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Las realidades que destapa el metaverso
La transición digital no es un asunto técnico que requiere solamente solvencia. Es ante todo un proceso político que requiere gobernanza pública
Estamos inmersos en una época de transiciones —la transición digital, la transición ecológico-energética y (menos considerada, pero igualmente importante) la transición demográfica—.
Las transiciones, como la Tierra, no son planas sino bastante rocosas y accidentadas, pues van a entrañar cambios considerables y alteraciones del 'statu quo' y, como respuesta, fuertes reacciones para condicionar los cambios, retrasarlos o dirigirlos desde los intereses particulares de empresas gigantes, fondos financieros y todos sus 'lobbies'.
Esta situación reclama un nuevo y muy serio esfuerzo a los pensadores de la economía, de modo que, sin abandonar la política económica, se adentren también en el terreno de la economía política, es decir, de las consecuencias políticas y sociales del devenir del sistema económico.
Ahora mismo nos encontramos ante un nuevo episodio de la transición digital radicalmente innovador y disruptivo: la aparición del metaverso, la nueva plataforma, en la que están depositando sus esperanzas tanto la antigua Facebook, ahora Meta, como también Microsoft, que anuncian que nos van a ofrecer un nuevo mundo virtual donde relacionarnos, divertirnos, trabajar, comprar y vender, y construir una vida propia.
Yo no quiero caer en tentaciones 'luditas', aunque confieso mi temor al pensar cuántos de los 2.000 millones de personas que ya usan Facebook van a caer en las redes (nunca mejor dicho) de una realidad virtual menos hostil que su vida real, escapando de esta lo máximo posible. Más que destrozar esa vida virtual a martillazos, prefiero presentar tres apuntes relacionados con la economía política del metaverso.
1. Si estamos hablando de un mundo virtual con vocación de ser verosímil, completo, comprehensivo, entonces tendrá que tener unas reglas básicas de comportamiento social. Esta necesidad ya era relevante en el mundo virtual de Facebook, Instagram, Twitter y todas las redes sociales, pero ahora se ha hecho aún más evidente: las comparecencias de Frances Haugen ante el Congreso de los EEUU han servido para desvelar una serie de hechos que muestran la arbitrariedad de las normas establecidas para sí misma y para sus miles de millones de seguidores por Facebook: la empresa parece que tenía conocimiento, por estudios realizados internamente, de las posibles tendencias a la depresión de chicas adolescentes como resultado de su nivel de aceptación social en Instagram, pero no hizo nada por resolver el problema; Facebook parece que tiene en torno a cinco millones de personas vip, a las que no aplica las normas que ha establecido para el resto, y parece también que decidió suprimir una vez celebradas las elecciones presidenciales en los EEUU todas las barreras de comportamiento político estricto, con lo que pudo abrir la puerta al 'negacionismo' antidemocrático de cientos de miles de seguidores de Trump…
La conclusión que se deriva de estas revelaciones es que gobernar el comportamiento de miles de millones de personas en una plataforma virtual no puede dejarse en manos de las empresas dueñas de la plataforma —estas no se pueden erigir en jueces, siendo parte interesada en el proceso—. Más bien, se necesita una definición clara de los derechos y deberes ciudadanos en la realidad virtual, realizada por los poderes públicos, que son los encargados de mirar por el interés común. Por eso se ha comenzado a hablar en los EEUU de la necesidad de un nuevo 'bill of rights'. Muchos no lo sabrán, pero en este terreno España está siendo pionera al poner en marcha, por iniciativa del ministerio que dirige Nadia Calviño, una 'Carta de Derechos Digitales'. Claro está que esta no servirá de mucho a no ser que se convierta en unas reglas de juego de validez internacional, que es lo que España está proponiendo a escala multilateral, por ejemplo, en la OCDE. En definitiva, la existencia de una definición clara de los derechos y deberes de los ciudadanos en el mundo digital es un imperativo absolutamente imprescindible que tendrá que nacer en paralelo al metaverso.
2. La cantidad de datos que serán necesarios para construir una realidad virtual convincente para miles de millones de personas, y la cantidad de datos adicionales que esos miles de millones de usuarios van a traspasar a las empresas propietarias del metaverso, va a ser descomunal. Lo cual nos debería llevar a una consecuencia tan evidente como poco resuelta en la realidad: son cinco empresas (en el mundo occidental) las que han acumulado ya tal cantidad de datos personales que será muy difícil que surjan muchas más que puedan competir con ellas. En el mundo actual, los datos son ya el nuevo 'input' básico de producción. Y aún más importante: los datos estructurados son la nueva infraestructura básica de los negocios. Tenemos ya ante nosotros una situación de dominio del mercado, de oligopolio como quizás nunca haya existido. A este tema tan central a la economía política de nuestros días dedicaré una próxima reflexión y propuesta. Pero por ahora dejemos la pregunta bien formulada: ¿cómo se puede romper esta situación de un descomunal dominio oligopólico en un mercado que va a ser central en nuestras vidas, el mercado digital?
3. Por último, existe otra realidad paralela, esta vez en la vida real, que conviene situar en primer plano: conocemos los enormes desarrollos que se están dando en la transición digital y la inteligencia artificial en nuestro mundo. Pero tenemos menos conocimiento, y casi ningún acceso, a los desarrollos que están ocurriendo en China. Sin embargo, la transición digital, por su naturaleza intrínseca, es universal y no podrá avanzar plenamente si se desarrolla aislada en dos enormes silos estancos. Las tensiones entre China y los EEUU y sus aliados en el Pacífico propician esta situación. Pero nosotros somos Europa, y sin renunciar a los lazos trasatlánticos debemos construir a partir de nuestra propia 'responsabilidad estratégica' una relación con China que, aunque no se puede basar en la identidad de valores, sí puede y debe fundamentarse en la búsqueda de acuerdos basados en intereses comunes. Europa tiene el potencial para la virtud más escasa y preciosa que se precisa ahora en las relaciones con China, la capacidad de sobrevolar las diferencias y definir los lugares de encuentro. ¿Va a poner Europa en valor esa ventaja crucial?
La transición digital no es un asunto técnico que requiere solamente solvencia. Es ante todo un proceso político que requiere gobernanza pública. No nos podemos quedar de brazos cruzados mientras esa nueva realidad, dejada a sí misma, produce para miles de millones de personas normas de conducta dictadas por el beneficio, y nuevas dominaciones que terminaremos pagando los ciudadanos; una realidad, además, que, a pesar de su naturaleza universal, sigue profundizando en el peligro de un mundo dividido en bloques.
*Manuel Escudero. Embajador de España ante la OCDE. Autor de 'Nueva socialdemocracia'.
Estamos inmersos en una época de transiciones —la transición digital, la transición ecológico-energética y (menos considerada, pero igualmente importante) la transición demográfica—.