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Lo que el éxito global de Taylor Swift dice de la sociedad actual
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Ramón González Férriz

El erizo y el zorro

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Lo que el éxito global de Taylor Swift dice de la sociedad actual

La cultura no se ha fragmentado: todos seguimos consumiendo, básicamente, los mismos productos 'mainstream' y los grandes éxitos son, en muchos casos, más grandes que antes

Foto: Taylor Swift, durante una actuación en el MetLife Stadium de New Rutherford, Nueva Jersey, en mayo pasado. (EFE/Sarah Yenesel)
Taylor Swift, durante una actuación en el MetLife Stadium de New Rutherford, Nueva Jersey, en mayo pasado. (EFE/Sarah Yenesel)

Luminate, una empresa estadounidense que audita las audiencias de la industria del streaming, ha publicado un informe sobre las grandes tendencias del año pasado. Dos datos son impresionantes. El primero es que, durante los doce meses anteriores, los estadounidenses dedicaron más horas a escuchar a Taylor Swift que géneros musicales enteros como el jazz o la clásica. El segundo es que en Spotify hay 184 millones de canciones, pero de ellas 150 millones han sido escuchadas menos de 1.000 veces; y, de estas, 46 millones, casi una cuarta parte del total, se han escuchado 0 veces.

Todavía recuerdo la época en la que el gran miedo era que internet ofreciera tanta cultura distinta que eso supusiera la fragmentación definitiva de los valores compartidos. Hace apenas veinte años, había pocos canales de televisión, pocas cadenas de radio, y todas las librerías y tiendas de discos de las ciudades medianas tenían más o menos la misma oferta. El mundo era más aburrido: nos preocupábamos por los problemas que mostraba Informe Semanal, comprábamos los libros que decían en Babelia, escuchábamos lo que salía en la radio comercial o, como mucho, Radio3, y veíamos lo que hubiera en la tele, lo que alquilara el videoclub y lo que programara el único cine local.

Todos consumimos casi lo mismo. Apenas un puñado de personas conforman el 'star system' global, y casi todas ellas operan en EEUU

Visto ahora, todo resultaba terriblemente uniforme. Pero cuando hace quince años ya eran casi universales las webs ultraespecializadas y las redes sociales, Amazon enviaba libros editados en casi cualquier lengua y surgían las plataformas de streaming de vídeo y música, era posible sentir nostalgia por ese tiempo de relativa escasez. Al menos entonces todos consumíamos lo mismo y teníamos unos referentes compartidos que, visto retrospectivamente, quizá sirvieran para cohesionar a la sociedad o, por lo menos, darnos temas de los que hablar con los amigos. ¿Qué iba a pasar a partir de ese momento, cuando cada uno viera la serie que le diera la gana en el momento que le pareciera más oportuno, o se dedicara a escuchar la música africana absolutamente minoritaria o leyera solo novelas francesas inéditas en español?

La respuesta es que no ha pasado nada. Absolutamente nada. Todos seguimos consumiendo casi exactamente lo mismo. Apenas un puñado de personas conforman el star system global, y casi todas ellas, como entonces, operan en Estados Unidos o sus satélites culturales. Taylor Swift y Beyoncé han batido los récords históricos de las películas musicales con los documentales sobre sus giras del año pasado. Oppenheimer y Barbie, dos películas que, aunque tengan raíces alternativas, son típicamente hollywoodienses, fueron las dos más taquilleras de 2023 en casi todo el mundo y se ha llegado a decir que ellas dos, por sí mismas, han salvado comercialmente el año para los cines. The Night Agent fue la serie de Netflix más vista en todo el mundo, y la líder en países tan dispares como España e India. ¿Los bestsellers del año en todo el mundo? La biografía del príncipe Harry, En la sombra, batió el récord de mejor debut de la historia para un libro de no ficción: vendió un millón y medio de ejemplares el primer día que estuvo a la venta. La biografía de Britney Spears quedó en segundo lugar: 1,1 millones en una semana. Es decir: dos libros publicados en el mismo año quedaron el primero y el segundo de toda la historia.

placeholder Hinchable de uno de los personajes de 'Bluey' en un desfile en noviembre pasado en Manhattan. (Reuters/Mike Segar)
Hinchable de uno de los personajes de 'Bluey' en un desfile en noviembre pasado en Manhattan. (Reuters/Mike Segar)

La cultura, pues, no se ha fragmentado. Todos seguimos consumiendo, básicamente, los mismos productos mainstream y los grandes éxitos son, en muchos casos, más grandes que en cualquier otro momento de la historia. En el plano cultural apenas se ha producido la desglobalización que se anuncia en otros aspectos como el comercio o la manufactura: sigue habiendo una cultura global, y esta es en inglés, y es capitalista a más no poder. Lo minoritario sigue siendo minoritario y, aunque las editoriales independientes y las discográficas alternativas siguen dando alegrías, no parece que puedan salir de su nicho. En realidad, todos somos más parecidos de lo que nos gusta pensar. La sociedad no se disgrega. Hoy los niños no solo parecen compartir exactamente los mismos gustos en dibujos animados. Si un niño español se encontrara con uno australiano podrían, si superaran las barreras del idioma, intercambiar sus impresiones sobre sus favoritos, La patrulla canina o Bluey.

¿Es esto bueno o malo? El tecnólogo que hay en mí piensa que internet ha fracasado en su promesa de que la capacidad tecnológica para aumentar la oferta nos haría más singulares. El indie que llevo dentro piensa que es absurdo seguir generando estrellas globales que se comen casi todo el mercado como en tiempos de Michael Jackson o Madonna. Pero una parte de mí se alegra por esta persistencia de la cultura que nos une a todos: a fin de cuentas, es posible que la cultura global siga funcionando como pegamento emocional y tema de conversación universal.

Luminate, una empresa estadounidense que audita las audiencias de la industria del streaming, ha publicado un informe sobre las grandes tendencias del año pasado. Dos datos son impresionantes. El primero es que, durante los doce meses anteriores, los estadounidenses dedicaron más horas a escuchar a Taylor Swift que géneros musicales enteros como el jazz o la clásica. El segundo es que en Spotify hay 184 millones de canciones, pero de ellas 150 millones han sido escuchadas menos de 1.000 veces; y, de estas, 46 millones, casi una cuarta parte del total, se han escuchado 0 veces.

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