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Mala Fama
Por
Nadie gordo, nadie calvo, nadie real
Ozempic y otros medicamentos con semaglutida dan nuevo impulso a una especie humana totalmente falsificada
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Los gordos están adelgazando muy rápido y creemos que hacen trampa. No corren, por ejemplo. Tampoco se les ve por la frutería. Decathlon no ha agotado existencias de la talla XL. A hacer footing por el parque siguen saliendo solamente las personas que no lo necesitan. Estamos mosqueados por el milagro de la ligereza. Hace sólo tres meses pesabas noventa kilos. Ahora puedes participar de extra en una película sobre Auschwitz. Hay una delgadez nueva, súbita, no drogodependiente, pero que sólo puede ser drogodependiente. Se pinchan.
Los gordos y los globos se pinchan. Es el final de fiesta de la obesidad, como cuando la gente se pone a explotar globitos a pisotones o apretando mucho con las manos. Los gordos se están haciendo explotar a sí mismos para que se acabe la fiesta de la humillación.
Esto es terrible, porque ya nos sabíamos muchos chistes sobre gordos. La gente era feliz, cuando menos, por estar más delgada que otro. Si deja de haber gordos, dejará de haber humor. Sólo nos podremos reír de los calvos. Hay gente que no ha sido otra cosa en la vida que gordo, esa era su identidad. El tío gordo, el amigo gordo, la novia gorda de tu primo. Ahora adelgazan todos y no sabemos con quién se casa tu primo, ni qué pariente es ese que viene a cenar por Navidad. No reconocemos esos cuerpos, por lo que no reconocemos a esas personas. Es La invasión de los ladrones de cuerpos robando sólo medio cuerpo, mayormente michelines.
Poco a poco, vamos conociendo el truco, que se llama Ozempic. Como sucede con todas las drogas, su origen es una carambola química. La ketamina era para caballos antes de llegar a las discotecas. La semaglutida era para la diabetes antes de llegar a la obesidad. Los científicos quieren sintetizar cosas buenas en los laboratorios, pero al final siempre les salen drogas. Ozempic es caro y está haciendo ricos a sus fabricantes y quita la ganas de comer; también da seguridad en uno mismo. No lo llaman cocaína porque el nombre ya estaba pillado.
Si deja de haber gordos, dejará de haber humor. Sólo nos podremos reír de los calvos
El Gobierno de Estados Unidos va a subvencionar los pinchazos a diez millones de personas. Antes que Ozempic, de América nos llegó el “body positive”. Recuerden que había gordofobia, y que era culpa nuestra, que no sabíamos mirar. El body positive decía que todos los cuerpos eran estupendos, no había belleza en la belleza y eran posibles las supermodelos sin cuerpo de supermodelo. Ahora todo esto da risa. Ha bastado con que se pueda adelgazar por trescientos euros al mes a base de inyecciones subcutáneas para que el body positive vuelva a ser de pobres. Ser rigurosamente normal es de pobres.
El Ozempic es malo. Pueden leer sus efectos secundarios en otro rincón del periódico, pero el sentido común no necesita leer. Todo lo que niega el cuerpo es malo. El cuerpo es una máquina perfecta sólo si dice la verdad. La verdad es envejecer, engordar, perder pelo, tener granitos. El “culto al cuerpo” iniciado en los años noventa se ha transformado en el satanismo del atajo, en la secta universal de la plastificación. No acabamos nunca de traicionarnos, ponernos pegas y ponernos parches. La enfermedad mental siempre consiste en no saber aterrizar en el propio cuerpo.
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El origen del mal se encuentra en la escasez de vocabulario. La gente es poco ingeniosa. Ven a un calvo, por ejemplo, y, si les cae mal, sólo se les ocurre llamarle calvo. A Pablo Motos le han llamado “enano” cuatrocientas veces por minuto la semana pasada. Almeida, alcalde de Madrid, es “carapolla”. Pam Rodríguez era “gorda”. Iglesias, “chepas”. Atacamos a los demás desde la caricatura, como si eso lo dijera todo sobre los demás. Ya saben que eso sólo lo dice todo sobre nosotros. Hay una ética en el humor: no reírse de las cosas que la gente no ha elegido.
Como la gente carga con su cuerpo, carga también con nuestras mofas sobre su cuerpo. A veces no hacen gracia. A veces cansan y, a veces, dan ganas de matarse. Para que la gente no se mate se inventó la cirugía estética, que es la forma definitiva de exterminio. Tú ya no eres tú.
El cuerpo es un defecto natural. A nadie se le ocurre pensar que una manzana está mal hecha, simplemente porque sólo siendo es ya insuperable. Sin embargo, al cuerpo y sus derivas se le dan muchas vueltas, y al final la naturaleza no sabe hacer cuerpos de humanos, que los hace todos mal y hay que corregírselos.
Atacamos a los demás desde la caricatura, como si eso lo dijera todo sobre los demás. Ya saben que eso sólo lo dice todo sobre nosotros
Veo a niñas de ocho años en Instagram mostrando en vídeo sus “rutinas de maquillaje”. Hay niñas de ocho años que creen que tienen que maquillarse y ponerse parches para las ojeras. No creo que hayan estado tantas horas viendo Vaiana como para necesitar esos parches. Desde muy pequeñas, ya están dudando de su cuerpo. Los certámenes de belleza como Miss Universo resultan cada vez más complicados: las participantes son todas exactamente iguales. Todas falsas. La manipulación digital hace que nadie se muestre al mundo a través de Internet tal y como es. Un japonés de cincuenta años tuvo mucho éxito con su cuenta de Twitter presentándose como una chica de veinte años. Dos mil años de civilización y lo único que nos importa es quedar bien en las fotos.
Creemos ya que nuestro cuerpo es sólo una tarjeta de presentación ante los demás, un trocito de papel con pocas cosas escritas. En realidad, es una historia, bastante larga, con muchos capítulos. Ozempic y demás químicas y tratamientos borran lo vivido, convierten los cuerpos en un tupper sin nada dentro. Es mejor estar gordo que no tener nada dentro. Es mejor mirarse al espejo y ver que ahí sigue esperándote alguien que conoces.
Los gordos están adelgazando muy rápido y creemos que hacen trampa. No corren, por ejemplo. Tampoco se les ve por la frutería. Decathlon no ha agotado existencias de la talla XL. A hacer footing por el parque siguen saliendo solamente las personas que no lo necesitan. Estamos mosqueados por el milagro de la ligereza. Hace sólo tres meses pesabas noventa kilos. Ahora puedes participar de extra en una película sobre Auschwitz. Hay una delgadez nueva, súbita, no drogodependiente, pero que sólo puede ser drogodependiente. Se pinchan.