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De la Alemania nazi a Murcia: la extraordinaria vida del luterano devoto de la Virgen del Rocío
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Ramón González Férriz

El erizo y el zorro

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De la Alemania nazi a Murcia: la extraordinaria vida del luterano devoto de la Virgen del Rocío

'Mi padre alemán' es un libro estupendo que transmite que nuestra patria puede abarcar de manera natural desde Cañada de Gallego a las difusas fronteras entre Prusia, Polonia, Bielorrusia y Ucrania

Foto: El pasaporte nazi del abuelo de Ricardo Dudda. (Cedida por la editorial)
El pasaporte nazi del abuelo de Ricardo Dudda. (Cedida por la editorial)

A finales de enero de 1945, el Ejército Rojo avanzaba hacia Prusia, el hogar del nacionalismo radical alemán. Era un lugar tan simbólico que, en su último discurso ante el Reichstag, Hitler afirmó que no permitiría una derrota de esa región y que preferiría que se produjera un sacrificio colectivo. “Si la población alemana colapsa por culpa de la presente carga, no derramaré ni una lágrima —dijo—. Se merecerá ese destino”. Pero cuando la invasión ya era inevitable, los prusianos huyeron. En poco más de un mes abandonaron la región ocho millones y medio de personas. Fue un éxodo desesperado. A los niños se les congelaban los pies y los soldados rusos violaban a las mujeres.

Entre los huidos estaban Frieda y sus dos hijos, Gernot, de cuatro años, y Bernd, de dos. Su marido, Richard, que antes de la guerra era policía, estaba en el frente y no tenían noticias de él. Durante la travesía, los tres estuvieron a punto de morir en varias ocasiones. Pero al final se salvaron. Cuando, tras el fin de la guerra, la Unión Soviética creó la comunista República Democrática Alemana, escaparon ilegalmente a la parte occidental ya junto a Richard, que sobrevivió a la guerra y la invasión. En la dura posguerra, volvieron a ser una familia normal.

placeholder 'Mi padre alemán'.
'Mi padre alemán'.

A principios de los años sesenta, el pequeño Gernot, convertido en un joven, se había aburrido de la vida en Alemania y, un poco por casualidad, se marchó a Burgos. Allí, dio clases de alemán. Vivió en el País Vasco y le casó un cura simpatizante de ETA porque, al parecer, era el único dispuesto a casar a una católica con un protestante. Se hizo publicista. Se instaló en Madrid y acabó en Murcia. Era un hombre excéntrico y brillante, cuyo pasado parecía más rico de lo que daban a entender las anécdotas y los chistes que contaba sobre él. Uno de sus hijos, Ricardo Dudda, nacido en 1992 y uno de los mejores escritores de su generación, acaba de publicar un libro magnífico en el que cuenta parte de esa vida: Mi padre alemán (Libros del Asteroide). Esta es mucho más que la historia de un hombre que sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial y ahora vive entre Mazarrón y Águilas. Es un brillante relato sobre cómo la historia impacta en los individuos, cómo la vejez nos transforma y lo peculiares que pueden ser las relaciones entre un padre carismático y un hijo un tanto retraído.

El pequeño Gernot, convertido en un joven, se había aburrido de la vida en Alemania y, un poco por casualidad, se marchó a Burgos

Una de las grandes virtudes de Mi padre alemán es que cuenta en paralelo la gran historia —la que afecta a millones de seres humanos a través de la guerra y la política— y la pequeña —la de las familias y los individuos—. Cuando Dudda decidió escribir el libro le pidió a su padre que le contara su vida en sucesivas entrevistas. “Encendí la grabadora. Comenzó a hablar. Al día siguiente repetimos (...) Me habló de su infancia durante el nazismo y en la Alemania soviética, de su vida como refugiado en los primeros años de la República Federal de Alemania. Pero también hablamos del amor, de la muerte, de las ofertas del Lidl, de geranios, de pájaros, de política, me contó chistes alemanes, me cantó canciones”. Basándose en esas entrevistas y sus propias investigaciones, Dudda reconstruye pedazos de la vida de un hombre ya anciano —tiene 81 años, cincuenta más que su hijo—, que guarda silencio sobre su vida amorosa y es proclive a los secretos, pero al mismo tiempo es exhibicionista; que debió ganar mucho dinero en el mundo de la publicidad, pero vive en una casa desvencijada de la costa de Murcia; que se considera a sí mismo un prototípico luterano alemán que ve en el trabajo duro una forma de redención, pero que es devoto de la Virgen del Rocío y vive en medio del desorden. Dudda es un escritor hábil y va alternando la narración de los primeros años de la vida de su padre y la convivencia de ambos en la actualidad, lo que hace que el libro sea, al mismo tiempo, un documento histórico y un retrato familiar.

placeholder Ricardo Dudda.
Ricardo Dudda.

La otra gran virtud del libro es que Dudda permite que este se desvíe de sus planes originales. El autor registró los papeles que Gernot acumulaba en casa y, cuando su familia alemana se enteró de que estaba escribiendo sobre su pasado, le entregó viejos documentos a los que durante décadas había prestado poca atención. Gracias a todo ello, en un giro novelesco en mitad de una obra de no ficción, descubrió cosas sobre las actividades de su abuelo Richard en el frente oriental de la Segunda Guerra Mundial que nadie, empezando por el propio Gernot, parecía conocer. “Mi padre —dice Dudda— conservó durante años el pasaporte nazi de su padre, pero no se paró a analizarlo. Su vida siempre ha tenido una sola dirección: hacia delante, sin mirar atrás”. Ahora bien, cuando uno mira atrás, como hace este libro, y descubre “cosas feas”, ¿qué debe hacer con ellas? ¿Sentir que hereda las culpas? ¿O eso es absurdo?

Mi padre alemán es un libro estupendo, al mismo tiempo culto y extrañamente conmovedor. Dudda pertenece a una generación que ya es instintivamente europea. En su narración transmite que, queramos o no, nuestra patria puede abarcar de manera natural desde Cañada de Gallego a las difusas fronteras entre Prusia, Polonia, Bielorrusia y Ucrania. De hecho, en el libro recorre ambos extremos del continente y consigue explicar mediante sus descripciones, sus reflexiones y su mezcla de ternura y humor, su pasado reciente. Este está hecho de historias muy grandes y otras, como la de la familia Dudda, pequeñas e igualmente importantes.

A finales de enero de 1945, el Ejército Rojo avanzaba hacia Prusia, el hogar del nacionalismo radical alemán. Era un lugar tan simbólico que, en su último discurso ante el Reichstag, Hitler afirmó que no permitiría una derrota de esa región y que preferiría que se produjera un sacrificio colectivo. “Si la población alemana colapsa por culpa de la presente carga, no derramaré ni una lágrima —dijo—. Se merecerá ese destino”. Pero cuando la invasión ya era inevitable, los prusianos huyeron. En poco más de un mes abandonaron la región ocho millones y medio de personas. Fue un éxodo desesperado. A los niños se les congelaban los pies y los soldados rusos violaban a las mujeres.

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