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De Borromini y las mujeres artistas
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De Borromini y las mujeres artistas

Se merecen nuestra mirada atenta y el reconocimiento de un mundo, este, que hasta hace poco las mantenía ajenas, borradas -porque eso fue lo que la historiografía hizo, borrarlas-.

Foto: Villa Benedetti. Plautilla Bricci. Archivio di Stato. 1663.
Villa Benedetti. Plautilla Bricci. Archivio di Stato. 1663.

Ha ocurrido. Ha ocurrido esta misma mañana, en Plenti -donde desayuno siempre que puedo-. En la mesa de al lado, cubierta por las mismas hojas minúsculas que viene arrancando el viento desde ayer en Madrid, una mujer joven -en ropa de deporte- andaba leyendo lo mismo que yo. Esto podría ser tan poco extraordinario como la concordancia en una determinada prenda, en un tipo de calzado, en un modelo de gafa de sol -víctimas como somos de eso que llaman globalización-; lo insólito ha sido que lo que devorábamos -además de un bizcocho ella y tostadas con mantequilla yo- era la biografía que de Francesco Borromini escribió -el espía- Anthony Blunt. Pero es que, además, hoy es 3 de agosto y por tanto el aniversario de la muerte del -a mi juicio- más brillante arquitecto barroco. Lo reconozco. Reconozco que la efeméride hace un poco menos casual la coincidencia -es posible que seamos varios los que hemos rescatado esa lectura de nuestras bibliotecas movidos por un romanticismo entre curioso y pedante-, pero reconózcanme que el instante, la coincidencia, podría haber sido prevista por Toni Servillo -cuando encarna a Gambardella-.

placeholder Cúpula de San Carlo alle quattro fontane. Borromini. 1634-1644.
Cúpula de San Carlo alle quattro fontane. Borromini. 1634-1644.

Y no pensaba escribir. Estas semanas pensaba dejarlas en blanco -como el arroz-, para tomar el sol y leer a sir Anthony y todas las historias descritas por Melania Mazzucco que acabo de comprar -compulsivo- después de enamorarme de su prosa en La Arquitectriz. Pero, movido por mi intenso amor a Borromini -y al azar-, aquí me tienen, disertando sobre cultura, buscando palabras para transmitir lo que experimento cuando accedo a uno de esos templos soñados por él, cuando me postro ante una de sus fachadas en permanente movimiento. Si en Sant´ Ivo alla Sapienza es vértigo -tras sentir como tiran de mí hacía arriba-, frente a San Carlo alle quattro fontane lo que me surge es pánico -casi escénico-, el de la pérdida más que posible de aquello que parece efímero. Y, cada vez que voy a Roma, lo busco en su obra -y aún no he conseguido encontrar el rincón perfecto para observar el templete onírico que remata el campanario de Sant´Andrea delle Fratte-; también bajo la laja de mármol -más que sencilla- que lo recuerda en San Giovanni dei Fiorentini, donde fue enterrado vestido “a la española” -de riguroso negro-, con la cúpula de Giacomo della Porta como palio a perpetuidad.

placeholder San Giovanni dei Fiorentini.
San Giovanni dei Fiorentini.

Plautilla Bricci, la “prima architettrice”, pudo conocerle en vida. Y a Bernini. Y en la -su- Villa Benedetti dejó que fluyera todo lo visto a esos genios, en sus obras; desde el agua que esculpida en piedra le sirve de fachada - vista en Le Quattro Fiumi de Piazza Navona-, al arco central excavado como un nicho -igual al de la Villa Falconieri-. En parte, es la construcción de ese palacio erigido en el Gianicolo lo que atraviesa la historia levantada por Mazzucco -al quite de las investigaciones de Consuelo Lollobrigida-, esa sucesión de estilizadas loggias -según los diseños que le han sobrevivido- desde las que podía verse toda Roma, con un punto de fuga unívoco, la basílica de San Pietro. A una mujer, entonces, se le negaba todo -o casi-, hasta el nombre; también el arte. Y si pintaba nunca lo hacía del natural. Y si pintaba podía verse en mitad de un proceso como el que condenó a Artemisia Gentileschi -víctima de violación-. Y si pintaba, como “la briccia¨, era en colaboración necesaria con la mano de Dios -ahí sigue su Madonna de Santa Maria in Montesanto que, aseguran, pintaron juntos-. Por eso, esas pocas mujeres valientes se merecen nuestra mirada atenta, todos los estudios de género pertinentes, el reconocimiento de un mundo, este, que hasta hace poco las mantenía ajenas, borradas -porque eso fue lo que la historiografía hizo, borrarlas-.

placeholder Ritrato di architettrice (¿Plautilla Bricci?). Anónimo. s. XVII. Los Ángeles, colección privada.
Ritrato di architettrice (¿Plautilla Bricci?). Anónimo. s. XVII. Los Ángeles, colección privada.

Borromini se quitó la vida como sólo se hace en el teatro, “apoyé la empuñadura de mi espada en la cama; coloqué después la punta en mi costado y caí sobre ella con tanta fuerza que penetró en mi cuerpo, atravesándolo de un lado a otro”. Y lo hizo después de haber montado una de las escenografías más bellas de todos los tiempos, esa perspectiva forzada para el patio del Palazzo Spada -que una vez me fotografió Juan Baraja-; tras haber enrollado una escalera -la del Palazzo Barberini- como se haría en escena; con una visión del mundo única y profundamente dramática -también dramatúrgica; quizá por eso me guste tanto-. Murió al día siguiente y pudo dictar su final -al confesor- en mitad de una cadencia macabra orquestada entre “mil muecas horribles”. Su nombre -por ser hombre- le sobrevivió aunque no siempre con el mismo entusiasmo. Lo de “caprichoso” y “singular” le perseguiría hasta bien entrado el siglo XX, también lo “de que Vitrubio condenaría tales originalidades”. A Plautilla Bricci -como a Sofonisba Anguissola, Lavinia Fontana, Clara Peters y tantas y tantas mujeres-, por el contrario, nadie la había recordado hasta hace poco. Quedan más, muchas más. Que -al menos- no se repita la afrenta.

placeholder Escalera diseñada por Borromini para el Palazzo Spada. 1633.
Escalera diseñada por Borromini para el Palazzo Spada. 1633.

Ha ocurrido. Ha ocurrido esta misma mañana, en Plenti -donde desayuno siempre que puedo-. En la mesa de al lado, cubierta por las mismas hojas minúsculas que viene arrancando el viento desde ayer en Madrid, una mujer joven -en ropa de deporte- andaba leyendo lo mismo que yo. Esto podría ser tan poco extraordinario como la concordancia en una determinada prenda, en un tipo de calzado, en un modelo de gafa de sol -víctimas como somos de eso que llaman globalización-; lo insólito ha sido que lo que devorábamos -además de un bizcocho ella y tostadas con mantequilla yo- era la biografía que de Francesco Borromini escribió -el espía- Anthony Blunt. Pero es que, además, hoy es 3 de agosto y por tanto el aniversario de la muerte del -a mi juicio- más brillante arquitecto barroco. Lo reconozco. Reconozco que la efeméride hace un poco menos casual la coincidencia -es posible que seamos varios los que hemos rescatado esa lectura de nuestras bibliotecas movidos por un romanticismo entre curioso y pedante-, pero reconózcanme que el instante, la coincidencia, podría haber sido prevista por Toni Servillo -cuando encarna a Gambardella-.

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