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Una historia europea: cuando el hijo del nazi y el del británico se hicieron amigos
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Ramón González Férriz

El erizo y el zorro

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Una historia europea: cuando el hijo del nazi y el del británico se hicieron amigos

Timothy Garton Ash publica 'Europa. Una historia personal' (Taurus), ensayo en el que recorre la historia del continente desde la Segunda Guerra Mundial hasta la actual guerra de Ucrania

Foto: Timothy Garton Ash, en la inauguración del Europa Forum 2022 en Lucerna. (EFE/Philipp Schmidli)
Timothy Garton Ash, en la inauguración del Europa Forum 2022 en Lucerna. (EFE/Philipp Schmidli)

Hartmut Osners sirvió en el ejército nazi. Tras un periodo en el frente oriental, lo destinaron a Normandía con una división panzer para tratar de frenar el avance de los soldados aliados que habían desembarcado allí el Día D. Aquello fue una matanza: de los ciento veinte hombres de su compañía, solo sobrevivieron treinta. Él fue uno de ellos. Pero los británicos le capturaron y pasó dos años en un campo de prisioneros. Tras su liberación en Westen, un pueblo del norte de Alemania, nunca le gustó hablar de la guerra, salvo para decir que “fue una época dura”. De ella, le quedó un profundo odio a los británicos.

John Garton Ash fue uno de los soldados británicos que desembarcaron en Normandía el Día D y apresaron a Osners tras matar a buena parte de sus compañeros. Seis décadas más tarde, su hijo, el historiador Timothy Garton Ash (Wimbledon, 1955) viajó a Westen y conoció al hijo de Osners. Tenían la misma edad y se llevaron bien. Enseguida se dieron cuenta de que podrían no haber existido si el padre de uno hubiera matado al del otro. Pero no sucedió así y ahora podían charlar tranquilamente mientras paseaban por los bosques en los que sus padres, y toda su generación, intentaron aniquilarse mutuamente. Eso, en cierto sentido, es Europa, sugiere Ash: una enorme, indescriptible matanza, seguida de una reconciliación sin precedentes.

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Y ese es el inicio de su nuevo libro, Europa. Una historia personal (Taurus). En él, recorre la historia del continente desde la Segunda Guerra Mundial hasta la actual guerra de Ucrania, pasando por sus principales hitos: la creación de las instituciones de la futura Unión Europea, el sometimiento de la mitad del continente al dominio soviético, la construcción del Muro de Berlín, el estallido progresista de 1968, la lucha por la democracia en España, Portugal y Grecia, la caída del Muro y el subsiguiente estallido de esperanza, la crisis económica y el Brexit.

Pero se trata de un recorrido particular: Ash es tanto un periodista como un historiador, que va a los lugares en los que sucedieron los acontecimientos que relata y habla con los protagonistas o sus descendientes. Así, al mismo tiempo que va contando la historia del continente, no solo conoce al hijo del prisionero de su padre, sino que narra sus años de estudiante en Berlín Oriental —en los que fue espiado por la Stasi—, rememora sus encuentros con figuras históricas que protagonizaron la política de esas décadas, como Lech Walesa o Mijaíl Gorbachov, y su relación con gente menos conocida, como algunos intelectuales represaliados en el Este, la familia de un pastor protestante que fue una de las primeras personas en cruzar el Muro cuando este se abrió o el alcalde que mantiene hoy el recuerdo de la liberación de Francia. El resultado es una peculiar historia fragmentaria contada por el representante de una especie en extinción: un liberal de centro y obsesivo europeísta que sabe que la libertad que disfrutamos ahora podría no haber existido y, por lo tanto, podría desaparecer.

La historia del presente

Una de las tesis centrales del libro es que “la identidad nos viene dada, pero también se hace. No podemos elegir a nuestros padres, pero sí en quiénes nos convertimos”. Un alemán de la generación de Hartmut Osners no pudo escoger si luchar por el nazismo, pero su hijo sí escogió que su identidad pasaba por reconciliarse con los descendientes de sus enemigos. Del mismo modo, para Ash, que se ha pasado décadas recorriendo Europa y escribiendo lo que él mismo ha llamado “la historia del presente”, hace no tanto parecía claro que casi todos los europeos estaban escogiendo una identidad que pasaba por la democracia y los valores liberales.

Sin embargo, Ash, que tiene una querencia especial por Europa Central y del Este —ese espacio históricamente convulso que va de Austria a Ucrania y de los Países Bálticos a los Balcanes—, cuenta detalladamente cómo esa percepción era quizá demasiado optimista. La guerra de Yugoslavia lo constató, pero también lo ha hecho la deriva de países como Hungría o, por supuesto, la de Rusia, que él creía que acabaría integrándose en Europa e incluso formando parte de la OTAN. Un caso completamente distinto es el de Reino Unido: Ash defendió su permanencia en la UE, participó en todos los debates agrios que dividieron al país, y observó con una mezcla de estupefacción y autocrítica cómo la mitad de sus conciudadanos optaron por no tener una identidad nítidamente europea.

"La identidad —dice— es una mezcla de las cartas que nos han tocado en suerte y de lo que hacemos con ellas"

A diferencia de muchos europeístas, Ash no es un nostálgico ni dedica las páginas de este libro a criticar con melancolía la estupidez de quienes no defienden con fervor el federalismo europeo. Entiende bien cómo funciona el nacionalismo, el odio a los vecinos, los instintos violentos y el legado de las viejas rivalidades. A fin de cuentas, en eso ha consistido esencialmente el pasado europeo. Y, por encima de todo, tiene la capacidad, poco habitual entre los historiadores, de acercar al lector la experiencia de la gente común, que no crea la historia, pero que la sufre mientras trata de hacer su vida. Europa. Una historia personal está lleno de chistes macabros sobre la represión comunista, de retratos de familias que se sobreponen a las carencias, y de la cultura pop que ha marcado a varias generaciones de europeos más que las elucubraciones de los grandes filósofos. Es un libro ameno y moderadamente esperanzado, pero que también advierte de una amenaza: Ash cree que, mientras recordemos que el pasado fue mucho peor que el presente, seguiremos construyendo un futuro más democrático y libre. Pero no da por sentado que ese recuerdo vaya a seguir vivo para siempre. “La identidad —dice— es una mezcla de las cartas que nos han tocado en suerte y de lo que hacemos con ellas”.

Hartmut Osners sirvió en el ejército nazi. Tras un periodo en el frente oriental, lo destinaron a Normandía con una división panzer para tratar de frenar el avance de los soldados aliados que habían desembarcado allí el Día D. Aquello fue una matanza: de los ciento veinte hombres de su compañía, solo sobrevivieron treinta. Él fue uno de ellos. Pero los británicos le capturaron y pasó dos años en un campo de prisioneros. Tras su liberación en Westen, un pueblo del norte de Alemania, nunca le gustó hablar de la guerra, salvo para decir que “fue una época dura”. De ella, le quedó un profundo odio a los británicos.

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