Mala Fama
Por
El 'sprint' de la edad tardía: por qué escribir tanto con 70 años
Luis Landero publica su sexto libro en diez años, 'La última función', un melancólico ejercicio de estilo
Los escritores que se callan gozan de un excesivo prestigio. Esto de escribir dos libros y dejarlo estar tiene tanto de literario como tiene de erótico casarse con la hija de tu vecino. Hay más vecinos, más hijas, más oportunidades para el amor y la letra. Quizá alguna vez me hizo gracia el modelo de JD Salinger, pero hoy creo que hay más literatura en escribir muchos libros que en cerrar el negocio cuando el éxito hace que funcione solo. Al contrario de lo que podría pensarse, la gente que escribe un libro tras otro no piensa en los lectores, sino en sí mismo. Es el cálculo lector, la premisa empresarial, la que se oculta detrás de la renuncia literaria. No escribo más porque sólo conseguiría empeorar mi legado, mi obra, mi marca. Es bonito ver a la gente escribir contra su propio negocio.
Eso hace Vargas Llosa, que habiendo parado en
No soy gran fan de Landero, más que nada porque no se puede ser fan de todo el mundo
El asunto con publicar incesantemente es que, si eres conocido, tu obra se va desdibujando. Con los primeros cuatro libros, parece haber una progresión o, la menos, una variación creativa. A partir de ahí, todo es dejación de funciones. Hay un punto en el que un escritor se cansa de innovar, de ponérselo difícil a sí mismo y de tratar de inventar la rueda. Entonces hace novelas como las de Balzac, y listo.
Un poco por ahí va Savater con su Carne gobernada (Ariel), donde dice, como ha repetido en las entrevistas, que hace años hubiera mimado más la prosa, pero ahora le apetece escribir sin vestirse de etiqueta. "Cuando era más puntilloso (y presumido) por culpa de la juventud, me habría sonrojado el desaliño de estas páginas", escribe Savater.
Ser mayor es dejar de tomarse en serio.
La última función
Pues Landero se hizo famoso en 1989 con su primera novela,
Cuando entonces, un nuevo libro del autor de Juegos de la edad tardía era recibido con efusión de publicidades y obligaciones. Había que leerlo y decir cosas. Ahora no sé cuántos sabrán si
No soy gran fan de Landero, más que nada porque no se puede ser fan de todo el mundo. Me irrita, de primeras, como me pasa con Eduardo Mendoza, esa toponimia humana, de gente que se llama Remedios o Tito o Recesvinto, y luego salen máquinas de coser y braseros de picón. No me gusta que un libro que acaba de salir en 2024 me hable de braseros de picón. Llámenme moderno.
Es un libro que parece Onetti con más ganas de vivir. Es la prosa lo que lo sostiene
Pero todos los libros de Landero los voy abriendo, y éste, La última función, me entró con buen pie, y me lo he leído entero con gran gozo piconero. No se va tan atrás, sólo a los años 90.
Es un libro que parece Onetti con más ganas de vivir. Es la prosa, para el que esto escribe, lo que lo sostiene. Se empieza con frase muy larga, que merodea por el propio gusto de merodear, va describiendo un pueblo abocado a la desaparición y un par de personajes cuya vida no vale nada. En el fondo del libro late que la vida se echa a perder a nada que no eres Luis Landero, y por lo menos has escrito quince libros. La gente mira hacia atrás y no ve más que sueños incumplidos, ni siquiera muy originales. "Pensé que la vida era algo fácil, que bastaba entregarse a ella y que ya ella se encargaría de llevarte por el mejor camino".
Uno, Tito (ya ven), quería ser actor, payaso, artista, funambulista, algo que volara sobre el ras de la rutina. La otra, que no me acuerdo cómo se llama, no sé si quería ser algo (lo bueno de la prosa bonito es que no te enteras de qué van los libros), pero fracasó casándose y aguantando a un señor. Ambos coinciden en un bar de pueblo, y sueñan con evitar su despoblamiento con algo que atraiga a los turistas. La trama casi no es más que eso.
Pero la prosa es mucha: “En cualquier caso, así fue como las conversaciones, las palabras, los cuentos, el hablar por hablar, la mera costumbre, los regalos, el tiempo, y sobre todo el miedo, hicieron el oficio que no supo hacer el amor.”
Los escritores que se callan gozan de un excesivo prestigio. Esto de escribir dos libros y dejarlo estar tiene tanto de literario como tiene de erótico casarse con la hija de tu vecino. Hay más vecinos, más hijas, más oportunidades para el amor y la letra. Quizá alguna vez me hizo gracia el modelo de JD Salinger, pero hoy creo que hay más literatura en escribir muchos libros que en cerrar el negocio cuando el éxito hace que funcione solo. Al contrario de lo que podría pensarse, la gente que escribe un libro tras otro no piensa en los lectores, sino en sí mismo. Es el cálculo lector, la premisa empresarial, la que se oculta detrás de la renuncia literaria. No escribo más porque sólo conseguiría empeorar mi legado, mi obra, mi marca. Es bonito ver a la gente escribir contra su propio negocio.
- El fantasma de las novedades pasadas Alberto Olmos
- Hacen falta dos hombres privilegiados para escribir un libro muy corto Alberto Olmos
- Tiempo de talento: por qué deberíamos cargarnos a Luis Martín-Santos Alberto Olmos