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Sobre la falta de cortesía en nuestra vida cotidiana
Los humanos nos necesitamos unos a otros, pero también necesitamos nuestro propio espacio. Ese equilibrio se consigue a través de unas normas arbitrarias, pero eficaces, que a algunas personas parece que les cuesta trabajo seguir
A través de la imitación, la cortesía —y la descortesía— se interioriza y transmite de padres a hijos, aprendiéndose también en los colegios a edad tan temprana como los cinco años. Incluso antes: cuando se han dado clases de cortesía a niños de dos y tres años enseñándoles cómo saludar a un amigo, pedir turnos y expresar afecto, lo han aprendido enseguida con una breve práctica diaria durante mes y medio. Como en otros comportamientos humanos, el aprendizaje no acaba ahí, y los niños siguen observando e imitando la cortesía en su grupo de iguales, en los medios de comunicación y en modelos y personas relevantes de la vida social y política.
Los humanos nos necesitamos unos a otros, pero también necesitamos nuestro propio espacio. Ese equilibrio se consigue a través de unas normas arbitrarias, pero eficaces, que a algunas personas parece que les cuesta trabajo seguir. No hay que confundir la cortesía con la amabilidad, que incluye además empatía y confianza en los otros, franqueza, altruismo, actitud conciliadora y modestia. Con la cortesía, se trata únicamente —y no es poco— de establecer y acatar unas normas sociales, unas reglas de urbanidad, que permitan las interacciones sociales respetando el espacio de cada uno, haciendo así la vida más grata. Existe consenso sobre las conductas que definen este concepto: una persona se comporta cortésmente cuando reduce su volumen de voz si habla por teléfono en un lugar público, cuando da las gracias al recibir un regalo, cuando se interesa por la salud de un enfermo, cuando responde a una llamada, cuando saluda si llega donde hay otras personas y se despide de ellas al marcharse…
Ninguno de esos casos implica que el que podría hablar a gritos se haya preocupado verdaderamente por los demás, que el que da las gracias esté encantado con el regalo, que le importe mucho la salud de quien enfermó o que al responder a una llamada le vaya la vida en ello; mucho menos que le ocurra eso al saludar y despedirse de otros. Pero lo parece. Simplemente, esas prácticas permiten que las interacciones sean agradables y no se dé el temido aislamiento social. Las personas también se portan cortésmente cuando, en grupo, no se interrumpen al hablar y dejan terminar al que lo esté haciendo para manifestar después su opinión; cuando bajan la voz en los restaurantes para no invadir el espacio de otros comensales y cuando reducen el nivel de ruido al conducir. El problema del ruido ambiental en las ciudades se está haciendo insufrible, y a veces uno incluso se pregunta si las sirenas de los coches de policía y las ambulancias necesitan tal volumen de sonido. No es un comportamiento cortés, por desgracia muy de actualidad, llamar a la gente de tú indiscriminadamente, especialmente si hablamos con una persona mayor que desconocemos, con prestigio y relevancia social.
Sobre si existen características de personalidad asociadas a la cortesía —un conjunto de comportamientos aprendidos en la temprana infancia y reforzados y mantenidos a lo largo el tiempo— se han hecho estudios para examinar su relación con las cinco grandes dimensiones de la personalidad, presentes en todas las culturas: neuroticismo, extraversión, apertura, amabilidad y minuciosidad. Aunque la cortesía no es equivalente a la amabilidad, es esta la que guarda más conexiones con ella: las personas amables son más educadas, tienen mejores maneras, más tacto y más delicadeza al tratar con los demás.
Ser educado es una forma estratégica de prevenir el conflicto y fomentar el respeto, lo que permite a la gente sentirse cómoda al comunicarse
El principio de cortesía tiene un importante papel en la regulación de la comunicación lingüística. Ser educado es una forma estratégica de prevenir el conflicto y fomentar el respeto, lo que permite a la gente sentirse cómoda al comunicarse y evitar tensión en las relaciones. Por eso, las principales investigaciones actuales sobre cortesía las están llevando a cabo lingüistas, que analizan la categoría de cortesía en diferentes lenguajes. Hasta el momento, los análisis realizados indican que esta está representada en todos ellos, que existen marcadores universales que forman un microsistema de expresiones educadas que se utilizan por los hablantes para establecer relaciones amigables en la interacción verbal; su número es diferente de unos lenguajes a otros. En muchos, se incluye como cortesía honrar y respetar a los mayores, y en el francés la cortesía es la cualidad humana más importante.
Si todos fuéramos más corteses, seríamos más felices sin perder un ápice de nuestra libertad, y si la cortesía fuera la norma, podríamos seguir debates políticos sin apagar la televisión, enterándonos así de cuestiones importantes que nos afectan como ciudadanos. Las faltas de cortesía, cuando son muy frecuentes, producen un deterioro en la vida pública de consecuencias muy negativas a corto y largo plazo. La descortesía hiere con sus pinchazos tanto como la cortesía calienta el corazón. Los psicólogos sabemos que representar un papel que no coincide con nuestras ideas hace que al cabo del tiempo estas cambien y se adecúen al papel representado. Quizá no fuera mala idea tratar de ser más corteses: como indicó La Bruyère, la cortesía hace parecer a las personas por fuera como deberían ser por dentro.
*Mª Dolores Avia. Catedrática de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid.
A través de la imitación, la cortesía —y la descortesía— se interioriza y transmite de padres a hijos, aprendiéndose también en los colegios a edad tan temprana como los cinco años. Incluso antes: cuando se han dado clases de cortesía a niños de dos y tres años enseñándoles cómo saludar a un amigo, pedir turnos y expresar afecto, lo han aprendido enseguida con una breve práctica diaria durante mes y medio. Como en otros comportamientos humanos, el aprendizaje no acaba ahí, y los niños siguen observando e imitando la cortesía en su grupo de iguales, en los medios de comunicación y en modelos y personas relevantes de la vida social y política.
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