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"Tengo más de 30 años, he hecho lo que me dijeron pero no consigo lo que quiero"
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Luis Muiño

El consultorio psicológico del siglo XXI

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"Tengo más de 30 años, he hecho lo que me dijeron pero no consigo lo que quiero"

Una lectora treintañera nos escribe para exponernos una situación vital en la que siente que no puede tomar sus propias decisiones. Esto es lo que responde nuestro experto

Foto: Soledad. (iStock)
Soledad. (iStock)

"Tengo 36 años y no tengo una mala vida. Sin embargo, últimamente me siento vacía. Estudié arquitectura porque mis padres pensaban que era la carrera ideal para mí. Cuando acabé vino pronto la crisis pero conseguí un trabajo que no está mal, aunque siento que casi solo hago labores administrativas. Me casé con 30 años y vivo en el barrio donde vivía mi marido. No es mal lugar, pero está muy retirado de la zona donde yo viví siempre. Ahora él quiere tener hijos. Y no sé, tengo la sensación de que todo pasa sin darme tiempo a tomar mis propias decisiones. Y lo peor, Luis Muiño, es que cuando pienso en lo que me gustaría, me salen cosas que están muy alejadas de la vida que tengo ahora".

Hola. Me da la impresión de que la necesidad de vinculación con los demás es una de tus motivaciones más importantes. Y que estás en una etapa de crisis en la que replanteas si te compensan los costes de ese impulso vital. Vivimos en una sociedad individualista y la mayoría de las personas van a tender a denigrar tu impulso de afiliación. "Sé más egoísta y olvídate de los demás", te van a decir. Yo quiero mostrarte una alternativa hablándote de científicos que la valoran porque han encontrado datos sobre el poder que aporta.

Carencias individuales

La socióloga Janja Lalich, por ejemplo, es profesora de la California State University. Desde su cátedra ha dirigido muchos estudios sobre sectas investigando en profundidad los riesgos de ese impulso de adhesión. No se la puede considerar ilusa en ese sentido. Sin embargo, en muchos de sus libros nos recuerda las ventajas que ofrece la capacidad de vincularnos en relaciones personales. En su libro 'Bounded Choice: True Believers And Charismatic Cults', por ejemplo, analiza la sensación de satisfacción que producen la empatía, el placer de la sensación de ser queridos, la reducción del ego que nos lleva a escuchar realmente a los demás y a disfrutar de relaciones verdaderamente profundas.

Tener un colchón sentimental nos hace también más tolerantes a los fracasos. Las crisis vitales se solventan mejor en compañía de otros

De hecho, esta socióloga es uno de los muchos investigadores que niega la idea tópica de que las personas buscan la afiliación para tapar carencias individuales. Analiza multitud de casos para concluir que los individuos que deciden adentrarse en vínculos profundos no tienen una especial problemática psicológica. Los seres humanos no nos emparejamos, formamos grupos de amigos o nos unimos a ellos para solucionar carencias individuales. Al contrario: según los análisis de Lalich, la inteligencia, el idealismo, la curiosidad y la fortaleza psicológica son en realidad prerrequisitos para involucrarse en relaciones intensas.

Otro ejemplo: el psicólogo Mark Leary, profesor de neurociencia de la Duke University, resalta el papel que tiene esta motivación por la vinculación profunda en nuestra autoestima. En libros como 'The Curse of the Self' nos recuerda que muchas personas se quieren más a sí mismas porque se sienten valorados por los demás. Al igual que te ha ocurrido a ti, gran parte de los actos de esas personas tienen como fin aumentar nuestra inclusión social. Y ese esfuerzo por conseguir la aceptación del prójimo hace que se mejoren a sí mismas: no solo maquillan su apariencia, también maximizan sus potenciales reales.

Compañía

Tanto Lalich como Leary señalan algunas de las grandes ventajas de una red de apoyo emocional a la hora de salir de problemas psicológicos tales como la depresión, las adicciones o los trastornos de ansiedad. Tener un colchón sentimental nos hace también más tolerantes a los fracasos: las crisis vitales se solventan mejor en compañía de otros. Y, por supuesto, eleva nuestro tono emocional, uno de los factores más citados en las encuestas sobre felicidad es el sentimiento de compañía. Las personas que se sienten queridas por otros individuos (la cantidad no cuenta: es una cuestión de calidad) están en mejores condiciones para alcanzar la plenitud vital. Tu impulso de afiliación es, incluso, un potencial en el mundo laboral: las personas con más motivación de pertenencia, por ejemplo, funcionan muy bien en ámbitos en que el 'networking' (establecimiento de redes de contacto) es esencial.

Quizá lo que te haya llevado a la desmotivación sea esa necesidad de ganarte el cariño con sumisión colocando siempre tu bienestar por debajo

Hay también estudios que resaltan las ventajas de nuestra motivación de afiliación analizando los problemas que padecen los que carecen de ella. Un ejemplo son los problemas de salud: una investigación de la Harvard Medical School encontró que los hombres con pocas relaciones sociales tienen más riesgo de padecer enfermedades cardíacas. En la misma línea, investigadores de la Universidad de Wisconsin y del King’s College de Londres hallaron datos que mostraban que los chicos solitarios tienen más probabilidades de convertirse en adultos físicamente insanos que tenían, efectivamente, más riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares. Los famosos versos de Antonio Machado ("Poned atención: un corazón solitario no es un corazón") parece que tienen bases fisiológicas.

placeholder Toma las riendas. (iStock)
Toma las riendas. (iStock)

En este momento de crisis vital entiendo que dudes si tu capacidad de enlazar con los demás te ha llevado a anularte como persona. Pero autores como los que te he citado nos ofrecen una hipótesis alternativa. Quizás el problema no está en impulsarnos por la motivación de afiliación, sino en la forma en que la canalizamos.

Síndrome de Solomon

En 1951, Solomon Asch, psicólogo de la Universidad de Harvard, diseñó un experimento simple que se convertiría en un clásico de la psicología. Consistía en mostrarle a una persona dos líneas de diferente tamaño y preguntarle si eran iguales. Cuando se preguntaba a individuos de uno en uno, no tenían ningún problema en discernir que una era claramente más grande que la otra. Pero cuando se introducía a voluntarios en una fila y los que iban delante de él (cómplices del experimentador) respondían que las líneas eran iguales, era muy habitual que el sujeto asumiera el diagnóstico del grupo y dijera que las dos líneas parecían medir lo mismo. Asch preguntó después a estos voluntarios a qué se había debido su error. Y la mayoría reconocieron haber respondido mal por no "decepcionar" al resto del grupo.

Analiza la satisfacción que producen la empatía, la sensación de ser querido, la reducción del ego y el disfrute de relaciones profundas

Desde entonces, muchos especialistas denominamos "Síndrome de Solomon" a la excesiva tendencia a la deseabilidad social. Cuando nos vemos afectados por este síndrome tomamos decisiones, emitimos juicios y vertemos opiniones con el único objetivo de cumplir las expectativas ajenas. Creemos que para ser queridos tenemos que satisfacer las necesidades de los demás y olvidarnos completamente de las nuestras. Confundimos, en suma, la sana motivación de vinculación con una insana necesidad de no decepcionar nunca a las personas a las que queremos.

Quizás lo que te haya llevado a la desmotivación sea esa necesidad de ganarte el cariño con sumisión colocando siempre tu bienestar por debajo del ajeno. Puede que tu compulsión a agradar a los demás te haya hecho olvidar la importancia de manifestar tus criterios personales: si dos personas no discuten nunca, es porque una de ellas se está callando todo. En 'El arte de ser feliz' Arthur Schopenhauer daba algunos consejos para evitar este peligro, que él denominaba "la triste esclavitud de estar sometidos a la opinión ajena".

La solución no está en negar la satisfacción que te proporciona relacionarte con profundidad. Él y otros autores nos recuerdan que hay una alternativa a la negación de la necesidad de cariño y es canalizar la motivación de afiliación hacia vínculos de igualdad, en los que puedas escucharte a ti misma y negociar las preferencias de cada uno sin anularte.

"Tengo 36 años y no tengo una mala vida. Sin embargo, últimamente me siento vacía. Estudié arquitectura porque mis padres pensaban que era la carrera ideal para mí. Cuando acabé vino pronto la crisis pero conseguí un trabajo que no está mal, aunque siento que casi solo hago labores administrativas. Me casé con 30 años y vivo en el barrio donde vivía mi marido. No es mal lugar, pero está muy retirado de la zona donde yo viví siempre. Ahora él quiere tener hijos. Y no sé, tengo la sensación de que todo pasa sin darme tiempo a tomar mis propias decisiones. Y lo peor, Luis Muiño, es que cuando pienso en lo que me gustaría, me salen cosas que están muy alejadas de la vida que tengo ahora".

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