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Este hombre inventó los 'reality shows'. Ahora, Trump le ha dado un cargo
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Ramón González Férriz

El erizo y el zorro

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Este hombre inventó los 'reality shows'. Ahora, Trump le ha dado un cargo

Mark Burnett creó 'Supervivientes' y, años después, le ofreció a Donald Trump su propio 'reality', 'El aprendiz'. La serie fue un éxito rotundo y lanzó al empresario al mundo de la política

Foto: Mark Burnett, durante una conferencia en 2018. (Reuters/Mike Blake)
Mark Burnett, durante una conferencia en 2018. (Reuters/Mike Blake)

Mark Burnett es uno de los hombres más influyentes de nuestro tiempo. Pocos han conformado la cultura contemporánea como él. Y ninguno lo ha hecho mientras convertía a un empresario desacreditado en el presidente del Gobierno de Estados Unidos. Que, luego, le recompensaría con un cargo diplomático para el que no tenía experiencia alguna. Pero, para entender esta historia, retrocedamos veinticinco años.

Supervivientes fue un famoso reality show estrenado en Estados Unidos en el año 2000. En él, un grupo de personas competían en la selva por la poca comida que había disponible, intentaban que no les mataran las serpientes y los insectos y votaban quién debía ser expulsado hasta que solo quedaba un jugador que ganaba, en la versión original, un millón de dólares.

El formato se había inventado en Suecia, pero Mark Burnett, un espabilado británico de clase obrera que había llegado ilegalmente a Estados Unidos y se había convertido en un osado empresario televisivo, compró los derechos para emitir una versión estadounidense. Ninguna cadena estaba muy entusiasmada. Se habían hecho realities antes, pero no habían tenido un gran éxito; más bien habían sido experimentos de documentalistas pretenciosos o semiculebrones hípsteres de la cadena juvenil MTV. Al final, Burnett consiguió convencer a la CBS con un argumento imbatible: sería un programa baratísimo de hacer.

Improvisando, reclutó a dieciséis concursantes que no tenían ni idea de cómo debían actuar, se los llevó a Borneo y les puso a convivir y hacer pruebas mientras unos cámaras les perseguían. Enseguida surgieron conflictos y conjuras; y si no surgían, se diría luego, el equipo, instigado por Burnett, los provocaba. Mientras se grababan y, más tarde, editaban los primeros capítulos de la primera temporada, Burnett y los productores se dieron cuenta de que tenían un producto muy bueno con personajes reconocibles, adorables e irritantes por igual. Pero su brutal éxito fue inesperado. El programa se convirtió en una máquina de ganar dinero gracias al patrocinio de varias marcas y el precio salvaje que la cadena pedía a los anunciantes que querían aparecer en los intermedios. Y fue un fenómeno cultural sin precedentes sobre el que discutían incesantemente políticos, periodistas y profesores: ¿era moral o inmoral? ¿Era innovador o escandaloso? ¿Empático o cínico? Más tarde, cuando los participantes volvieron a la vida real, experimentaron otros rasgos propios de los realities: aunque el programa les había hechos famosos e introducido en el mundo de la televisión, la cadena les había pagado muy por debajo de su valor, muchas veces no sabían digerir la fama y el dinero y, en algunos casos, como el del primer ganador, acabaron en la cárcel. Burnett fue considerado un genio y construyó un imperio de la producción televisiva. La versión española se estrenó muy poco después con Jorge Javier Vázquez.

La política se convierte en un 'reality'

La historia de Burnett la cuenta uno de los libros más brillantes de 2024, Cue the Sun. The Invention of Reality TV, de Emily Nussbaum, la crítica televisiva de la revista The New Yorker. La autora cuenta que hace veinte años, mientras se emitían las primeras temporadas de Supervivientes, pensó en escribir un libro sobre la historia y el impacto de los realities, pero los editores y sus amigos le dijeron que era una idea absurda porque ese formato, estúpido y oportunista, acabaría desapareciendo. Sin embargo, su éxito ha sido inmenso y perdurable, y su influencia ha ido más allá de lo que podía imaginar.

En la misma época en que se emitió Supervivientes, apareció otro programa que era muy parecido y al mismo tiempo muy distinto, Gran Hermano. Difería en algunos puntos importantes con el primero porque su creador, John de Mol Jr., entendió, a finales de los noventa, la incipiente era de internet. El programa no se emitiría solo en capítulos, sino que podría verse las 24 horas en directo. No serían los participantes quienes se expulsarían entre ellos; ese trabajo lo haría el público, que votaría por teléfono. Gran Hermano, que en España también se estrenó enseguida con Mercedes Milá, acabó de asentar un género ya dominante. Como cuenta Nussbaum, la idea del “confesionario” —que los participantes hablaran a solas directamente con la cámara como si estuvieran en el psicólogo—, la intromisión constante del vídeo íntimo o la fama basada en actos intrascendentes anticiparían la cultura digital que nos domina hoy.

placeholder Donald Trump le da la enhorabuena al ganador de la quinta temporada del reality 'El aprendiz'. (Reuters)
Donald Trump le da la enhorabuena al ganador de la quinta temporada del reality 'El aprendiz'. (Reuters)

Pero volvamos a Burnett y su extraño camino hacia la diplomacia. Tras el éxito de Supervivientes tuvo una idea aún más osada. Le ofreció a Donald Trump —un empresario inmobiliario que se había hecho medianamente famoso por su sed de celebridad y una sucesión de bancarrotas—protagonizar su propio reality. Al principio, Trump se negó: consideraba que ese género era demasiado populachero y controvertido. Pero al final aceptó. El programa se titularía El aprendiz y se estructuraría igual que Supervivientes, aunque los participantes, en lugar de competir en la selva por sobrevivir, lo harían por conseguir un empleo en las empresas de Trump. La serie, por supuesto, fue un éxito rotundo, hizo realmente famoso a Trump, popularizó sus ideas sobre la gestión empresarial y la economía, le reportó cientos de millones de dólares y lo lanzó a la candidatura presidencial de 2015 con la que acabó siendo presidente. Su agradecimiento con Burnett, como cabe imaginar, es infinito. De ahí ese nombramiento.

Los realities son una fuerza innegable de nuestra cultura popular que, como dice Nussbaum, han sabido convertirse en “una poderosa ventana a la vulnerabilidad humana y han roto tabúes sobre lo que se permitía decir o ver”. Pero han acabado haciendo algo más: han conformado nuestra política, que en algunos aspectos es indistinguible de la cultura de las celebrities, las peleas televisadas y el narcisismo de los ganadores. Retrospectivamente, parece inevitable que sucediera así.

Mark Burnett es uno de los hombres más influyentes de nuestro tiempo. Pocos han conformado la cultura contemporánea como él. Y ninguno lo ha hecho mientras convertía a un empresario desacreditado en el presidente del Gobierno de Estados Unidos. Que, luego, le recompensaría con un cargo diplomático para el que no tenía experiencia alguna. Pero, para entender esta historia, retrocedamos veinticinco años.

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