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Una segunda oportunidad sobre la Tierra
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Alberto Olmos

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Una segunda oportunidad sobre la Tierra

Camila Cañeque merodea la finitud en su único libro, 'La última frase', publicado póstumamente

Foto: Camila Cañeque durante una performance en 2016.
Camila Cañeque durante una performance en 2016.

Ya es mucho pedir que usted lea el libro raro. Porque hay libros raros, un reguero de extrañezas literarias que va perfilando el cuerpo de una literatura menor, marginal, totémica que sólo leen unas mil personas en todo el planeta Tierra. Son como hijos tontos, los libros raros. Como sellos que salieron torcidos, monedas, billetes también. Los libros raros, después de los clásicos, son el gran tesoro de la creación literaria. El clásico genera imitaciones; el libro raro, genera silencio. El silencio a veces es mejor.

Hace años, me di a los libros raros y les pongo algunos ejemplos para ir centrándonos. Está el Libro de las preguntas, de Neruda, que son todo versos entre interrogantes; también únicamente con preguntas se escribió la novela El sentido interrogativo, de Padgett Powell. Luego estaba Perec y la banda de OULIPO que escribían siguiendo planos inmobiliarios o combinaciones infinitas de versos ( La vida: instrucciones de uso; Cien mil millones de poemas, Raymond Queneau). Están los libros de David Markson y los Me acuerdo, de Joe Brainard. Libros con las hojas sueltas se han hecho varios, como Composición nº1, de Marc Saporta. Novelas en tres líneas, de Félix Feneon; Centuria: cien breves novelas-río, de Giorgio Manganelli: hay muchos libros raros que parten de la brevedad, del alveolo narrativo. Unos son mejores que otros, claro, no siempre funcionan.

El libro raro aspira, como supondrán, a la genialidad; de ahí para arriba. Se busca hacer un libro único, irrepetible, ya decimos, pero muy sencillo. La casa de hojas, de Danielewski, o La broma infinita, de Foster Wallace, no son libros raros: son la descomunal y enmarañada incapacidad para hacer un libro sencillo y genial.

Sencillo y genial es Me acuerdo, de Joe Brainard. Sólo hay que poner "Me acuerdo…" y acordarse de algo verdadero y bonito de tu vida, y hacerlo durante ciento y pico páginas. Me acuerdo es el mejor libro raro de todos los tiempos, una obra a la altura de Proust.

Son como hijos tontos, los libros raros. Como sellos que salieron torcidos, monedas, billetes también

Este año ha salido en España —y es doblemente raro— un libro raro, que algo ha sonado. Se titula La última frase (La uña rota) y su autora es Camila Cañeque. Como nota trágica, Camila falleció antes de que el libro saliera de imprenta.

Quizá esta muerte ha dado alguna publicidad añadida al libro. También resulta magnético y siniestro morir después de escribir un libro sobre finales y cierres. La idea de Camila, que sin duda apuntaba hacia la genial sencillez, era tomar las últimas frases de diversos libros, mayormente novelas, y ponerlas todas juntas en un volumen, entre comentarios y recuerdos y exploraciones propias. Es una idea de indudable encanto.

placeholder La artista y escritora Camila Cañeque (Cedida)
La artista y escritora Camila Cañeque (Cedida)

"Entre las imágenes más recurrentes, lo que más abunda es la lluvia, las obras que se cierran lloviendo". "También son frecuentes los finales en los que nieva, o los que suceden con el mar como protagonista o en la playa como paisaje". "Empecé a querer que la obra terminara lloviendo".

"Y están las obras que terminan en pregunta, interrogando e interpelando al lector, a los dioses, a las musas o a las masas".

Por aquí el libro parece un juego con los lectores, a la manera moderna de identificar canciones por un par de segundos o películas por un par de planos. El lector muy leído quiere reconocer los finales de los libros, pero lo cierto es que casi nunca lo consigue. Hay finales traídos de Bolaño, Musil, Chéjov o Pasolini. En total, 452 finales.

El final del libro nos habla de la capacidad de dejar de escribir, de darse por satisfecho o de darse por agotado.

Pero también el final de un libro es, simbólicamente, el final de cualquier cosa, de la vida, del viaje, de la pasión. Cañeque pone en diálogo varios finales para abundar en estas pesadumbres. "Ay, la humanidad". "Si lo piensa uno bien, pobres todos nosotros". (El final de Bartleby, el escribiente seguido del final de El tercer hombre).

Resulta magnético y siniestro morir después de escribir un libro sobre finales y cierres

Con todo, es curioso descubrir lo aburridas que son casi todas las frases finales, o el gusto que tenía la autora por frases finales no son explosivas. A lo mejor a Cañeque lo que le gustaban eran frases finales de condición muy plebeya.

Quiere decirse que no sale el final, tan conocido, por ejemplo, de Cien años de soledad: "...porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra"; sino clausuras más romas, como "Descansa" o "Hay alguien viviendo en esta playa". No se trata de una colección de cierres brillantes y memorables, autónomos, gozosos. Son como amputaciones que, sin miles de palabras detrás, parecen poca cosa.

Por ahí, yo creo, se me va desinflando el libro. Diría, y ya lo siento, que no acaba de funcionar.

Pero el libro raro siempre es mejor que el libro consabido. Abre una puerta, hace mirar de otra forma la lectura y nos tiene, durante un rato, atrapados en la maravilla.

La maravilla de que quizá no hayas leído nunca un libro así.

Ya es mucho pedir que usted lea el libro raro. Porque hay libros raros, un reguero de extrañezas literarias que va perfilando el cuerpo de una literatura menor, marginal, totémica que sólo leen unas mil personas en todo el planeta Tierra. Son como hijos tontos, los libros raros. Como sellos que salieron torcidos, monedas, billetes también. Los libros raros, después de los clásicos, son el gran tesoro de la creación literaria. El clásico genera imitaciones; el libro raro, genera silencio. El silencio a veces es mejor.

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