El erizo y el zorro
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Las 'fake news' no tienen la culpa de lo que va mal
Manuel Arias Maldonado reflexiona en '(Pos)Verdad y democracia' sobre que ni el Apocalipsis está a la vuelta de la esquina ni hay una ideología que vaya a resolver todos nuestros problemas
La gente vota a los populistas porque está desinformada. Las mentiras que circulan en las redes son las responsables de que la democracia no funcione. Si no hubiera fake news Donald Trump no habría ganado las elecciones. Si alguien es crítico con el Estado o el Gobierno es porque vivimos en la era de la posverdad.
Escuchamos cosas como estas todos los días. Y es cierto que vivimos inundados de mentiras, propaganda y tergiversaciones interesadas. Pero echarle la culpa de todos nuestros males a los bulos es una actitud perezosa. Como explica
La desinformación ha existido siempre. Es posible que las redes hayan exacerbado algunas tendencias. Pero no han inventado nada nuevo
Arias no es un pensador extravagante. Es catedrático de Ciencia Política en la Universidad de Málaga, ha estudiado la manera en que las crisis medioambientales impactan en la política de las sociedades ricas y cómo la política actual está más dominada por las emociones que por la razón. Es columnista de El Mundo. En otros momentos, sería simplemente un brillante escritor liberal. Sin embargo, hoy en día, su sentido común parece una excentricidad. Su obra no niega que tenemos problemas nuevos —del calentamiento global a la disrupción tecnológica— y, de hecho, sus reflexiones están teñidas de un cierto pesimismo sobre el destino del liberalismo y la convivencia democrática. Pero, en general, tiende a pensar que los dilemas que plantea la actualidad son los propios de las sociedades ricas y plurales, y que la democracia siempre vive empantanada en los conflictos que ella misma crea y que, mal que bien, es capaz de solucionar. Ni el apocalipsis está a la vuelta de la esquina ni existe una ideología que pueda solucionar todos nuestros problemas.
Un caos inevitable
En su nuevo libro —muy erudito y lleno de referencias académicas, pero muy legible, y publicado por la editorial Página Indómita— Arias hace un retrato sobrio de nuestra época. Es cierto, afirma, que fenómenos como Trump, el Brexit o el procés han acercado peligrosamente nuestro sistema a un autoritarismo basado en la demagogia. Pero, al mismo tiempo, desmonta la tesis de que vivimos tiempos excepcionales dominados por una derecha adicta a la mentira. Lo que pasa, dice, es que la sencilla explicación según la cual “los malos juegan sucio” ofrece “un consuelo ante la victoria electoral o el ascenso de fuerzas políticas que nos parecen regresivas e incluso peligrosas”.
Arias no es complaciente con ninguna de las múltiples formas del populismo; en uno de los mejores pasajes del libro, explica cómo la derecha radical ha adoptado las tesis posmodernas que antes se atribuían a la izquierda, según las cuales nada es verdad ni mentira, sino un mero reflejo de la lucha por el poder. Pero, ¿acaso no es eso lo que siempre han creído los partidos y los fanáticos ideológicos? “Ni la competición entre partidos ni la rivalidad entre cosmovisiones ideológicas mueven al respeto por los hechos, sino que ambos fenómenos incentivan la tergiversación de los mismos; ni los partidos ni sus votantes más fieles son buscadores de la verdad”. Y como no hay un compromiso moral con la verdad, “cada uno defenderá su verdad, crea en ella o no, como primer paso para ganar la batalla electoral y obtener la hegemonía ideológica”. En eso, son hoy iguales la izquierda y la derecha.
Arias Maldonado desmonta la tesis de que vivimos tiempos excepcionales dominados por una derecha adicta a la mentira
Entonces, ¿qué deberíamos hacer quienes deseamos la supervivencia de la democracia liberal y un debate público, si no impecablemente objetivo o educado, sí al menos tolerable? Arias no tiene una fórmula mágica. Pero sí algunas propuestas. Lo primero es no creer que el pasado era mejor: “concluir que el espacio público tradicional o predigital era más respetuoso con la verdad resulta poco realista”. Tampoco hay que confiar en que los Gobiernos pueden regular la proliferación de mentiras. “Ni la política ni la democracia pueden ser el reino de la verdad”, dice, de manera ominosa pero realista. Y quizá lo único a lo que podemos aspirar es a fijar mejor los hechos, aunque toleremos un debate infinito sobre su interpretación. No a mucho más. ¿Es para estar contento? Ni mucho menos. ¿Nos espera la catástrofe a la vuelta de Año Nuevo? Seguramente tampoco. Con todo, sí se ha desvanecido, dice, un ideal: el de convertirnos en una sociedad deliberativa que sabe tomar decisiones colectivas de manera más o menos racional. Estamos condenados a vivir en el caos y las verdades a medias. Pero esa es la naturaleza de la democracia. La de ayer, con los periódicos de papel, y la de hoy con las redes digitales.
La gente vota a los populistas porque está desinformada. Las mentiras que circulan en las redes son las responsables de que la democracia no funcione. Si no hubiera fake news Donald Trump no habría ganado las elecciones. Si alguien es crítico con el Estado o el Gobierno es porque vivimos en la era de la posverdad.
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