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Sin épica y drogados: la guerra como nunca se había contado
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Ramón González Férriz

El erizo y el zorro

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Sin épica y drogados: la guerra como nunca se había contado

Michael Herr, enviado por la revista 'Esquire' a cubrir la guerra de Vietnam, vivió con los soldados y, como ellos, se anestesiaba para lograr dormir por las noches. Escribió crónicas memorables

Foto: Tropas estadounidenses en una misión en la jungla en junio de 1966 durante la guerra de Vietnam. (Getty Images)
Tropas estadounidenses en una misión en la jungla en junio de 1966 durante la guerra de Vietnam. (Getty Images)

Nadie sabía quién era Michael Herr cuando, en 1967, convenció al director de la revista Esquire para que le mandara a Vietnam a cubrir la guerra. Era un cometido absurdo. Decenas de periodistas de periódicos, semanarios y televisiones estaban ya informando desde el terreno de los avances y retrocesos del ejército estadounidense y de sus implicaciones políticas. ¿Qué iba a aportar una revista mensual que ni siquiera estaba especializada en la información de actualidad? El director, sin ningún entusiasmo, le consiguió un visado, le dio quinientos dólares y se olvidó de él.

Pero Herr empezó a mandar reportajes memorables. No iba a las ruedas de prensa en las que el ejército daba la información oficial ni se hacía eco de los comunicados del Gobierno. En lugar de fingir que era un periodista tradicional, se puso a vivir con los soldados. Como ellos, se drogaba para hacer frente a los horrores del campo de batalla y para lograr dormir por las noches. El casco que llevaba aún tenía restos del sudor del muerto que había sido su anterior propietario. Viajaba en helicópteros repletos de cadáveres. Intentaba anestesiar su cerebro con rock. Hasta podía reírse de las ridículas posturas en las que quedaban los que morían de un disparo o desmembrados por una mina. Pero el horror era el horror y lo contaba con un ritmo agresivo y alucinado. “Podías estar en el espacio más protegido de Vietnam y, al mismo tiempo, saber que tu seguridad era provisional, que la muerte temprana, la ceguera, la pérdida de las piernas, los brazos o las pelotas, un desfiguramiento total y perdurable —todo ese puto paquete— podían llegar de la nada”, escribió. “Saigón y Cholon y Danang tenían vibraciones tan hostiles que sentías que un francotirador te había disparado cada vez que alguien te miraba y los helicópteros caían del cielo como gordos pájaros envenenados cien veces al día. Al cabo de un tiempo no era capaz de dar un paso sin pensar que había perdido la puta cabeza”.

Diez años después de volver de Vietnam, después de pasar por una depresión, consiguió convertir todos esos artículos en un libro que se publicó en 1977 y tuvo un enorme éxito. Marcó para siempre la manera en que su generación, y las posteriores, entendieron la guerra de Vietnam y, de hecho, la guerra en general. “Es el mejor libro que he leído sobre los hombres y la guerra en nuestro tiempo”, dijo de él John Le Carré. Lo acaba de reeditar en castellano la editorial Anagrama con el título de Despachos de guerra.

El tono alucinado

Despachos de guerra es uno de los iconos del llamado “nuevo periodismo” estadounidense, cuyos practicantes contaban la realidad con técnicas de novela y, de manera casi inevitable, acababan ficcionalizando parte de su relato. Se lee con adicción, con prisa por llegar a la siguiente página y al siguiente capítulo, pero es difícil saber qué es verdad y qué no lo es. De hecho, todo tiene un tono voluntariamente alucinado: como cuenta el propio Herr, a veces no sabes si estás en la guerra o en un espectáculo. “Tenía una de esas caras —dice de un soldado—; vi esa cara al menos mil veces en un centenar de bases y campamentos, toda la juventud había desaparecido de sus ojos, el color se había desvanecido de su piel, labios blancos fríos, sabías que no esperaba que nada de eso regresara. La vida le había hecho viejo, la viviría viejo. Todas esas caras, a veces, eran como mirar caras en un concierto de rock, atrapadas; el espectáculo se había apoderado de ellas”. Pero, al mismo tiempo, es brutal la manera en que cuenta la muerte, la peste, el miedo. En una de las escenas más salvajes, describe el rostro de un soldado que baja la mirada y se da cuenta de que le ha volado por los aires una pierna.

placeholder 'Despachos de guerra', de Michael Herr.
'Despachos de guerra', de Michael Herr.

Después del éxito del libro, Herr se puso a trabajar para Hollywood y fue coguionista de películas también dedicadas a la guerra de Vietnam como Apocalipsis Now y La chaqueta metálica. Estas reflejaron el tono que él había creado. La guerra ya no era épica, no sacaba lo mejor de los hombres ni encarnaba la nobleza de las grandes causas, sino que era una especie de viaje delirante que era mejor encarar con una mezcla de fatalismo y drogas, de ficción y realidad. “A veces no sabía si una acción duraba un segundo o una hora o si la había soñado o qué —escribe—. En la guerra más que en la otra vida la mayor parte del tiempo en realidad no sabes lo que estás haciendo, solo actúas, y luego puedes inventarte la mierda que quieras sobre eso, decir que te sentías bien o mal, que te encantó o lo odiaste, que hiciste eso o aquello, lo correcto o lo equivocado; pero lo que pasó, pasó”.

Despachos de guerra cambió la manera en que se veía la guerra. Hoy es uno de esos raros libros que son al mismo tiempo clásicos y contraculturales.

Nadie sabía quién era Michael Herr cuando, en 1967, convenció al director de la revista Esquire para que le mandara a Vietnam a cubrir la guerra. Era un cometido absurdo. Decenas de periodistas de periódicos, semanarios y televisiones estaban ya informando desde el terreno de los avances y retrocesos del ejército estadounidense y de sus implicaciones políticas. ¿Qué iba a aportar una revista mensual que ni siquiera estaba especializada en la información de actualidad? El director, sin ningún entusiasmo, le consiguió un visado, le dio quinientos dólares y se olvidó de él.

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