Mala Fama
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Pablo Iglesias nunca existió
Seguramente es más fácil pasar a la Historia por fundar un partido que por hundirlo
Entre las despedidas que ha recibido Pablo Iglesias después de abandonar la política, abundaron aquellas que daban por hecho su entrada en la Historia. Entrar en la Historia, sin embargo, es difícil, tienes que matar a mucha gente o, si no hay más remedio, ayudarla. Lo que llamamos Historia no es otra cosa que las páginas amarillas del dolor. Quien causa mucho dolor, o quien lo alivia en gran medida, puede aspirar a que su nombre se salve de la muerte. Luego habría que ver si una vez muerto esto es tan importante.
La valoración histórica de un personaje la lleva a cabo un grupo de gente que puede equivocarse, atender a pérfidas inclinaciones ideológicas o identitarias o no saber lo que hace. Da igual. Ganar el premio Nobel no es pasar a la Historia. Tampoco lo es ganar unas elecciones o una medalla de oro o un concurso en la tele. Mucha gente pasa a la Historia perdiendo.
Porque la auténtica Historia es una popularidad extendida, métrica y conversacional. Se ha hecho Historia cuando la gente un día acaba hablando de ti. Franco hizo Historia, incluso demasiada.
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Pablo Iglesias, en rigor, tiene más posibilidades de pasar a la Historia por su casa en Galapagar que por cualquier otro asunto. Solo la casa de Galapagar coquetea con el mito, atraviesa el tiempo y da bastante rabia en Galapagar. Este municipio llevará durante mucho tiempo la sombra de que allí no se hizo nada de valor en 500 años hasta que un tipo se compró un chalé.
Matones
Pablo Iglesias, en fin. A mí nunca ha acabado de caerme mal, yo diría incluso que le aprecio. Obviamente, dentro del Podemos endurecido con los años era el único que merecía algún respeto. El partido es desde hace tiempo una legión romana de matones. Desde Echenique al chaval ese de Valladolid que dice tacos, cuesta encontrar gente allí que no cobre por hacerle 'bullying' a alguien. Tocaron fondo cuando a un santo (José Manuel Calvente) le despidieron por acoso sexual “grave”. No era nada. Ahora, sin Iglesias, solo queda el pillaje político, el escándalo sucesivo y vender la sede.
El caso es que Pablo Iglesias no va a pasar a la Historia porque no ha hecho bien a nadie. Su obsesión última era traernos la república, que se le notaba ilusionado ya solo por hacer caer a un rey. Llegar al Gobierno fue llegar al final, cuando para pasar a la Historia ese es justamente el principio. Sus fans creen que ha hecho algo increíble por ejercer durante año y pico de vicepresidente, aunque no consta que nadie recuerde el nombre de ningún vicepresidente segundo de la democracia. Leo por ahí que sus méritos fueron “subir el salario mínimo, plantar cara a los grandes poderes y al fascismo”. O sea, su único logro ha sido subirle el sueldo 50 euros al mes a un millón y pico de personas. No tengo a mano calculadora, pero si sumamos lo que nos cuestan los tres ministerios inútiles (Consumo, Igualdad y Universidades), y la propia vicepresidencia social, a lo mejor nos tocaba a cada familia española una suscripción a Netflix para todo el año.
Pablo Iglesias no va a pasar a la Historia porque no ha hecho bien a nadie
Iglesias, por supuesto, tiene grandes méritos, pero no de los que acaban en los libros de texto. Dio espectáculo como nadie. Emocionó como nunca. Dijo cosas que nadie había dicho en sitios donde no se sabía que podían decirse. Arrastró masas por las calles, la redes y las urnas. Fue un Dios del combate, la divinidad retórica de la derrota. Iglesias solo era imbatible como perdedor por poco, necesitábamos que alguien perdiera por poco, para meter miedo a los malos.
Luego, con chalé y sillón en el Consejo de Ministros, se veía que los malos eran de los suyos, también con chalé y sillón en algún consejo. Lo que le faltó a Iglesias fue Errejón, alguien a su lado que siempre pareciera más pijo que él.
Tanto traje de vicepresidente, amén de lo inmobiliario, lo jodió todo. Iglesias podía decir cualquier cosa que ya nadie oía sus palabras. Qué dice este hombre de los obreros, por Dios santo. De los de abajo. De los pobres. Era patético. Noten por favor que en las elecciones madrileñas, cuando Ayuso proponía algo, como bajar los impuestos, se oían críticas, se hablaba de beneficiar a los ricos, de hiperindividualismo o de ultraderecha; pero nadie pensaba que Ayuso no fuera a hacer lo que decía que iba a hacer. Los madrileños votaron a una mujer con convicciones, y dejaron el último a un hombre con eslóganes. Los eslóganes, por definición, son más bonitos que las convicciones, pero solo funcionan si suenan a convicciones cuando los enuncias. Ni Pablo Iglesias se creía al final a Pablo Iglesias.
Ahora dicen que va a volver a la televisión. Es, obviamente, la mejor manera de acabar con la carrera política de Pablo Iglesias: hacer como si nunca hubiera existido. Los oficios públicos no son acumulativos, sino exterminadores. He pensado mucho estos días —pensando mucho en Iglesias— en Enrique del Pozo. Enrique del Pozo era famoso para mí como tertuliano cutre de Javier Sardà, famoseo pringoso de la peor especie. Un día, pasados muchos años de verle en la tele, me enteré de que Enrique del Pozo fue un día Enrique, de Enrique y Ana, un dúo musical para niños, triunfal y enternecedor. Nadie recuerda a Enrique del Pozo como cantante infantil de éxito, sino como colaborador televisivo. Iglesias, a nada que haga televisión durante cinco años, pasará a ser Pablo Iglesias, el que sale por la tele. El de los clips virales. Al que han cancelado el programa. Al que han dado otro programa. El que cobra tanto. Poco a poco, su labor política se desvanecerá, la nueva fama desplazará a la antigua, nadie recordará que un día Pablo Iglesias estuvo a despachos y banderas, a cabildos altos, a las cosas del comer. Y será, exactamente, como si Pablo Iglesias nunca hubiera existido.
No lo hagas, Pablo.
Pero si de pasar a la Historia se trata, la pelea onomástica también tiene su miga, su dificultad. Pablo Iglesias era, sin más, el fundador del PSOE, Casa Labra y un gran bigote. Cuando un Pablo Iglesias nacido en 1978 empezó a acaparar su propio nombre, el Pablo Iglesias tipógrafo pareció empequeñecerse. Era un caso singular de suplantación de identidad, Turrión contra Posse por todo lo que viene antes, la lucha de un nombre por la antonomasia. Ahora, retirado Pablo Iglesias, el Pablo Iglesias centenario respira tranquilo, crece, se reivindica. Seguramente es más fácil pasar a la Historia por fundar un partido que por hundirlo.
Entre las despedidas que ha recibido Pablo Iglesias después de abandonar la política, abundaron aquellas que daban por hecho su entrada en la Historia. Entrar en la Historia, sin embargo, es difícil, tienes que matar a mucha gente o, si no hay más remedio, ayudarla. Lo que llamamos Historia no es otra cosa que las páginas amarillas del dolor. Quien causa mucho dolor, o quien lo alivia en gran medida, puede aspirar a que su nombre se salve de la muerte. Luego habría que ver si una vez muerto esto es tan importante.