Desde Melmac
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Cinco comedias insufribles que Netflix podría haberse ahorrado
Las creaciones del género cómico de la plataforma de 'streaming' no están, en muchas ocasiones, a la altura de las creaciones dramáticas
Este 2017 está siendo un año complejo para Netflix. Hace un par de semanas, la compañía de Red Hastings informaba de que el número de suscriptores internacionales era, por primera vez en los veinte años de historia de la empresa, mayor que el de estadounidenses. Siete días después, la noticia llegaba con los ingresos que la aplicación para móviles de Netflix había conseguido en el segundo trimestre de 2017. 153 millones de dólares, frente a los 46 del ejercicio anterior, un 233% más, convirtiéndose en la aplicación que más ingresos ha obtenido a nivel mundial durante ese periodo. Buenas noticias que, sin embargo, chocan con la situación creativa de la empresa, que, mientras aumentaba sus suscriptores, cancelaba algunos de sus proyectos más ambiciosos.
Entre las quejas que los seguidores de ‘The Get Down’ y ‘Sense 8’ dejaron en las redes sociales tras su suspensión, no faltaban los que se preguntaban por qué su serie era cancelada mientras el catálogo de comedias de la compañía era (salvo honrosas excepciones) un completo despropósito. Y aunque es una protesta que, a nivel económico, no tiene ningún fundamento, resulta comprensible si nos atenemos a planteamientos cualitativos. Aunque estoy convencida de que ‘Master Of None’ debería ganar todos los Emmys posibles en la ceremonia del mes que viene, también hay que reconocer que entre las producciones cómicas de Netflix podemos encontrar algunas series para las que es difícil justificar su existencia. Por muy lustrosos que sean sus repartos o lo originales que pretendan ser sus propuestas. Que tampoco.
‘Friends from College’, reencuentro innecesario
La última comedia estrenada por la plataforma de 'streaming' cuenta la historia de seis jóvenes que compartieron sus años universitarios y en la actualidad, mientras se acercan a los cuarenta años, viven en Nueva York. Entre ellos hay una pareja, Ethan y Lisa, en la que él le está siendo infiel con otra componente del grupo, Sam. Ethan también tiene por costumbre tocarle las pelotas (literalmente) a Max, cuando se encuentran, como en los viejos tiempos. Y a pesar de su aventura, y de que viven en el sofá de Marianne, está decidido a ser padre. Aunque para ello tenga que recurrir al dinero del multimillonario Nick.
Más allá de los clichés o de lo estúpido que resulta plantearse ampliar la familia cuando no tienes donde caerte muerto, ‘Friends from college’ resulta intrascendente desde el arranque por culpa de un planteamiento desordenado y un humor bastante discutible. Ni la presencia de Fred Savage (sí, el de ‘Aquellos maravillosos años’), Cobie Smulders (‘Cómo conocí a vuestra madre’) o Keegan-Michael Key (‘Key & Peele’), que resulta irritante demasiado pronto, salvan esta farsa absurda y carente de interés en la que lo más atractivo es la presencia de secundarios como Ike Barinholtz, Kate McKinnon o Seth Rogen. Perpetrada por el director y guionista Nicholas Stoller y la actriz y guionista Francesca Delbanco, que se reserva un papel , ‘Friends from college’ es, junto a ‘Gipsy’, uno de los estrenos del mes de julio más prescindibles de Netflix.
'Girlboss', la emprendedora insufrible
La adaptación de la autobiografía de Sophia Amoruso, fundadora de la empresa de moda Nasty Gal, ostenta un récord al alcance de pocas producciones de Netflix. Fue cancelada 66 días después de ser estrenada, una rapidez inusitada para la plataforma, que hasta este año podía presumir de recurrir a la cancelación con menos frecuencia que las cadenas convencionales. Pero las críticas devastadoras, y su baja audiencia (que a falta de cifras oficiales se traslada al ruido mediático), hicieron que Netflix descartase dar a la historia de Sophia Marlowe ni un minuto más en su catálogo.
Marlowe es una joven que vive en San Francisco y decide dedicarse a la venta de ropa de segunda mano en eBay para sobrevivir. Un trabajo que compagina con su labor en la recepción del campus de la Academia de Arte de la universidad de la ciudad. Su talento para la moda no logra conquistar al espectador porque la propuesta carece de gracia o interés. Y buena parte de la culpa la tiene el personaje protagonista de la serie, una joven egoísta y pretenciosa, que toma decisiones muy discutibles y con cuyo carácter resulta difícil empatizar. Si a eso le sumamos el discreto éxito que tienen las series sobre el mundo de la moda, la pregunta inevitable es ¿quién demonios creyó que esto era una buena idea?
'Santa Clarita Diet', zombis de periferia
“Drew Barrymore protagonizará una serie de Netflix” fue el titular con el que, en marzo de 2016, se anunció el fichaje de la estrella de cine por la plataforma. Un encabezamiento tan llamativo como engañoso, porque llamar a ‘Santa Clarita Diet’ serie es una falta de respeto hacia las que realmente lo son. Cuesta creer que gente curtida en la televisión, como Timothy Olyphant, o intérpretes a los que se les presupone cierta dignidad, como Drew Barrymore, se presten a este despropósito que además tendrá segunda temporada.
Netflix debió de considerar que su audiencia, de la cual como es habitual no existen cifras, fue lo suficientemente digna como para continuar con esta historia en la que Sheila, una agente inmobiliaria de la periferia de Los Ángeles, contrae una rara enfermedad que le ha convertido en un “muerto viviente”. Para iniciarnos en la nueva condición de Sheila el espectador asiste a un desmedido ataque de vómitos, que termina tiñendo el baño de una lujosa casa en un escenario grotesco y repugnante. El resto es una sucesión de situaciones en las que la inexplicable conformidad de Joel, su marido, es lo menos surrealista del personaje. Porque aún más inexplicable que la aceptación de la zombificación de su mujer es que Olyphant (‘Deadwood’, ‘Justified’) esté metido en semejante disparate.
'Flaked', el impostado hombre renovado
Antes de que Sophia Marlowe llegase a Netflix, el galardón de personaje más insufrible de la plataforma lo merecía indiscutiblemente Chip, el protagonista de ‘Flaked’. Una comedia estrenada en marzo de 2016, creada por el actor y cómico estadounidense Will Arnett (la voz de 'BoJack Horseman') y su compañero de profesión Mark Chapell. Y aunque el talento de Arnett ha quedado demostrado en varias producciones, este es uno de los trabajos más discutibles de su carrera. Porque su pretensión de ser una comedia poco convencional, y más trascendental que sus compañeras de género, resulta exagerada para un protagonista que no despierta el más mínimo interés.
Chip es un hombre que acude a las reuniones de alcohólicos anónimos en Venice, una localidad californiana a la que fue a parar en una de sus borracheras. A pesar de su aparente rehabilitación, Chip esconde algunos secretos que podrían emborronar su nueva vida, lo que le lleva a aparentar una normalidad que pretende resultar cómica. Para, alguna secuencia después, tratar de ponerse melodramática impostando a la trama diversas capas supuestamente trascendentales. Un “quiero y no puedo” asentarme en ese género de las 'dramedias' en el que ‘Orange Is the New Black’ o ‘Shameless’ son maestras a mil años luz de distancia.
'Love', enamorarse en los tiempos modernos
Lo sé, ‘Love’ fue esa comedia de la que todo el mundo habló maravillas en febrero de 2016, pero qué queréis que os diga, a mi Mickey y Gus no me importaban lo más mínimo. Con el aval de Judd Apatow como creador de la historia, junto a Lesley Arfin y Paul Rust, y la presencia de Gillian Jacobs y Paul Rust en el reparto, esta comedia pretende narrar las relaciones de pareja modernas. Y ha contado con una segunda entrega, aunque en marzo de 2017 el ruido que generó la producción fue mucho menor que en su estreno.
Gus y Mickey se conocen en una tienda, cuando él se ofrece a pagar el café de ella, que ha olvidado su cartera. El comienzo de una relación de desarrollo pausado, con una agudeza cómica discutible y unos personajes cuyo único mérito es ser una versión actualizada de la comedia romántica al uso. Dos roles que pueden resultar sosos, que se conocen tras unos primeros cuarenta minutos que se hacen eternos y en los que es difícil interesarse por el devenir de cualquiera de ellos. Demasiado tiempo para tan poca gracia, en una historia que para cuando despega el espectador puede haberse rendido. Pero claro, para eso está el atracón marca de la casa. Para que lo infumable perviva a base de esa parte de la audiencia que nunca pierde la esperanza de que “todo puede mejorar”.
Este 2017 está siendo un año complejo para Netflix. Hace un par de semanas, la compañía de Red Hastings informaba de que el número de suscriptores internacionales era, por primera vez en los veinte años de historia de la empresa, mayor que el de estadounidenses. Siete días después, la noticia llegaba con los ingresos que la aplicación para móviles de Netflix había conseguido en el segundo trimestre de 2017. 153 millones de dólares, frente a los 46 del ejercicio anterior, un 233% más, convirtiéndose en la aplicación que más ingresos ha obtenido a nivel mundial durante ese periodo. Buenas noticias que, sin embargo, chocan con la situación creativa de la empresa, que, mientras aumentaba sus suscriptores, cancelaba algunos de sus proyectos más ambiciosos.