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Esas ganas locas de defraudar a Hacienda
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Alberto Olmos

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Esas ganas locas de defraudar a Hacienda

Vuelve con fuerza el dinero B y la ocultación de parte del negocio como respuesta a una fiscalidad que se percibe abusiva

Foto: Una persona saca dinero de su cartera. (iStock/Alihan Usullu)
Una persona saca dinero de su cartera. (iStock/Alihan Usullu)

Tenía muchas ganas de que viniera el fontanero a mi casa. Llegó puntual. Le mostré las cosas rotas o descabaladas en lavabos y desagües, y le vi anotar mentalmente qué le hacía falta y cuánto me iba a cobrar. Era bastante. Después de mucho agacharse y de mucho bisbiseo contable, me miró. Había llegado el momento que yo esperaba con tanta ilusión. Dijo: “¿Con IVA o sin IVA?” Reconozco que hice como que me lo pensaba, saboreando cada segundo, como quien hace cola para entrar en una fiesta. Y grité: “¡Sin IVA!” “No hace falta gritar”, me dijo. “Es que es mi primera vez y estoy entusiasmado”. “Se dice en bajito, sin IVA, sin IVA…” Era muy profesional, el fontanero.

A diferencia de lo que puedan pensar, tengo la suerte de contar en mi vida con mucha gente corriente, gente que ni escribe ni hace periódicos ni dirige chiringuitos ni es diputada ni canta ni tele-trabaja. Gente normal que se agacha, sí, carga cosas, pinta paredes y demás menestralías enternecedoras. De este entorno ilustrado me llegó hace semanas una verdad española: ha vuelto el dinero B. Nunca se había ido, pero ahora el dinero B es lo más. Vamos, el dinero B es donde hay que estar.

Entonces, en un bar, de lo que se saca en la barra sólo se declara “la mitad”; la máquina tragaperras se rompe habitualmente, pero sigue funcionando, y el dueño del bar se reparte el dinero que dé con el que le ha puesto la máquina, que ya le ha dado un papel donde certifica que lleva un mes entero estropeada. Estas cosas me cuentan, que hay que robar, distraer ingresos, cobrar en negro, saberse los malabares monederos y volver a los billetes, al bonito uso del billete que pasa de mano en mano y, trileros todos, Hacienda no lo ve.

"Yo no puedo esquivar al fisco porque mi dinero lo manda un banco a otro banco, y Hacienda me apuñala por la espalda en cada transferencia"

A mis amigos y conocidos del mundo real, de ese que no subvenciona nadie y que a nadie le importa un huevo, les doy algo de pena. “Tú no puedes ocultarle nada a Hacienda, ¿no?”, deducen, sintiendo muchísima misericordia por mí. No, yo no puedo esquivar al fisco porque todo mi dinero lo manda un banco a otro banco, y Hacienda me va apuñalando por la espalda en cada transferencia, sea pequeñita, sea seriecita. Seguramente de alguna manera se podría hacer (habría que preguntarle a alguien del Congreso), pero yo no tengo ni el conocimiento ni el valor.

Por eso, cuando llamé a un fontanero, creo que lo llamé no para que me arreglara un grifo, sino para poder defraudar un poco a Hacienda. Tenía yo unas ganas locas de defraudar a Hacienda, para qué les voy a engañar. Era superior a mí.

La gente que me habla del nuevo alfabeto fiscal (ahora empieza por B) sabe lo que dice porque trata con decenas de personas a diario, según obliga su oficio. Sin embargo, parece lógico pensar que aquel que pueda ha empezado a relajar su contribución al estado del bienestar y a esa sabia redistribución de la riqueza que acaba con David Broncano cobrando 28 millones de euros. Tú, en fin, tienes un bar, una empresita, un taller, una ebanistería o una frutería, y te van subiendo el precio de la luz, el precio de los plásticos, y te ponen un impuesto a lo tonto, y te ponen una multa sin sentido, y luego en el supermercado pagas diez euros por una botella de aceite de oliva, y llega la factura del gas, y llega la portada de un periódico donde ese dinero que te sacan se despilfarra con generosidad de cocainómano. Hay asesores de asesores de asesores asesorando sobre cómo no hacer absolutamente nada a cargo del erario público. Poco me parece que sólo “la mitad de la barra” se oculte a Hacienda, se lo digo de verdad. Poco me parece.

placeholder Un cliente en la barra de un bar de Enix (Almería). (EFE/Carlos Barba)
Un cliente en la barra de un bar de Enix (Almería). (EFE/Carlos Barba)

Súmenle que la gente del común, la que oficia nuestras vidas, porque alguien tiene que vendernos cuarto y mitad de jamón york y alguien tiene que cambiarnos las ventanas de la casa y alguien tiene que ponernos el coche a funcionar, esa gente, digo, ve, tras doce horas de trabajo cada día, cómo va aumentando el número de personas de su entorno, cuya vida privada conoce al dedillo, que no trabaja oficialmente en nada y recibe una pensión del estado. Y luego si trabaja, todo en negro. O no trabaja, y se la pasa tocándose las narices mientras tú te agachas y te vuelves a agachar, y cargas una caja y la vuelves a cargar.

Hombre, esto jode bastante.

No es, si lo piensan bien, un ramalazo de insolidaridad o xenofobia o ultraliberalismo en el ámbito laboral de tu manzana o tu itinerario. Como les digo, es un conocimiento muy minucioso, muy íntimo de la vida ajena, de cómo consiguen algunas personas dinero público que no merecen en ningún caso (padrones falsos, depresiones falsas, violencia de género falsa), y cómo el Estado, el funcionariado, Hacienda, tiene un celo altamente obsesivo para que ni 100 euros que no has declarado se le escapen, pero ese mismo celo no lo pone nadie para que una persona que no necesita ni merece un bono o una baja o una ayuda sea pillada en el ejercicio de su doloso disfrute. Una familia residente en Francia ha cobrado 140.000 euros en ayudas sociales de España desde 2014. Han hecho falta dos cuerpos policiales completos (español y francés) para pillarles. En Lleida, catorce mujeres (¡14!) han sido detenidas por “simular ser víctimas de violencia machista para obtener papeles y cobrar ayudas”. Si la policía se tomara estas estafas en serio, descubriría miles de casos similares. Quién sabe si decenas de miles.

Una familia residente en Francia cobró 140.000 € en ayudas sociales de España desde 2014. Han hecho falta dos cuerpos policiales para pillarles

Ante tanto pícaro, ante un paisaje en el que sólo se ve a los tontos trabajar, el trabajador por cuenta propia ¿qué puede hacer? Puede irse a vivir a Andorra, si es youtuber.

Puede ser honrado.

Puede opositar.

O puede, en fin, defraudar a Hacienda sin el menor sentimiento de culpa.

Sin el más mínimo, residual, diminuto o microscópico sentimiento de culpa, se lo aseguro.

Tenía muchas ganas de que viniera el fontanero a mi casa. Llegó puntual. Le mostré las cosas rotas o descabaladas en lavabos y desagües, y le vi anotar mentalmente qué le hacía falta y cuánto me iba a cobrar. Era bastante. Después de mucho agacharse y de mucho bisbiseo contable, me miró. Había llegado el momento que yo esperaba con tanta ilusión. Dijo: “¿Con IVA o sin IVA?” Reconozco que hice como que me lo pensaba, saboreando cada segundo, como quien hace cola para entrar en una fiesta. Y grité: “¡Sin IVA!” “No hace falta gritar”, me dijo. “Es que es mi primera vez y estoy entusiasmado”. “Se dice en bajito, sin IVA, sin IVA…” Era muy profesional, el fontanero.

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