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El feminismo, en cuarentena: la debacle total de una causa justa
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Alberto Olmos

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El feminismo, en cuarentena: la debacle total de una causa justa

Después del último 8-M, el feminismo hegemónico se enfrenta a la inutilidad de su sectarismo

Foto: Manifestación del 8-M en Madrid: Begoña Gómez (c), esposa del presidente de España, Pedro Sánchez, junto a la vicepresidenta primera del Gobierno, Carmen Calvo (2i), la vicepresenta de Asuntos Económicos, Nadia Calviño (2d), y la ministra de Polí
Manifestación del 8-M en Madrid: Begoña Gómez (c), esposa del presidente de España, Pedro Sánchez, junto a la vicepresidenta primera del Gobierno, Carmen Calvo (2i), la vicepresenta de Asuntos Económicos, Nadia Calviño (2d), y la ministra de Polí

Poco antes de que la epidemia del coronavirus que amenaza con cargarse el país ocupara la totalidad de las portadas, pudimos leer en ellas que las empresas fabricantes de móviles los hacían demasiado grandes y por ello las mujeres “sufrían lesiones en sus extremidades superiores”. También pudimos enterarnos de que en algunas ciudades, cuando toca retirar la nieve de las calles, se limpiaba antes el centro porque los carriles-bici discurren por el extrarradio y son precisamente las mujeres las que más van en bici. Si alguien, en medio de una epidemia galopante, echa de menos estas informaciones aterradoras seguramente pueda seguir leyéndolas en El Mundo Today.

Es una pérdida de tiempo argumentar que los fabricantes de móviles hacen todo lo posible por vender más y que testan incluso ladinamente sus aparatos y diseños y tienen como meta única hacer la mayor cantidad de dinero a partir de la mayor satisfacción del cliente (amén de añadir que todos los adolescentes, con sus pequeñas manos, manejan los mismos móviles que las mujeres); y también es una pérdida de tiempo iluminar la evidencia de que el centro de la ciudad se limpia y cuida con especial esmero porque ahí viven los ricos y ahí, en esas pocas calles, se tasa el valor turístico y se construye la imagen internacional de una ciudad. Me da a mí que no hay mucho machismo en un quitanieves. (Salvo si pensamos que toda esta maquinaria pesada la manejan incluso bajo condiciones de riesgo exclusivamente hombres, y a lo mejor es que queremos que haya paridad en su conducción y dotado).

¿Realmente en esto había acabado la causa justa del feminismo, en una lucha encarnizada contra los quitanieves y los Samsung y, quién sabe, las cremalleras de los abrigos? ¿No se rebela nadie aquí? ¿No resulta evidente la deriva psicopática a la que han llevado este movimiento sus autoproclamadas líderes en los últimos años?

El 8 de marzo

Tengamos en cuenta que la cerrazón y el fanatismo han alcanzado tal punto de inflexibilidad que una concentración como la del pasado 8 de marzo, que ponía en riesgo la salud de decenas de miles de personas, fueron incapaces de desaconsejarla tanto el epidemiólogo de cabecera del gobierno como los medios de comunicación, y que el negacionismo del coronavirus (nunca afeado ni reprendido como otros negacionismos, estando el virus ante tus propios ojos) llevó a hacer comparaciones bizarras sobre quién mataba más, si el Covid-19 o el machismo, y hasta algún manifestante declaró a las cámaras: “El coronavirus no existe”. Durante cuatro días, hasta creer en el coronavirus era machista, pues atentaba directamente contra el baño de masas musoliniano que querían darse Irene Montero y Carmen Calvo. Exactamente ese es el techo de cristal de lo real que ha roto el feminismo hegemónico, que vuela ya por los cielos imaginarios de una cierta concepción psicotrópica del mundo: no existe otra cosa que lo que yo digo que existe.

Nos hemos acostumbrado a la afirmación inconsecuente de que cualquier mal que aqueja al mundo aqueja sobre todo a las mujeres

Los coletazos de esta alucinación colectiva han podido verse estos días en titulares en buena medida mecánicos, pues nos hemos acostumbrado a la afirmación inconsecuente de que cualquier mal que aqueja al mundo aqueja sobre todo a las mujeres. Y así, una empresa comprobadora de datos se descolgó hace días con este estudio: “El coronavirus tienen más riesgo de cogerlo las mujeres”, cuando la realidad es que son los hombres los que más se contagian y los que están muriendo en mayor cantidad. También un tertuliano afirmó que había que atender prioritariamente a los ancianos, las personas enfermas, “y las mujeres”, así en general, como si ser mujer fuera un factor de riesgo en una enfermedad que no hace distingos por género o ideología, sino sólo por estatus social.

Pero lo más reseñable de los últimos días hábiles del feminismo hegemónico fue la expulsión de las mujeres de Ciudadanos de la manifestación del 8 de marzo en Madrid. La normalidad con la que contemplamos estos atentados contra los derechos fundamentales es ya simplemente siniestra. Sólo una dictadura puede impedir que un ciudadano o ciudadana acuda libremente a sumarse a una protesta pública, y lo que vemos hoy con total adocenamiento democrático es a unas mujeres diciéndole a otras mujeres si pueden manifestarse o no por los derechos de las mujeres. Es de psiquiátrico.

Irene Montero justificó en sus alianzas con VOX que las diputadas y concejalas de Ciudadanos merecieran este hostigamiento, coacción y expulsión. Cabe preguntarse si a estas mujeres, por pactar con VOX, puede prohibírseles comprar el pan, tomar el transporte público, salir a la calle o abrirse una cuenta corriente, pues cualquiera de estas tropelías se acomodan de la misma manera irracional al argumento que les prohíbe ir a manifestarse. ¿Quién decide aleatoriamente qué puede hacer una mujer? ¿Dónde está el límite? ¿Alguien recuerda que una mujer fuera expulsada nunca de una manifestación contra ETA, la guerra del golfo o los recortes sociales?

Feminismo nacionalista

El feminismo se ha convertido en un nacionalismo de serranas, un identitarismo reduccionista y autocomplaciente que nada tiene que ver con la igualdad entre hombres y mujeres, y sí con que unas pocas mujeres sean mejores que todas las demás. Irene Montero no ha llenado su ministerio de mujeres con cargos públicos, sino de amigas con cargos públicos.

Urge, por tanto, poner el feminismo en cuarentena, ahora que todo está en cuarentena, y reflexionar si sus últimas acciones y propuestas tienen algo que ver con un feminismo humanista y saludable. Dense cuenta además de que el 8M de hace un año congregó al triple de personas que el de este año (nueve veces más si nos creemos los datos de la organización para 2019: un millón), lo cual indica que la desafección por este feminismo de matonas no para de aumentar. ¡Si hasta Izquierda Unida ha expulsado de sus filas al Partido Feminista, el bueno!

Ahora que todo está en cuarentena, toca reflexionar si sus últimas acciones tienen algo que ver con un feminismo humanista y saludable

Del mismo modo que la izquierda debería recuperar la enseña de la igualdad como viga maestra de su ideario, el feminismo debería barrer como un mal sueño todo este estrépito de ocurrencias y filofascismos, de disparates y linchamientos, y parecer al menos que está en manos de buenas personas. No ya en manos de gente inteligente y preparada, sino simplemente en manos de buenas personas. ¿Que qué es una buena persona? Alguien que no podría dormir por las noches después de vulnerar los derechos fundamentales de un desconocido. Así de simple.

Gente, en fin, que asuma principios básicos de convivencia, que plantee conflictos reales y sangrantes y no payasadas sobre quitanieves, que promueva la tolerancia y el diálogo y no la violencia y el nepotismo, que convenza porque tiene razón en lugar de silenciar porque tiene la fuerza.

Yo ni siquiera lo veo tan difícil, amigas.

Poco antes de que la epidemia del coronavirus que amenaza con cargarse el país ocupara la totalidad de las portadas, pudimos leer en ellas que las empresas fabricantes de móviles los hacían demasiado grandes y por ello las mujeres “sufrían lesiones en sus extremidades superiores”. También pudimos enterarnos de que en algunas ciudades, cuando toca retirar la nieve de las calles, se limpiaba antes el centro porque los carriles-bici discurren por el extrarradio y son precisamente las mujeres las que más van en bici. Si alguien, en medio de una epidemia galopante, echa de menos estas informaciones aterradoras seguramente pueda seguir leyéndolas en El Mundo Today.

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