamed VI apostó por el desarrollo de ese norte de Marruecos que su padre, Hassan II, marginó y solo pisó una vez en sus 38 años de reinado. Junto con algunas zonas semidesérticas era la región más pobre del país y lo siguió siendo todas esas cuatro décadas.

Muy a principios de este siglo, Mohamed VI impulsó, en el noroeste, el puerto de Tanger Med, la industrialización, cuya avanzadilla fueron las fábricas de Renault, y, por fin, el tren de alta velocidad. La región de Tánger-Tetuán es ahora la tercera del país por su peso económico. En el noreste, menos poblado, los avances van más lentos, pero el año próximo se inaugurará el gran puerto de contenedores de Nador West. El rey predica con el ejemplo y pasa allí, en Rincón, cerca de Ceuta, casi todas sus vacaciones domésticas.

Hasta ahí nada que reprochar al empeño de las autoridades marroquíes en promover el norte, aunque se esforzaran a toda costa en que Ceuta y Melilla no se beneficiaran de ello. Después de años del desarrollismo septentrional, empezó el estrangulamiento de las dos ciudades autónomas.

Afloró abiertamente el 1 de agosto de 2018, cuando Rabat cerró, sin comunicárselo previamente al Gobierno español, la aduana de Melilla que llevaba siglo y medio funcionando. Era uno de los pulmones económicos de la ciudad. El Gobierno español no protestó. Rabat se envalentonó.

Foto: El ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, con el presidente de Argelia, Abadelmayid Tebún, en septiembre de 2021. (Ministerio de Asuntos Exteriores/Europa Press)

Volvió a apretar las tuercas con fuerza en octubre de 2019 cuando puso fin, de un día para otro, al contrabando entre Ceuta y Marruecos cuyo volumen rebasó, en los mejores años, los 700 millones de euros. Tenía sus motivos porque era un lastre para el desarrollo económico del noroeste del país. Además, era un calvario para las porteadoras, esas mujeres extenuadas por los bultos que cargaban a sus espaldas de un lado a otro de la frontera. No fueron, sin embargo, razones humanitarias las que propiciaron esa decisión.

El contrabando o comercio atípico, como lo llamaban los ceutíes, generaba también empleo en la ciudad autónoma. Entre dos países amigos una medida como su supresión se comunica al vecino con antelación por si quiere tomar medidas que mitiguen sus consecuencias. Rabat no lo hizo. Como un año antes en Melilla, puso de nuevo a España ante el hecho consumado.

Después vino la pandemia, con el consiguiente cierre de las fronteras terrestres, pero cuando se acabó nada volvió a ser igual, sobre todo en Melilla. Solo se reabrió uno de los cuatro cruces con Marruecos. Atravesar esas fronteras terrestres ya solía ser penoso antes, pero desde mayo de 2022 se añadió una traba más: la negativa marroquí a aplicar el régimen de viajeros, es decir la imposibilidad de entrar en Marruecos con souvenirs comprados por turistas en las ciudades autónomas o regalos para familiares residentes en el país vecino. Solo se levanta esta restricción en verano, durante la Operación Paso del Estrecho.

Cuando, en 2018, Rabat cerró la aduana de Melilla, el Gobierno español no protestó. Marruecos se envalentonó

Tras la cena de la reconciliación, el iftar que Mohamed VI ofreció al presidente Pedro Sánchez, el 7 de abril de 2022, se hicieron varios anuncios que suponían un alivio para Ceuta y Melilla. El más importante era, de lejos, la reapertura de la aduana de esta última ciudad y la inauguración de una Ceuta. El ministro José Manuel Albares llegó incluso a precisar que entrarían en funcionamiento a principios de 2023.

También se acordó más tarde, en febrero de 2023, "evitar todo aquello que ofende a la otra parte, especialmente en lo que afecta a la soberanía", según declaró Sánchez. Se equiparó así implícitamente a Ceuta y Melilla con el Sáhara. Nada de eso se ha cumplido, probablemente porque Marruecos considera que abrir aduanas o dejar de llamarlas "ciudades ocupadas" sería dar un paso hacia el reconocimiento de la soberanía española.

Las aduanas eran uno de esos gestos que Marruecos iba a hacer a cambio del alineamiento de Sánchez con la solución que propugna Rabat para resolver el conflicto del Sáhara Occidental. Fue un cambio de posición radical sin contrapartidas. Es más, desde la reconciliación hace dos años, el país vecino ha redoblado su acoso a las dos ciudades.

La lista de golpes bajos es larga. Recordemos solo los que han afectado a Ceuta desde principios de año. Primero, el rechazo por las autoridades marroquíes de los visados españoles específicos para Ceuta. Rabat impide así a las trabajadoras transfronterizas entrar en la ciudad y efectuar los trámites para darse de alta en la Seguridad Social. Para fastidiar al vecino español perjudica a su propia población.

Marruecos considera que dejar de llamarlas "ciudades ocupadas" sería dar un paso hacia el reconocimiento de la soberanía española

Peor aún, nunca como este año, tantos marroquíes alcanzaron la ciudad a nado desde la invasión migratoria pacífica de finales de mayo de 2021, cuando entraron más de 10.000 en 48 horas. Entre los nadadores, más de 500 en los dos primeros meses, hubo un buen puñado de menores de edad —la ciudad tutela ya a unos 270— que se quedan en Ceuta. También se quedaron adultos porque durante mes y medio la policía marroquí no aceptaba repatriaciones y no explicaba el motivo. Tras múltiples gestiones de Interior, flexibilizó su postura a mediados de esta semana.

La mayoría de las llegadas por mar son achacables a la práctica desaparición de la vigilancia policial en la playa de la aldea marroquí de Beliones, adyacente a Ceuta. La repentina ausencia de policías supone un problema migratorio para Ceuta, pero más de un joven marroquí se ha ahogado estos meses bordeando a nado el espigón que marca la frontera con España. En las redes sociales hay llamamientos desesperados de padres buscando a hijos que se echaron al agua y de los que no tienen noticias. De nuevo, para fastidiar al vecino se perjudica a su propia población.

El objetivo marroquí es que poco a poco cunda el desaliento entre gobernantes y población local y el Ejecutivo español se abra, dentro de unos años, a debatir primero del establecimiento de un régimen de cosoberanía y a más largo plazo su incorporación al Reino de Marruecos quizás con un status especial, pero siempre bajo su soberanía. Sigue latente la vieja idea de Hassan II de poner en pie una "célula de reflexión" para negociar el futuro de ambas ciudades.

Foto: Sesión del Parlamento Europeo, el 28 de febrero. (REUTERS / Johanna Geron)

En el fragor de aquella entrada masiva de inmigrantes de 2021, el Gobierno hizo muchos anuncios, desde promover el ingreso en la Unión Aduanera —la Asamblea de Ceuta lo pidió por unanimidad 2011—, y reforzar así su carácter europeo, hasta planes integrales de desarrollo que solo se han ejecutado muy parcialmente. También se puso a trabajar Moncloa sobre un plan de seguridad para las dos ciudades, que no se haría público, pero que se elaboraría con su colaboración. A día de hoy en Ceuta y Melilla no tienen noticias de ese plan que es harto necesario tras los sucesos de mayo de 2021.

En algunos aspectos da incluso la impresión de que el Ejecutivo español secunda a Marruecos en su política de acoso. El año pasado suprimió, por ejemplo, la bonificación del 50% de las cuotas a la Seguridad Social de la que gozaban los empresarios de las dos ciudades desde 2004. El 7 de marzo se produjo una manifestación insólita en este país. La convocó la patronal melillense ante la delegación del Gobierno y allí se concentraron los empresarios de la ciudad para reivindicar que se restableciese la bonificación.

De todos estos problemas quiso hablar con Pedro Sánchez el presidente de Ceuta, Juan Jesús Vivas (PP), cuyo comportamiento ha sido siempre un modelo de lealtad institucional con todos los gobiernos, incluidos los del PSOE. Hace ya más de un mes le escribió una carta pidiéndole cita, pero a día de hoy el presidente no le ha contestado. Menosprecia así a una ciudad frágil y hostigada.

En Ceuta y Melilla la convivencia entre comunidades religiosas funciona, hay conocimiento mutuo, tolerancia y respeto

Ceuta y Melilla no son españolas porque pertenezcan a España desde hace más de cinco siglos. Este no es el argumento más sólido. Lo son porque la abrumadora mayoría de su población, incluidos los musulmanes, quieren serlo. En los años ochenta Rabat fomentó en Ceuta la creación de partidos que propugnaban la cosoberanía, paso previo a su incorporación al Reino de Marruecos. Fracasaron estrepitosamente en las urnas.

Es verdad que las dos ciudades, muy subvencionadas, son un fardo económico para el Estado. A ojos del Gobierno de Pedro Sánchez deben también ser, a juzgar por su pasividad ante el hostigamiento marroquí, una china en el zapato de sus buenas relaciones con Marruecos. Pero Melilla, y más aún Ceuta, entrañan otros valores dignos de resaltar en una Europa en la que los populismos, la extrema derecha y la islamofobia están en auge.

En Ceuta y Melilla la convivencia entre comunidades religiosas, fundamentalmente musulmanes y cristianos porque las demás confesiones son muy minoritarias, funciona. Hay conocimiento mutuo, tolerancia y respeto por el otro. Son los únicos lugares de toda la UE en los que las dos grandes fiestas religiosas musulmanas, el Aid al Fitr y el Aid al Adha, son festivos oficiales.

Son lugares en los que he visto, antes de la guerra en Gaza, a un judío con su kipá y un pitillo apagado entre los labios, acercarse en shabat a la terraza de la tetería melillense El Trébol, frecuentada por musulmanes, para pedirles que le encendieran el cigarro. Y varios clientes desenfundaron a la vez sus mecheros. ¡Eso no tiene precio!

Primero Mohamed VI apostó por el desarrollo de ese norte de Marruecos que su padre, Hassan II, marginó y solo pisó una vez en sus 38 años de reinado. Junto con algunas zonas semidesérticas era la región más pobre del país y lo siguió siendo todas esas cuatro décadas.

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