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Aquellos tiempos de las cien librerías asaltadas
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Alberto Olmos

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Aquellos tiempos de las cien librerías asaltadas

Es inexplicable que Rafael Chirbes nunca tuviera un hueco como crítico cultural en los periódicos nacionales

Foto: (CSA/Printstock)
(CSA/Printstock)

Para medir la apatía que me provocan las novedades editoriales del año en curso, baste decir que no me he puesto a leer libros publicados en años anteriores, sino reseñas de libros publicados en años anteriores. Hay ciertas reseñas antiguas más interesantes que los propios libros que recomiendan las reseñas de hoy. Esto es como si fuera más divertida la fiesta de la discoteca que ha cerrado.

Las críticas reunidas en Asentir o desestabilizar (AltaMarea, 2023), firmadas por Rafael Chirbes, no llevan a los convulsos años 70, en concreto, a su segundo quinquenio, donde por lo menos tiroteaban librerías, se metían con Jorge Semprún y los entrevistados le decían al entrevistador lo tonto que era. Cualquier tiempo pasado fue, sobre todo, increíble.

Tuvo que morirse (2014) Rafael Chirbes para que yo (y algunos más) le fuéramos tomando el mayor de los cariños. Su obra literaria nunca me enamoró, excepción hecha de Crematorio (2007), porque era demasiado áspera y plúmbea y metalúrgica. Es un autor de prosas cerradas, lentas, doloridas, retrospectivas y alemanas. Sin embargo, qué claridad y saber desprenden sus Diarios, dos mil páginas donde no se calla nada; y qué puntuales fueron sus libros de teoría literaria ( Por cuenta propia y El novelista perplejo). A ese lado anabolizante de su obra, y felizmente menor, debemos sumar ahora Asentir o desestabilizar, un auténtico canto a la rebeldía intelectual, amén de un mosaico filibustero de los primeros años de nuestra democracia.

Chirbes es un autor de prosas cerradas, lentas, doloridas, retrospectivas y alemanas

"El señor Tamames estuvo en la cárcel: allí debió leer media docena de novelas; como hombre voluntarioso que es, y no pareciéndole difícil aquel arte, se puso manos a la obra y, en poco tiempo, se encontró con un producto de su propia creación." Un Chirbes que no llega a los treinta años iba con todo en tiempos (en realidad, cualquier tiempo) en que era mejor "arrimarse a los buenos", como dice el Lazarillo, pues se estaba edificando el bienestar de los intelectuales para varias generaciones, y con una actitud díscola e intempestiva no te iban a premiar ni a promocionar demasiado. Chirbes, si algo detesta en esa época donde se pusieron de moda "las memorias políticas y el anticomunismo", es a los comunistas que publican con Lara, Jorge Semprún y Ramón Tamames especialmente. Al propio Lara padre, fundador de Planeta, le manda numerosos recados: "Fantasma al que teme especialmente —y detesta— quien esta crónica escribe".

"Érase una vez en que Semprún era militante clandestino e iba de miedo y noche en noche y miedo. Érase una vez en que el señor Lara se codeaba con la buena sociedad franquista…", leemos también.

placeholder  Rafael Chirbes en una fotografía tomada en Frankfurt. (EFE/Daniel Reinhardt)
Rafael Chirbes en una fotografía tomada en Frankfurt. (EFE/Daniel Reinhardt)

Las reseñas, normalmente muy cortas, y las "crónicas" y entrevistas selladas por Chirbes proceden todas de una revista llamada Ozono, el New Yorker de la estratosfera. Quiere decirse que no es probable que Ozono fuera gran cosa, hiciera temblar gobiernos y, menos, que hiciera temblar a José Manuel Lara. Tras recorrer sus diarios, que abarcan prácticamente toda su vida adulta, si algo queda claro es que Rafael Chirbes leía más que nadie, a todos y con una idea clara de lo que era mejor o peor literatura. Sin embargo, nunca fue invitado a escribir reseñas literarias en ningún suplemento, fuera del Ozono estratosférico y de otras revistillas innombrables. De hecho, impresiona buscar su nombre como firma del diario El País, que él vio nacer, y comprobar que sólo publicó, en toda su vida, tres artículos y un obituario, sobre Carlos Aguinaga, "el sabio que me enseñó a leer". En cuarenta años, Rafael Chirbes nunca fue lo suficientemente bueno para escribir en El País, amigos.

Las reseñas, "crónicas" y entrevistas selladas por Chirbes proceden todas de una revista llamada Ozono, el New Yorker de la estratosfera

"El País es un periódico (...) excelente (...). Hubo algunas cosas que no me gustaron. Y se trata de la sección de cultura", leemos en 1976. "Un periódico independiente es algo bastante más serio que una tertulia de amiguetes".

En cuanto a filias y fobias, Chirbes destroza el Mortal y rosa (1975), de Francisco Umbral, casi por los mismos motivos por los que alaba Desgracia indeseada (1972, hoy: Desgracia impeorable), de Peter Handke: el impudor en el primero (la muerte del hijo) le resulta "inmoral", y en el segundo (el suicidio de la madre), magistral. Se alinea con la literatura antiadherente de Martín-Santos y los hermanos Goytisolo, y critica sin faltar uno todos los premios Planeta ("Un año más, el señor Lara, dueño de Planeta, se permite engañar y trampear al lector español"). Saluda a los nuevos autores, unos más conocidos que otros, como Lourdes Ortiz o Luciano Rincón, y tiene tiempo de leer Miedo a volar (1973), de Erica Jong, y de hacernos saber que existió una vez una editorial llamada Cupsa, sin relación alguna con el sector petroquímico.

Sin querer, este libro va construyendo un curioso retrato de una época, como hace también Umbral con sus columnas reunidas en La guapa gente de derechas (1975). Era un tiempo en el que había que entender cómo funcionaba la democracia, y la literatura se proponía como manual de instrucciones ("no está de moda la novela" sino "la literatura de divulgación política"); era un tiempo en que la gente se traicionaba a sí misma, normalmente por dinero, y le solía salir bien.

Ametrallar el escaparate de una librería es horrible, claro; pero, estéticamente, impresiona

Los ataques a las librerías eran frecuentes, lo cual sólo puede dar cuenta de lo importante que eran. "Ya se ha alcanzado, al parecer, el centenar de librerías asaltadas". "¿Quién puede ser el que apedrea, incendia, bombardea, amenaza y destruye un centenar de librerías?" "La última en caer, a la hora de redactar estas líneas, ha sido la librería Rafael Alberti. Sobre sus lunas (¡antitibalas!) ráfagas de metralleta".

Ametrallar el escaparate de una librería es horrible, claro; pero, estéticamente, impresiona. No se imaginaría uno nunca que se pueden fusilar comercios.

Como no había Internet, Chirbes recalentaba sus reseñas en Ozono y las publicaba muy parecidas en otras revistas. Y como no había educación universitaria generalizada, a algunos autores les parecía ya mucho que llegara a haber en 1976 veinticinco escritores "buenos" en España. "Se barajan unos veinticinco nombres de escritores, cosa que no tiene ninguna verosimilitud ni siquiera en un país como Estados Unidos. Nunca ha habido en un país veinticinco buenos escritores al mismo tiempo" (entrevista del propio Chirbes a Luis Goytisolo).

Hoy, según los medios especializados, hay quinientos escritores buenos al mismo tiempo.

O mil. Vivimos en el mejor de los tiempos.

Para medir la apatía que me provocan las novedades editoriales del año en curso, baste decir que no me he puesto a leer libros publicados en años anteriores, sino reseñas de libros publicados en años anteriores. Hay ciertas reseñas antiguas más interesantes que los propios libros que recomiendan las reseñas de hoy. Esto es como si fuera más divertida la fiesta de la discoteca que ha cerrado.

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