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Los magnates tecnológicos quieren aún más influencia: están comprando medios y trabajarán en el Gobierno
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Ramón González Férriz

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Los magnates tecnológicos quieren aún más influencia: están comprando medios y trabajarán en el Gobierno

Silicon Valley se ha propuesto configurar Estados Unidos de acuerdo con su ideología social y sus métodos de gestión. Trump se lo está facilitando. Los riesgos son evidentes

Foto: Elon Musk. (Reuters/Benoit Tessier)
Elon Musk. (Reuters/Benoit Tessier)
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En los Estados Unidos del siglo XIX se llamó robber barons (algo así como “aristócratas ladrones”) a los grandes industriales que utilizaban cualquier recurso a su alcance para aumentar su riqueza. Aniquilaban o compraban a los competidores para conseguir monopolios. Manipulaban el mercado de valores. Influían de manera indebida en los altos cargos del Gobierno. Sus nombres eran legendarios: Andrew Carnegie, Cornelius Vanderbilt, John D. Rockefeller.

Ahora, el apelativo se utiliza también para describir a los nuevos magnates tecnológicos. Sus prácticas están mucho más reguladas. Pero al igual que sus predecesores, quieren que su dinero se traduzca en influencia social. Hoy no lo hacen solamente practicando la filantropía, donando a los partidos u organizando eventos sociales. Quieren más. Y están comprando medios de comunicación y poniéndose a trabajar directamente como altos cargos del Gobierno. Silicon Valley, y el sistema financiero que se ha generado a su alrededor, quiere configurar Estados Unidos de acuerdo con su ideología social y sus formas de gestión.

Los viejos y los nuevos medios

Jeff Bezos, el fundador de Amazon, compró The Washington Post; Patrick Soon-Shiong, un muy exitoso emprendedor de la biotecnología y la inteligencia artificial, el Los Angeles Times; y Marc Benioff, creador de la compañía de software Salesforce, el legendario semanario Time. Laurene Powell Jobs, la viuda de Steve Jobs, utilizó una parte de la riqueza que su marido amasó en Apple para comprar una de las mejores y más antiguas revistas liberales de Estados Unidos, The Atlantic. Elon Musk, el fundador de Tesla y Starlink y, al menos sobre el papel, el hombre más rico del planeta, compró Twitter, una forma aún más potente de transmitir noticias e ideas.

Foto: Donald Trump y Elon Musk, en noviembre de 2024. (Reuters/Brandon Bell)

Con mayor o menor prudencia, todos han utilizado esos medios para difundir su ideología. Musk está yendo más allá y se ha empeñado en construir, por medio de los algoritmos de su plataforma, una red internacional de nueva derecha. Casi todos ellos pierden dinero con esos negocios. Pero deben sentir que les da un poder distinto, y socialmente más reconocible, que ser simples mercaderes. Los hombres que han ganado mucho dinero tienden a pensar que saben hacerlo todo.

También en el Gobierno

Ahora, la presidencia de Donald Trump les permitirá ir aún más allá. Ha invitado a muchos a formar parte de su Gobierno y ellos están aceptando como si se tratara de incorporarse a un consejo de administración. Como es sabido, Musk es uno de los dos grandes empresarios a los que Trump ha encargado reducir radicalmente el gasto público; el otro es Vivek Ramaswamy, que ha hecho su fortuna gracias a la biotecnología y las finanzas. El fundador de Andreessen Horowitz, una firma de capital riesgo pionera en Silicon Valley, que a lo largo de sus quince años de vida ha invertido con enorme éxito en Skype, Facebook, Airbnb, Groupon o GitHub, y que criticó al Gobierno de Biden por frenar el avance de tecnologías como las criptomonedas o la IA, es uno de los coordinadores del equipo de transición presidencial. Y, de hecho, ha incorporado a varios de sus ejecutivos al futuro Gobierno. Trump ha fichado también como cargos intermedios a otros que no son magnates, sino simples millonarios, como ex directivos de Uber y de varias empresas dedicadas a la Inteligencia Artificial. “Todos estos movimientos”, decía DealBook, la newsletter de tecnología y negocios de The New York Times, “se producen mientras el sector tecnológico intenta establecer puentes con Trump. Silicon Valley tiene la fama de favorecer a los demócratas. Pero, durante las elecciones, algunas de las voces más partidarias de Trump estaban vinculadas a la tecnología. Y, desde entonces, un reguero de consejeros delegados del sector de la tecnología ha viajado a Mar-a-Lago (la residencia de Trump en Florida) para intentar ganarse al presidente electo”. Muchos de sus demás altos cargos proceden también de ese mundo híbrido que aúna innovación y finanzas. Su secretario del tesoro es gestor de un hedge fund. Su secretario de comercio, un ejecutivo de Wall Street. Su secretario de la marina, el presidente de una empresa de inversión de Florida sin experiencia militar. El jefe de la NASA, un emprendedor que trabajó en el proyecto de satélites de Musk.

Muchos de estos millonarios están sinceramente comprometidos con las políticas de Trump. Es evidente que no se han convertido en políticos por dinero. Pero están ampliando y consolidando un entramado que abarca la tecnología, los medios, las finanzas y la política de una manera muy peligrosa: todas esas cosas son fantásticas, pero es mejor que estén cuidadosamente separadas. Alguien dirá que esos hombres gestionarán mejor que burócratas de la política sin experiencia en el sector privado. Es discutible: los criterios para gestionar un Estado y un fondo de capital riesgo son completamente opuestos. Y, además, los nuevos “robber barons”, y los ejecutivos que han trabajado para ellos, tienen mentalidad revolucionaria y el celo de los fanáticos: creen genuinamente que el mundo irá mejor si se rige con los criterios que les han hecho ricos a ellos. Tan ambiciosos son que hasta creen que la influencia que ejercen por medio de la tecnología y las finanzas asociadas a ella es demasiado pequeña y necesitan un poquito más.

En los Estados Unidos del siglo XIX se llamó robber barons (algo así como “aristócratas ladrones”) a los grandes industriales que utilizaban cualquier recurso a su alcance para aumentar su riqueza. Aniquilaban o compraban a los competidores para conseguir monopolios. Manipulaban el mercado de valores. Influían de manera indebida en los altos cargos del Gobierno. Sus nombres eran legendarios: Andrew Carnegie, Cornelius Vanderbilt, John D. Rockefeller.

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