El erizo y el zorro
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Sangre, sexo y fama o por qué el Coliseo de Roma es tan fascinante
Keith Hopkins y Mary Beard reconstruyen la historia del edificio, las actividades que se llevaban a cabo en él y el singular papel que ha desempeñado en la cultura popular moderna
Antes de enzarzarse en luchas a muerte, los gladiadores se acercaban al palco del Coliseo en el que se sentaba el emperador y, con el brazo en alto, gritaban “¡Ave César, los que van a morir te saludan!”. ¿Verdad? Lo cierto es que no: esa frase aparece escrita una sola vez en la literatura latina, no la pronunciaron unos gladiadores sino los participantes en la recreación de una batalla naval en un lago y, además, es probable que el autor se inventara la historia.
Si esa imagen nos encanta, con todo, es porque los sangrientos espectáculos de la época y el gran anfiteatro de Roma generan una fascinación y una mitología que ha sobrevivido durante dos milenios. Por eso resulta tan adictivo
Durante siglos, los romanos no dispusieron de anfiteatros. Los espectáculos de gladiadores se celebraban en recintos de madera que se montaban temporalmente en lugares como el Foro romano. En el siglo I, sin embargo, Vespasiano quiso construir uno estable. Lo hizo sobre los terrenos en los que su predecesor, Nerón, había construido su residencia. Para Vespasiano, era una manera de transmitir que quería devolver a los romanos comunes un lugar clave de su ciudad que Nerón se había quedado para sí. Pero lo hizo con los fondos del saqueo de Jerusalén: el Coliseo era también, pues, un emblema del poder militar del Imperio y la riqueza económica que este generaba. Con el tiempo, se convirtió en un espacio con otra dimensión política: era uno de los lugares en los que el pueblo veía cara a cara al emperador y en el que se mezclaban las distintas y rígidas clases sociales. Aunque solo hasta cierto punto: los senadores, los aristócratas y las vírgenes vestales —las guardianas de la llama sagrada de la ciudad— se sentaban en las gradas más cercanas a la arena, mientras que el populacho lo hacía más arriba.
Pero, ¿cómo eran los espectáculos a los que asistían? Según cuentan Hopkins y Beard, estos eran realmente sangrientos. Un espectáculo normal incluía, por la mañana, luchas de humanos con animales salvajes, o entre estos últimos. El poeta latino Marcial explicaba que también se podían representar escenas de la mitología. Y cuenta una en la que la mítica reina Parsífae hace el amor con un toro; Marcial celebra el realismo de la escena, pero no sabemos si realmente se trataba de un acto de zoofilia o el toro era un hombre disfrazado. A mediodía se procedía a la ejecución de delincuentes. Esto también tenía elementos de teatralidad: en el mismo poema, se cuenta que un hombre fue crucificado ante la mirada de miles de personas y luego, mientras agonizaba, le mató un oso importado de Escocia. La tarde era el momento de las luchas entre gladiadores.
Hopkins y Beard reconstruyen el papel social de estos. A los romanos les encantaban los gladiadores, pero su atractivo residía en que encarnaban cierta truculencia: eran esclavos o exmilitares, hombres de clase baja que tenía la oportunidad de hacerse célebres, pero que por lo general morían muy jóvenes. Se decía que las mujeres aristócratas sentían una gran atracción por ellos, y que la mujer del emperador Marco Aurelio tenía a un gladiador por amante con el que engendró a su hijo Cómodo. Los sacerdotes romanos recomendaron a Marco Aurelio que, para redimirse, hiciera que su mujer se bañara en la sangre del gladiador muerto y después fornicara con ella. Las novias utilizaban una lanza mojada en sangre de gladiador muerto para peinarse. ¿Era para aumentar su fertilidad? No lo sabemos. Pero, de hecho, ni siquiera los romanos sabían de dónde salía esa tradición.
Se decía que las mujeres aristócratas sentían una gran atracción por los gladiadores y que la mujer de Marco Aurelio tenía a uno como amante
El Coliseo, como se ve, es una mezcla de historia política y de reconstrucción de la cultura romana, sus rituales y sus clases sociales. Hoy todo eso nos resulta al mismo tiempo extraño y reconocible. Y Beard y Hopkins no tienen ningún reparo en recuperar cualquier fuente de la época —desde la filosofía más elevada a los grafitis o las lápidas— para reconstruir sus expresiones más truculentas o curiosas. En una escena del libro, un hombre, aterrado por morir en la arena del Coliseo, prefiere asfixiarse con una esponja que los romanos utilizaban para limpiarse el culo en los baños públicos. A Séneca le parecía una muestra de inmenso valor.
¿Por qué el Coliseo, y los sangrientos espectáculos que se llevaban a cabo en su interior, han fascinado tanto a los artistas y los viajeros desde que se inauguró en el año 80 de nuestra era? En parte, obviamente, porque nos atrae la sangre y el edificio es, aún hoy, impresionante. Pero como demuestra esta estupenda reconstrucción histórica, también porque hemos proyectado en sus piedras toda clase de fantasías sobre la política y la cultura romanas, y porque las vemos como el recordatorio de que somos descendientes de ese mundo incomprensible, cruel y, muchas veces, puramente imaginario.
Antes de enzarzarse en luchas a muerte, los gladiadores se acercaban al palco del Coliseo en el que se sentaba el emperador y, con el brazo en alto, gritaban “¡Ave César, los que van a morir te saludan!”. ¿Verdad? Lo cierto es que no: esa frase aparece escrita una sola vez en la literatura latina, no la pronunciaron unos gladiadores sino los participantes en la recreación de una batalla naval en un lago y, además, es probable que el autor se inventara la historia.
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