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El viaje tras un violín que cuenta la historia de Europa
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Ramón González Férriz

El erizo y el zorro

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El viaje tras un violín que cuenta la historia de Europa

Siguiendo el rastro de un instrumento musical, el libro 'El violín de Lev' recorre la geografía, la historia, la música y el arte del Viejo Continente, al tiempo que muestra el peso de la cultura en nuestras vidas

Foto: Un 'luthier' de violines trabajando en su taller de Cremona. (Reuters/Stefano Rellandini)
Un 'luthier' de violines trabajando en su taller de Cremona. (Reuters/Stefano Rellandini)

Una noche cálida, en un pequeño pueblo galés, Helena Attlee, una guía turística y escritora de libros de viajes, acude a un concierto de música folclórica judía. Se queda fascinada con el sonido del violín —"sorprendentemente íntimo"— y a la salida le pregunta al violinista por el instrumento. Es un violín normal y corriente, viejo y muy usado, le cuenta él, que siempre lo ha llamado el violín de Lev por su anterior propietario. Pero no tiene nada de particular. "Lo cierto es que está hecho en Cremona, pero, cuando lo llevé para que hicieran una valoración, me dijeron que no valía nada".

Attlee, sin embargo, se queda intrigada. Cremona, una ciudad del norte de Italia, es el lugar en el que se inventó el violín moderno y donde, durante siglos, se elaboraron los mejores instrumentos del mundo. De hecho, ahí trabajaba Antonio Stradivari, el creador de los violines más caros y célebres de la historia. ¿Es posible que ese instrumento —que, al cogerlo, percibe que "desprende un fuerte olor humano, un residuo de sudor dejado ahí por generaciones de músicos"— sea realmente un trasto sin valor?

placeholder Portada de 'El violín de Lev. Una aventura italiana', de Helena Attlee.
Portada de 'El violín de Lev. Una aventura italiana', de Helena Attlee.

De modo que Attlee se va a Cremona a investigar. Y así inicia el viaje que cuenta en El violín de Lev. Una aventura italiana, que Acantilado ha publicado en castellano. La autora había publicado en la misma editorial uno de los libros sobre Italia más impresionantes de los últimos años, El país donde florece el limonero, la historia de cómo llegaron desde Asia a ese país los cítricos, la pasión de muchos aristócratas renacentistas italianos por su cultivo y el impacto en los jardines y la cocina de toda Europa. Ambos libros comparten muchos rasgos. El viaje es una excusa para la divagación, para rescatar el pasado histórico de los objetos, las vidas de quienes los crearon, el arte de quienes se inspiraron en ellos, el peso de la cultura en nuestras vidas. Y es igual de hipnótico, refinado y, en ocasiones, excesivo en su búsqueda de la belleza.

Attlee inicia su aventura por las calles adoquinadas de Cremona, en bicicleta. Mientras la gente toma un spritz en las terrazas, ella va en busca del luthier que inventó el violín moderno, Andrea Amati. Nacido a principios del siglo XVI, actualizó la vieja familia de los instrumentos de cuerda —las violas, los laúdes, entre otros— y les dio un tono nuevo, más estridente, capaz de alcanzar un volumen mayor, que cambiaría para siempre la historia de la música europea. Attlee va al edificio en el que estaban su casa y su taller —ahora es una tienda—, cuenta la historia familiar —la elaboración de violines era un negocio tan secretista que no se aceptaban aprendices que no pertenecieran a la familia— y desvela cómo esa actividad se volvió muy prestigiosa. Amati y sus descendientes hicieron violines para cortes reales y palacios arzobispales, pero también para instituciones más anónimas como los ospedali venecianos, centros de acogida para niños y niñas que recibían allí educación musical y para los que los luthiers hacían violines más modestos. Attlee prosigue su periplo en Venecia: ¿y si el violín de Lev nació para ser tocado por una niña que pertenecía a la orquesta de la iglesia del orfanato que dirigió el luego célebre Antonio Vivaldi? Con su talentosa imaginación literaria, Attlee describe su música saliendo por la puerta de la chiesa della Pietà, flotando por encima de los canales venecianos.

placeholder Vista de un bosque en los montes Dolomitas en enero pasado. (EFE/Christian Bruna)
Vista de un bosque en los montes Dolomitas en enero pasado. (EFE/Christian Bruna)

Attlee también va a los Dolomitas, las montañas del nordeste de Italia que hacen frontera con la actual Austria, en las que se encuentran los bosques con cuya madera se fabricaban los violines de Cremona. Ese viaje suscita una larga explicación sobre los sistemas de tala de los troncos y su transporte a través del río, la dieta de los transportistas —polenta con queso cada seis horas—, el santo patrón de los accidentes vinculados al agua, que supuestamente les protegía, y los impuestos a la madera en el viejo Imperio austrohúngaro. "Los ríos que transportaban los troncos hacia Venecia […] transportaban mucho más que troncos, porque ese era también el límite entre la Europa del norte y el Mediterráneo. Además de ser rutas comerciales para los bienes procedentes de las montañas y los valles, esos ríos eran la vía de intercambio de idiomas e ideas entre dos culturas, de nuevos estilos de arte, música, canciones, historias, recetas, maquinaria y otras invenciones". Un modesto violín, en manos de Attlee, encierra toda la historia de Europa, desde el Renacimiento hasta la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética y nuestros días.

Viaje también interior

El relato de su viaje está tan lleno de divagaciones históricas y detalles sobre vidas del pasado que, en ocasiones, uno se olvida de que, en realidad, se trata de una búsqueda detectivesca: ¿de dónde salió el violín de Lev? ¿Quién era Lev? ¿Cómo acabó su instrumento en manos de un músico que tocó una noche en un pueblo de Gales? Esas preguntas acaban llevando a Attlee a Rusia, donde descubre más acerca de Lev y de donde, en tiempos de dictadura comunista, tocaba su violín. Pero, al final, esa búsqueda es también, además de un recorrido por la geografía, la historia, la música y el arte de Europa, un viaje interior de la autora, que reconoce que lo emprendió porque se hallaba en un momento de desolación personal. "¿Y si, cuando lo oí por primera vez, me enamoré del sonido del violín de Lev por la canción folclórica judía que interpretaba, y no por su propia voz?".

Si busca un libro ordenado, directo y parco, El violín de Lev no es para usted. Si quiere hacer un viaje lleno de divagaciones, de saltos históricos, de obsesivas descripciones del agujero en forma de f que tienen los violines con más de 500 años, de la belleza oculta en generaciones y generaciones de luthiers, músicos, madereros y comerciantes; este es su libro y su viaje. Pese a sus excesos, vale mucho la pena.

Una noche cálida, en un pequeño pueblo galés, Helena Attlee, una guía turística y escritora de libros de viajes, acude a un concierto de música folclórica judía. Se queda fascinada con el sonido del violín —"sorprendentemente íntimo"— y a la salida le pregunta al violinista por el instrumento. Es un violín normal y corriente, viejo y muy usado, le cuenta él, que siempre lo ha llamado el violín de Lev por su anterior propietario. Pero no tiene nada de particular. "Lo cierto es que está hecho en Cremona, pero, cuando lo llevé para que hicieran una valoración, me dijeron que no valía nada".

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