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Elon Musk es un genio y un gilipollas (según su biógrafo)
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Ramón González Férriz

El erizo y el zorro

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Elon Musk es un genio y un gilipollas (según su biógrafo)

Detestaba a Trump, al que consideraba un “timador”, pero una serie de acontecimientos le convirtieron en un luchador ideológico más cercano, en muchas ocasiones, a la derecha alternativa

Foto: Elon Musk. (EFE/EPA/Shawn Thew)
Elon Musk. (EFE/EPA/Shawn Thew)

En 1999, Elon Musk vendió su primera startup, una especie de Google Maps primigenio. Recibió 22 millones de dólares. Con ese dinero, además de comprarse un coche deportivo, fundó una nueva empresa. Hoy, su nombre lo conocen bien todos los usuarios de la red anteriormente conocida como Twitter: x.com.

X era un servicio de gestión del dinero —incluía tarjetas, transferencias electrónicas, compras, inversiones y préstamos— que pretendía incluir funciones de una red social. A pesar de su nombre, que no transmitía la clase de confianza que requieren los bancos online, la startup fue muy bien. Se fusionó con otra y adoptó el nombre de PayPal. Los nuevos directivos despidieron a Musk porque era insoportable y excesivamente ambicioso, pero él conservó sus acciones y, cuando la vendieron a eBay, recibió 250 millones de dólares. Sus amigos le preguntaron qué iba a hacer esta vez con el dinero. Musk respondió que crearía una empresa de cohetes para llevar al ser humano a Marte. Le dijeron que tenía delirios de grandeza. Pero en 2002, con 31 años, fundó SpaceX. En 2004 invirtió en una empresa de coches eléctricos, Tesla. Y en 2022 compró Twitter. Él afirma que no ha hecho nada de eso por dinero. Su objetivo, dice, es un poco más elevado: salvar a la humanidad.

Un genio gilipollas

Esta es la historia principal que cuenta la nueva biografía de Musk, un solvente tocho de más de 700 páginas que acaba de publicar la editorial Debate. Su autor, Walter Isaacson, ha escrito también las biografías de Steve Jobs, Leonardo da Vinci y Albert Einstein, entre otros. Y en todas ellas subyacen dos preguntas: ¿qué hace que algunos individuos sean genios? Y ¿compensa a la humanidad en general, y a sus seres queridos en particular, que tantos genios sean, como en el caso de Musk, unos auténticos gilipollas?

Foto: Elon Musk, fundador de Tesla y SpaceX y dueño de Twitter. (Reuters)

Esta última palabra es la que utiliza Isaacson en varias ocasiones para referirse al empresario. Musk nació en Sudáfrica. Su padre era un ingeniero que le maltrató psicológicamente, sus compañeros en el colegio le acosaban y pegaban, y él se refugió primero en los libros de ciencia ficción, los juegos de ordenador y de estrategia y, más tarde, en la programación y el hardware. Era arrogante y, cuando se marchó a Estados Unidos para estudiar física, quedó claro que tenía un talento descomunal, pero también que era mesiánico y fabulador, cuando no abiertamente mentiroso. Era adicto al riesgo y creía que la vida debía ser una aventura imprevisible y un tanto descontrolada. Desde joven estuvo obsesionado con las energías limpias, los coches eléctricos y la carrera espacial: creía que el progreso humano estaba sufriendo un parón y que era necesario reactivarlo. Él se encargaría. La obsesión por acabar con la ideología woke le llegaría mucho más tarde.

placeholder La biografía de Elon Musk, a la venta en Estados Unidos. (EFE)
La biografía de Elon Musk, a la venta en Estados Unidos. (EFE)

Isaacson atribuye el carácter obsesivo y egoísta de Musk a su difícil infancia y su descomunal resolución. Aunque es caprichoso y excéntrico, su obcecación hizo posible que, tras romper con las convenciones de la industria, las cadenas logísticas de Tesla fueran las más efectivas del sector automovilístico. Pone a sus ingenieros calendarios imposibles de cumplir, pero eso acelera los tiempos de una manera que nadie cree posible a priori. Ha sido cruel con sus numerosas parejas —su biógrafo dice que, como sus padres, siempre ha preferido “la intensidad dramática” a “la felicidad doméstica”—, pero tiene algo que hace que la gente quiera estar con él. Cuando decidió comprar Twitter, lo hizo por una mezcla de sentimientos nobles —“su visión de la libertad de expresión era que cuanta más hubiese, mejor sería para la democracia”, dice Isaacson— y el aburrimiento de un millonario de éxito que quería tener un patio de colegio en el que nadie pudiera acosarle. Pero también le serviría para intentar reflotar el viejo proyecto de x.com, la mezcla de red social y sistema bancario, que ahora está desarrollando la empresa.

Twitter se ha convertido, además, en una herramienta para su nueva faceta como activista político. Isaacson cuenta que Musk admiraba a Obama y se definía como un centrista, aunque tuviera ramalazos libertarios muy propios de su carácter y del ambiente de Silicon Valley. Y detestaba a Trump, al que consideraba un “timador”. Pero una serie de acontecimientos le convirtieron en un luchador ideológico más cercano, en muchas ocasiones, a la derecha alternativa. Su hija Jenna se hizo socialista, inició una transición de género, se cambió de apellido y dejó de hablarle. Los confinamientos impuestos durante la pandemia le parecieron totalitarios. Empezó a sentir que su sentido del humor —sobre “actos sexuales, fluidos corporales, hacer caca, tirarse pedos, fumar porros y otros temas que harían partirse de risa a un colegio mayor de universitarios fumados”, dice Isaacson— estaba prohibido. Hay que poner “freno al virus woke—declara él mismo a su biógrafo— porque es “fundamentalmente anticiencia, antimérito y antihumano en general”.

Su hija Jenna se hizo socialista, inició una transición de género, se cambió de apellido y dejó de hablarle

El libro de Isaacson no es un ensayo sobre la innovación y el talento, sino una biografía relativamente amable que, con la salvedad de algunos pasajes demasiado largos sobre detalles de las baterías eléctricas, los propulsores de los cohetes o los costes de producción, se lee con voracidad. Sin embargo, plantea cuestiones importantes sobre el poder que acumulan los millonarios, su papel en sectores económicos y políticos tradicionalmente públicos —la NASA ha externalizado algunas tareas a SpaceX y algunas decisiones personales de Musk sobre el uso de sus satélites han condicionado la guerra de Ucrania— y su impacto en los debates ideológicos. ¿Cómo un hombre que tecleaba código para ubicar un restaurante en un mapa digital, y que delira sobre su misión de salvar a la humanidad, ha acabado teniendo tanta influencia en cuestiones trascendentes de nuestro tiempo? ¿Es razonable un sistema económico y mediático que propicia esto? Isaacson no pretende responder a estas preguntas, pero el relato de la vida de Musk, que esta nueva biografía cuenta con rigor, nos invita a hacerlo.

En 1999, Elon Musk vendió su primera startup, una especie de Google Maps primigenio. Recibió 22 millones de dólares. Con ese dinero, además de comprarse un coche deportivo, fundó una nueva empresa. Hoy, su nombre lo conocen bien todos los usuarios de la red anteriormente conocida como Twitter: x.com.

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