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Dejemos de engañarnos: los pactos con radicales son ya la norma en Europa
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Ramón González Férriz

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Dejemos de engañarnos: los pactos con radicales son ya la norma en Europa

Berlusconi gobernó con el apoyo de la Lega Nord, la derecha radical ha apoyado gobiernos en Dinamarca y en Grecia, Syriza contó con el respaldo de los populistas de derechas de ANEL

Foto: Marie Le Pen saluda a Santiago Abascal en el acto de Vox 'Viva 24'. (Europa Press/A. Pérez Meca)
Marie Le Pen saluda a Santiago Abascal en el acto de Vox 'Viva 24'. (Europa Press/A. Pérez Meca)
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Ante el auge de los partidos radicales, los moderados deberíamos tener dos objetivos. En primer lugar, intentar que esas formaciones sean irrelevantes. En segundo lugar, si logran ser relevantes, y formar parte de Gobiernos o influir en ellos mediante su apoyo parlamentario, que se vuelvan tan moderadas como sea posible. ¿Cómo conseguir ambas cosas? Una primera opción son los cordones sanitarios, pero estos dan a esos partidos el privilegio de ser meras formaciones de protesta que no tienen que poner a prueba su capacidad para gestionar. La segunda es tratarles como a partidos normales y obligarles a cometer errores.

Pactos en todas partes

Durante las últimas décadas, los cordones sanitarios para aislar a los partidos radicales no han sido la norma en Europa. Los ha habido en Francia, con el Frente Nacional (hoy llamado Agrupación), y en Alemania, con Alternativa. Pero en el resto de Europa cayeron hace mucho tiempo.

Ya en los años noventa, Berlusconi gobernó con el apoyo de la Lega Nord. Entre 2000 y 2007, la derecha radical austriaca de Jörg Haider formó parte de un Gobierno de coalición con el centro-derecha tradicional. En varias ocasiones, la derecha radical ha apoyado Gobiernos en Dinamarca, y ahora lo hace en Suecia. En Grecia, Syriza contó con el respaldo de los populistas de derechas de ANEL. En Finlandia, los nacionalistas forman parte del Gobierno. Y la semana pasada la derecha radical neerlandesa de Geert Wilders llegó a un acuerdo con otros partidos de derechas para liderar el nuevo Gobierno.

De modo que no crean a quien diga que los pactos entre PP y Vox son una anomalía. En lo que quizá sí ha sido excepcional España es en que, mientras que en el resto del continente generaron fuertes controversias, aquí esos pactos se vivieron con total naturalidad y sin apenas debate dentro del propio bloque ideológico. De acuerdo con las encuestas, los votantes del PP no tienen ningún problema con que su partido gobierne con Vox. El veto de Pedro Sánchez a gobernar con Podemos duró apenas unos meses, y fue un mero recurso electoralista; hoy, el Gobierno con Sumar, y el apoyo parlamentario de Bildu, parecen completamente normales a los votantes de izquierdas.

La mejor manera que tiene un gran partido de liquidar a uno más pequeño es convertirle en su socio, el PSOE lo hizo con Podemos

Esta situación, en la que los pactos con los radicales se vuelven rutinarios y dejan de verse con dramatismo, se está convirtiendo en algo habitual en Europa. De hecho, incluso en Francia y Alemania están empezando a decaer los cordones, aunque aun con grandes reticencias. En diciembre pasado, Le Pen apoyó una ley de inmigración del Gobierno en la Asamblea francesa; la facción más izquierdista del partido de Emmanuel Macron mostró su rechazo, pero en realidad todo el establishment político francés sabía que la coincidencia acabaría siendo inevitable. En varias ocasiones, los demócrata-cristianos alemanes han afirmado estar dispuestos a cooperar con Alternativa en Gobiernos locales si abandona sus posiciones más radicales, aunque esta se empeña en mantenerlas.

En Europa también crece una tendencia de la que España fue pionera: la negativa a crear grandes coaliciones entre los partidos mayoritarios de centro-izquierda y centro-derecha. Incluso en el Parlamento Europeo, donde ha regido esa coalición durante los últimos cinco años, esta produce ahora una creciente incomodidad entre sus miembros. Solo existe, hoy, en Dinamarca.

¿Bueno, malo o regular?

Muchas veces, como afirmaba ayer mi colega Carlos Sánchez, los partidos conservadores tradicionales pactan con la derecha radical por pura supervivencia: sin ella, nunca podrían gobernar. Sin embargo, estos suelen esgrimir, además del pragmatismo, otros argumentos. Estos son interesados, pero no del todo falsos.

Uno de ellos se ha visto en acción en España: la mejor manera que tiene un gran partido de liquidar a uno más pequeño es convertirle en su socio. El PSOE casi destruyó Podemos en cuatro años, y va por el camino de hacer lo mismo con Sumar. El PP se apoyó en Vox en Andalucía, y después este se ha vuelto irrelevante allí. En Castilla y León su presencia en el Gobierno se limita a la agitación y la propaganda y su intención de voto está en fuerte declive. De hecho, cuanto más poder alcanza Vox en las regiones, más cae en el Congreso.

Foto: Pedro Sánchez, en el mitin del PSOE celebrado en Sevilla. (EFE/José Manuel Vidal)

De acuerdo con el segundo argumento, cuando estos partidos se acercan al poder, se ven obligados a moderarse. Tras su pasado neofascista, Giorgia Meloni es hoy una política prácticamente homologable con el conservadurismo tradicional. Ante su posible llegada a la presidencia francesa, Le Pen ha dejado de hablar de sacar a Francia de la Unión Europea. Para llegar al Gobierno, el partido de Wilders ha abandonado algunas de sus reivindicaciones más extremas, como prohibir el Corán o cerrar las mezquitas. De hecho, los partidos de derecha radical en el Parlamento Europeo, muchos de los cuales creen que tras las elecciones pueden influir en la gobernación de las instituciones, han echado a Alternativa por Alemania de su grupo parlamentario y lo han convertido en un paria por su negativa a rebajar el tono.

Los partidos radicales no van a desaparecer. De hecho, van a crecer. El objetivo de quienes les aborrecemos debería ser disminuir su relevancia u obligarles a moderarse. La experiencia europea no deja claro cuál es la mejor táctica. Pero deberíamos, al menos, ser realistas: los cordones casi han desaparecido y las grandes coaliciones están en declive. ¿Qué hacer? Indignarnos moralmente, por justificado que esté, no nos servirá de nada.

Ante el auge de los partidos radicales, los moderados deberíamos tener dos objetivos. En primer lugar, intentar que esas formaciones sean irrelevantes. En segundo lugar, si logran ser relevantes, y formar parte de Gobiernos o influir en ellos mediante su apoyo parlamentario, que se vuelvan tan moderadas como sea posible. ¿Cómo conseguir ambas cosas? Una primera opción son los cordones sanitarios, pero estos dan a esos partidos el privilegio de ser meras formaciones de protesta que no tienen que poner a prueba su capacidad para gestionar. La segunda es tratarles como a partidos normales y obligarles a cometer errores.

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