Es noticia
Cómo destruir completamente la industria editorial española
  1. Cultura
  2. Mala Fama
Alberto Olmos

Mala Fama

Por

Cómo destruir completamente la industria editorial española

A veces los mejores libros se descubren por caminos insólitos; ejemplo: 'Yo que nunca supe de los hombres', de Jacqueline Harpman

Foto: Imagen: iStock/CSA-Printstock
Imagen: iStock/CSA-Printstock

Me da mucha felicidad no leer textos como este que usted lee ahora mismo; o sea, reseñas de libros. Esto hace que nunca llegue a un libro gracias a un crítico. Sin embargo, me fío mucho de oír-hablar-de-un-libro, lo que, al cabo, puede llevarnos en efecto a ese crítico. Por ahí, pensaba el otro día, ya está uno destruyendo el sistema editorial español, prescindiendo de la, así llamada, prescripción profesional.

Ese día que les cuento, de iluminaciones y terrorismo, andaba por los reels de Instagram y descubrí a una chica muy maja que recomendaba libros de curas. También recomendaba a Annie Ernaux, no eran todos libros de curas. En un momento dado, en uno de sus vídeos, alzó el libro I who have never known men, de una tal Jacqueline Harpman (1929-2012). Me encantó el título, y supe instantáneamente (lo siento, uno tiene sus superpoderes) que muy seguramente era un buen libro.

Como Instagram posee ese algoritmo demoníaco que te lleva a ver más vídeos del tema al que le has prestado un mínimo de atención (bastó un like en la cuenta de Librarianofburgos), empezaron a salirme más usuarios de esta red social mostrando libros que les gustaban. Y dos veces, nada menos, volvió a salir la portada de I who have never known men, de Jacqueline Harpman.

Decidí entonces leerlo, y entré en Amazon. Noten por favor que, a diferencia de todos ustedes, según la encuesta del Gremio de Editores, no corrí a mi librería de barrio favorita, en bicicleta. No. Entré en Amazon. Pero ahora viene lo peor.

Foto: Portada de 'Los escorpiones', la novela de 800 páginas de Sara Barquinero. Opinión

En Amazon estaba I who have never known men, claro, pero descubrí que Alianza Editorial lo había traducido, con el título Yo que nunca supe de los hombres (que seguiremos). Entonces podía comprar el libro en inglés (ojo, la autora es belga y su libro, claro, originalmente está en francés) o en español, haciendo patria y esas cosas. Lo compré en inglés.

En inglés costaba casi la mitad que en español y la portada era mucho más bonita. Y así es como destruí la industria editorial española entera, amigos. Con mi lectura de esta obra no ha ganado ni el pobre traductor o traductora que la volcó a nuestro idioma; ni los suplementos (me fié de Instagram), ni los libreros (compré en Amazon), ni los editores (compré a un editor inglés: Random House UK).

¿Me sentí satisfecho? No, pero me hizo un montón de gracia.

Apocalipsis de género

Empecé el libro sin saber de qué iba: ni la más puñetera idea. El título en inglés me fascina: I who have never known men. Su traducción al español debería mantener la arista erótica: conocer, conocer carnalmente, "no conoce varón". Ese Yo que nunca supe de los hombres expulsa toda carga sexual, muy presente en lengua inglesa, y seguramente en la francesa. Quizá podría haberse apostado por un Yo que nunca conocí varón.

Está escrito diez años después que 'El cuento de la criada', de Margaret Atwood, con el que se le compara mucho: uno es de 1985 y el otro de 1995

El libro se inscribe en el género de la distopía pos-apocalíptica, y está escrito diez años después que El cuento de la criada, de Margaret Atwood, con el que se le compara mucho: uno es de 1985 y el otro de 1995. Sin embargo, parece un libro de éxito tardío, que se tradujo en su momento y sólo ahora, en el ámbito anglosajón (edición de 2019), ha funcionado. A España llegó en 2021. Con todo, mis confidentes de Instagram lo nombraban como mejor libro de 2023, y en Goodreads (donde tiene la friolera de 42.000 ratings) hay muchas reseñas de los años 23 y 24. A lo mejor lo ha recomendado en un podcast el año pasado un cocinero famoso en Chicago o Londres, quién sabe.

placeholder Portada de la novela en español e inglés.
Portada de la novela en español e inglés.

Yo que nunca supe de los hombres nos presenta a cuarenta mujeres, una de ellas menor de edad (que además es nuestra narradora), encerradas en un búnker al cuidado de seis guardas que, en turnos de tres hombres, las vigilan las veinticuatro horas del día. En el primer acto de la obra, no pasa nada salvo eso: la vigilancia, el encierro y la cotidianidad. Los guardias las proveen de comida, y algunos útiles. No las tocan. Hacen sonar sus látigos ante comportamientos prohibidos, como que ellas se toquen las unas a las otras o, más tremendo, traten de suicidarse. Llevan encerradas años, no haciendo otra cosa que comer y defecar (sin privacidad) y hablar entre ellas y preguntarse qué ha pasado en el mundo, y si acaso están aún ellas en el planeta Tierra. Nuestra narradora tiene unos trece años y no ha conocido otra realidad que el búnker. Por eso, claro, no sabe nada de los hombres.

La exigencia de credulidad de este planteamiento es alta, y de la novela puede decirse una cosa triunfal: va siempre a mejor, y lo mejor son sus diez o quince últimas páginas, donde (quizá por el idioma en el que lo leí, claro) me ha sonado casi a Shakespeare. Creerse que pueden estar cuarenta mujeres encerradas durante años y años sin hacer nada, sin hacerse nada, sin que nadie las utilice en absoluto (de ahí que el libro, al cabo, no guarde ninguna relación con El cuento de la criada: no hay explotación; diría que no hay ni lucha de sexos) nos deja a las puertas de la inverosimilitud.

La exigencia de credulidad de este planteamiento es alta, y de la novela puede decirse una cosa triunfal: va siempre a mejor

Muy en consonancia con el título, las primeras páginas entran de lleno en la noción del otro sexual, el hombre, y la narradora confiesa cómo trató en esos años de llamar la atención del guarda que creía más joven. Lo hizo sólo por curiosidad. Hay numerosos párrafos dedicados a la ausencia de ciclo menstrual en la ya adolescente, y la regla, ya que estamos, se visibiliza aquí de la forma más original, natural e inteligente que yo haya leído nunca. No es como que salga la regla para hacer feliz a las redactoras de El País. Es que es un tema central de la propia narración.

La novela que debemos entender como referente de Yo que nunca supe de los hombres es, en realidad, Robinson Crusoe. Jacqueline Harpman hace aquí la novela menestral, superviviente, de mucha manualidad y mucho objeto. Al igual que la autora austriaca Marlen Haushofer con El muro (1963), es el personaje de Daniel Defoe del siglo XVIII, vuelto mujer y en otras islas, el que intuimos como modelo.

Situado el personaje en una tesitura de resistencia con lo puesto, el reto de las autoras es que nos creamos que se puede vivir del puro ingenio, la privación y las habilidades aprendidas o por aprender. Así, en Yo que nunca supe de los hombres, que ocupa apenas doscientas páginas, decenas de ellas se dedican a coser, conseguir comida, fabricarse calzado, encender fuegos y demás miserias básicas. Son páginas que pueden resultar pesadas, pero sin ellas nadie se creería la historia que se nos está contando.

La novela que debemos entender como referente de Yo que nunca supe de los hombres es, en realidad, 'Robinson Crusoe'

Dividida en tres actos, les revelaré que la tesis de no estar siquiera en el planeta Tierra se apuntala en el segundo de ellos, donde vemos que el búnker de mujeres son en realidad muchos búnkeres en una planicie infinita. Es muy flipante todo el imaginario que crea Harpman. Y, en el tercero, donde ya merodeamos todas las posibilidades, como si de la serie Lost se tratara, la obra apunta cada vez más alto, rindiendo homenaje a los propios libros y a la propia escritura, y acaba volviendo a la mestruación no experimentada como símbolo mayor. Porque todo es símbolo, el búnker, los guardas, la planicie, pero no sabe uno exactamente de qué y, sin embargo, es mejor que no lo sepa.

Yo que nunca supe de los hombres es una novela extraordinaria, durísima, con muchas muertes y cadáveres, (leemos: “soy señora del silencio, dueña de búnkeres y cadáveres”), literatura poderosamente apelativa, como prueba que a mucha gente en Instagram le ha gustado.

Me da mucha felicidad no leer textos como este que usted lee ahora mismo; o sea, reseñas de libros. Esto hace que nunca llegue a un libro gracias a un crítico. Sin embargo, me fío mucho de oír-hablar-de-un-libro, lo que, al cabo, puede llevarnos en efecto a ese crítico. Por ahí, pensaba el otro día, ya está uno destruyendo el sistema editorial español, prescindiendo de la, así llamada, prescripción profesional.

Literatura
El redactor recomienda