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Màxim vs. Màxim: así es como Twitter boicotea tu carrera política
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Juan Soto Ivars

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Màxim vs. Màxim: así es como Twitter boicotea tu carrera política

Durante los seis días en que subsistió, vimos a un ministro troleado por el escritor y presentador que había sido

Foto: El ministro de Cultura y Deporte, José Guirao (d), durante el traspaso de carteras con el ministro saliente Màxim Huerta. (EFE)
El ministro de Cultura y Deporte, José Guirao (d), durante el traspaso de carteras con el ministro saliente Màxim Huerta. (EFE)

No puedo evitarlo: cuando la unanimidad es tan sólida, se me dispara el gen marginal y me pongo psicológicamente de parte del apestado. El Confidencial publicó el miércoles una información absolutamente noticiosa: Màxim Huerta había defraudado al fisco, lo cazaron, cometió la imprudencia de querellarse con Hacienda y perdió. Pagó lo que había distraído esos tres años más los intereses y las costas. No informó al equipo de Pedro Sánchez de esta mancha en su expediente, pero el periodismo, deliciosamente traidor, hizo su trabajo.

No, Màxim, no es jauría, como comentaba en este medio Carlos Sánchez, quien puso el foco sobre la zona de sombra que habías ocultado a tu presidente. Esto lo sabes bien porque también eres periodista, y hace suficiente tiempo que te sigo en Twitter como para saber que no eres de los que callan cuando cazamos a un político. Pero sí hay otra jauría que te ha mordido indiscriminadamente desde el primer día, y contra sus dientes sí merece la pena detenerse un poco, no por ti, que vuelves al polvo en el que nos arrastramos los que vamos sin cartera ministerial, sino por otros que vendrán.

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El caso de Màxim Huerta debe servirnos para pensar sobre la regeneración política que queremos desde un punto de vista distinto al de la limpieza de las almas. El cambio político más drástico de los últimos años ha sido la absorción de personas de la sociedad civil por parte del aparato político. Desde los círculos de Podemos hasta los topos de la ANC en Cataluña, pasando por los nombramientos de Pedro Sánchez, España vive un cambio profundo en el que ciudadanos reales se cuelan en ese reino de taifa habitualmente vetado a los mortales.

Tenemos así este raro fenómeno de un Gobierno del PSOE donde, además de mujeres, como se dice hasta la saciedad, nos encontramos antiPSOE: personas que no pertenecen al aparato, que no deben favores a ningún barón y que violentan la estructura interna de un partido cuya muerte vino por el anquilosamiento y cuya resurrección, si a Sánchez le sale la jugada, podría venir de la traición. Màxim Huerta era uno más de los independientes con los que Pedro Sánchez hizo la doble jugada de montar un Gobierno vistoso y convertir su aislamiento dentro del partido en una ventaja.

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Huerta se vio como un punto débil. La gente de la cultura, que internamente lleva siempre mal que nombren (o premien) a otro, encontró en la ligereza literaria de Huerta y en su relación con Ana Rosa Quintana el motivo para desahogar el estrés con sátiras ingeniosas. El ministro de Cultura llegó cuestionado por la cultura, que tenía que ser su punto fuerte, y los excavadores de Twitter no tardaron ni dos horas en hallar pruebas de que el chándal del Deporte le iba demasiado grande.

Vimos entonces a Màxim contra Màxim, es decir, al Màxim anterior reventando a palos al Màxim ministerial. Todo lo que dijo en Twitter el primero en las tardes frívolas y las noches locas, sin despertar más pasiones ni producir más consecuencias de las que son habituales en esa jaula de grillos, se volvía contra el que, por nombramiento, acababa de ingresar en el hipócrita mundo de las apariencias. Durante los seis días en que subsistió, hasta que El Confidencial publicó esa información, vimos a un ministro troleado por el escritor y presentador que había sido.

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Algo va mal, pensaba para mis adentros, cuando exigimos a una persona de la sociedad civil que cumpla los rígidos estándares que pedimos hoy a nuestra clase política. Si queremos ver regeneración, con caras de profesionales competentes, de escritores, de ingenieros, de economistas sin carné, tendremos que entender que el pasado, hasta el minuto en que empiezas a desempeñar un cargo público, debe leerse sin tantos aspavientos. Huerta pronunció en su despedida unas palabras que deberían hacernos pensar: se quejó de no tener derecho a defenderse ni a explicarse. Asumió que no sería escuchado. Tenía razón. Dejando aparte su fraude fiscal, por el que ya pagó lo que se exige, sus palabras del pasado pesaban más que cualquier cosa que pudiera decir ahora.

Coincido con mis compañeros en que Huerta no debía ser ministro, pero me toca plantear algún matiz. Durante sus años de bonanza, Huerta no hizo lo que “hacía todo el mundo”, como expresó en su comparecencia, sino lo que hacía mucha gente. Montó una empresa pantalla para no pagar los impuestos que se exigen a los ricos. Quizá fue mal asesorado, pero era su responsabilidad. Muchos tomaron la decisión contraria. Pagaron un tipo altísimo y aguantaron que les llamasen idiotas por no montarse el chiringuito. Así que una persona que tomó esa decisión no debe ser ministro de un partido que cree en la proporcionalidad de los impuestos. Así de simple.

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Pero también creo, y aquí viene el matiz, que el hecho de que pagase por su evasión hubiera debido tenerse en cuenta. Y además creo que Huerta hubiera podido desempeñar un buen papel en ese ministerio, y esto se cuestionó desde el minuto uno, en parte por sus tuits.

Creo que el hecho de que pagase por su evasión hubiera debido tenerse en cuenta. Y además creo que hubiera podido desempeñar un buen papel

Es incoherente con nuestro afán de regeneración que exijamos una pureza verbal decimonónica a los que van a dar el salto a la política desde la sociedad civil. Es estúpido que revisemos una cuenta de Twitter en busca de cualquier 'boutade' y que las palabras pierdan el contexto en que se dijeron. Este control paranoico y puritano nos lleva a un lugar que es la antítesis de la transparencia. Alimenta la hipocresía. Obliga a mentir y a fingir.

Se reprochó a Huerta que no hubiera borrado sus tuits antes de anunciarse su nombramiento. Hace unos años hubiera pensado lo mismo, pero el control de las redes es tan estricto que hoy me pregunto: ¿no estamos exigiéndoles que nos engañen? Pienso que sería mucho mejor para todos que, como dice Juan Manuel de Prada en una entrevista reciente, tiremos de la católica costumbre de vernos unos a otros como pecadores y, por tanto, dignos de la mano izquierda. ¿Cuántos de los que afearon sus tuits a Huerta podrían ser ministros bajo semejante rigor?

No puedo evitarlo: cuando la unanimidad es tan sólida, se me dispara el gen marginal y me pongo psicológicamente de parte del apestado. El Confidencial publicó el miércoles una información absolutamente noticiosa: Màxim Huerta había defraudado al fisco, lo cazaron, cometió la imprudencia de querellarse con Hacienda y perdió. Pagó lo que había distraído esos tres años más los intereses y las costas. No informó al equipo de Pedro Sánchez de esta mancha en su expediente, pero el periodismo, deliciosamente traidor, hizo su trabajo.

Màxim Huerta