Mala Fama
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El talento indivisible: ¿y si no existe el punto de vista femenino?
Que una película o una novela sean obra de una mujer quizá no tenga nada que ver con una visión colectiva de la realidad
Desde que ver películas ya no obliga a trasnochar ni a hacer cola en la filmoteca, ni a desplazarse al centro para comprar un DVD, me pasa que veo muchas más películas, pero ya no memorizo quién las dirige. Muchas veces no me quedo ni con el título de la película que acabo de ver en Nexflix o HBO, ni aunque me haya gustado mucho.
El otro día vi 'En realidad, nunca estuviste aquí', por ejemplo, una película muy violenta que había dirigido un fulano. A los que llevamos sin pegarnos desde una tarde de 1989, lo que más nos gusta en esta vida es ver películas violentas. Sabiendo que iba a serme imposible recordarlo, copié el nombre de su director en IMDB para averiguar si había visto alguna otra película suya. El nombre del director era Lynne Ramsay. Era una directora. Lo supe por la foto que acompañaba su perfil. Me entró un subidón importante, en ese mismo momento.
Llevo todo este año dándole vueltas a la queja feminista de que el cine es machista, de que no hay directoras y de que, por ello, escasean los papeles importantes para las actrices. Las vueltas que le doy a esta filípica -por lo demás, bastante sensata- tienen que ver con eso que se desliza a veces sobre un “punto de vista femenino” o una “mirada femenina”, que se echa de menos. Yo creo, la verdad, que esa mirada femenina no existe.
Quiere decirse que no hay ni una visión del mundo ni una necesidad de contar historias que se bifurquen y tengan como resultado obras de creación antagónicas y complementarias. Quiere decirse que esa “mitad de la imaginación” que Leticia Dolera adjudica a las mujeres forma parte de una suma que no sale. No hay dos mitades de la imaginación como no hay dos mitades del talento. Toda la imaginación y todo el talento son de unos pocos, como el dinero, la belleza y la suerte. Que esos pocos sean hombres o mujeres resulta irrelevante a efectos artísticos, que son los efectos que aquí trato de acotar.
Química narrativa
Un test interesante sería proponer a un puñado de jóvenes el visionado de dos películas muy similares, 'La noche más oscura' y 'Sicario', y decirles que sólo una de ellas fue dirigida por una mujer. Los jóvenes tendrían que averiguar cuál, y dar argumentos. No hay química narrativa capaz de descomponer estos dos largometrajes en un puñado de planos, diálogos o trucos de montaje que lleven a averiguar fundamentadamente que 'La noche más oscura' fue dirigida por una mujer y 'Sicario' por un hombre, como así sucedió. Igualmente, es imposible defender como evidente que 'Drive' fue dirigida por un varón y 'En realidad, tú nunca estuviste aquí' -de pathos idéntico- por una mujer. Ni Kathryn Bigelow ni Lynne Ramsay proponen una “mirada femenina”, o no más femenina que la que proponen Denis Villeneuve o Nicolas Winding Refn.
De hecho, siempre habrá más diferencias entre el cine de Quentin Tarantino y el de Lasse Hallström que entre el cine de una directora y el cine de un director, tomados así en general. Hay directores que cuentan historias de mujeres (Woody Allen, Pedro Almodóvar) y hay directoras que cuentan historias singularmente viriles (la misma Kathryn Bigelow). Lo que no hay, hasta nueva orden, son directores o directoras que se olviden de su vocación estrictamente personal y se pongan a hacer el cine que no se sabe quién (Leticia Dolera) cree que deben hacer. A lo mejor una mujer quiso ser directora porque le obsesionaba la figura del padre, y a analizar la figura del padre dedica todas sus películas, relegando a las mujeres a papeles secundarios. Eso es arte: una obsesión, no una estadística.
Lo que no hay son directores o directoras que se olviden de su vocación y se pongan a hacer el cine que Leticia Dolera cree que deben hacer
Mi apuesta o creencia es perfectamente linchable, pero ahí va: no falta nada en el cine, en la literatura, en el arte. Falta, sí, autoría femenina, pero no personajes femeninos complejos, historias de mujeres, relaciones de madres con hijas. El primer best seller de la la industria editorial tal y como la conocemos fue 'Pamela' (1740), de Samuel Richardson, donde una criada contaba en forma epistolar su resistencia al acoso del señor de la casa donde trabajaba. Todo lo ha explorado ya la literatura o el cine, todo lo está explorando, nuestro día a día y el día a día de los que vengan. Estoy seguro por ello de que si decretáramos que sólo las mujeres podrán dirigir películas desde el año 2019, para el año 2025 -después de unos primeros años de abusiva inclinación- el cine sería exactamente igual al que vemos hoy, con sus Tom Cruise, con sus James Bond, con sus Jennifer Lawrence y con sus Catwoman. Con sus Drive y sus Lilya Forever.
Cristina Fallarás
Todo esto se me ha hecho evidente, y ya digno de que ustedes me lo lean, después de leer a mi vez 'Honrarás a tu padre y a tu madre' (Anagrama), de Cristina Fallarás. Sus primeras cien páginas son exactamente lo que yo considero buena literatura, buenísima prosa española.
Vale que Fallarás es un personaje difícil de tragar a nada que uno descrea del histrionismo como virtud periodística, pero su libro -qué le vamos a hacer- es espléndido.
Pero su calidad, su timbre, sus recursos retóricos son indistinguibles de los que utilizaba Umbral, de los que encontramos en 'Ordesa', de otro aragonés, Manuel Vilas, y hasta de algunas páginas de Camilo José Cela. Es la prosa madre de la literatura española, que viene de Quevedo; es ese gusto por la aliteración (“cadáveres grises bañados en miedo movidos como peleles por los vaivenes del vehículo”), por la enumeración dispar (“vida familiar decorada con geranios y pan caliente”) o la greguería (“cuántas cuantísimas botas caben en las botas militares”).
“Las letras de la palabra casa dibujaron en el aire un hueco donde existir”. ¿Quién podría asegurar que esta memorable frase ha sido escrita indudablemente por una mujer y no por un hombre? ¿Qué mirada femenina hay, en suma, en la metáfora feliz?
Sin embargo, el libro de Fallarás, ocultando el nombre de su autora, podría ser acusado perfectamente de cipotudo (adjetivo cada vez más calamitoso, por cierto), de patriarcal (en la narración se apela a las mujeres como “su hembra” varias veces, mientras que el varón es “su hombre”); en fin, de lo que ustedes quieran. De modo que la feminista Fallarás habría publicado un libro estéticamente machista si no fuera porque lo firma ella.
Piénsenlo.
Desde que ver películas ya no obliga a trasnochar ni a hacer cola en la filmoteca, ni a desplazarse al centro para comprar un DVD, me pasa que veo muchas más películas, pero ya no memorizo quién las dirige. Muchas veces no me quedo ni con el título de la película que acabo de ver en Nexflix o HBO, ni aunque me haya gustado mucho.
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