Mala Fama
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Donde más aprenden los niños es en el centro comercial
Muchas personas idealizan la crianza en zonas rurales, cuando los verdaderos estímulos están en las grandes ciudades
Fui a Ikea y me acordé de Ernesto Sabato, ya saben, el autor de
En Instagram, me había salido días antes el extracto de una entrevista suya antigua. Sabato, que es un funeral de hombre y un cenizo de cuidado, lamentaba en este reel resucitado la vida de ciudad que llevaban los niños, y ponderaba las excelencias de vivir en mitad del campo, de cara al estiércol. “Niños que nunca van a ver el nacimiento de un perro, o la forma en que una gallina pone un huevo o la aparición del sol o de la luna”, exponía. Yo creo que ver nacer a un perro está muy sobrevalorado. Y las gallinas también.
El autor argentino daba por desahuciados a los niños de Madrid y Buenos Aires, que iban a acabar todos “drogados” y “en el psicoanalista”. Amparaba su flipe en una frase de Schopenhauer que, como noción, muchos estimamos: “Hay épocas en las que el progreso puede ser reaccionario y lo reaccionario es progresista”. Para Sabato, era urgente destruir los rascacielos, porque no le gustaba que los niños vivieran en edificios demasiado altos.
Todo equivocado, sin duda. Si algo hay infantil, es la tecnología. La tecnología y la arquitectura están hechas para tontos, para niños, porque se entienden al primer vistazo. Es un progreso superficial y aparatoso, que llama mucho la atención y entretiene la tarde. Ver nacer a un perro o a un ternero o a un pollo es pornográfico. Eso sí crea traumas que luego habrá que solucionar. Ningún niño ha aprendido nada de ver nacer a un perro, pues ya tuvo bastante con ver nacer a su hermanito.
Yo me crié en un pueblo, y nunca vi nacer nada. Nunca vi a una gallina poner un huevo. Un caballo le dio un testarazo en la cabeza a mi mejor amigo y casi lo mata. No puedo decir que fuera lo que necesitábamos como niños.
Se mitifica la vida en los pueblos como si fuera un tour organizado por todos los milagros de la naturaleza. Se creen los Sabato y demás intelectuales que en los pueblos se levantan cada día para ir a ver fenómenos medioambientales y espectáculos telúricos. En los pueblos se levantan cada día para trabajar e ir al bar, como ayer y antes de ayer, como mañana y pasado mañana. Lo más interesante que hace uno en un pueblo es ir a la capital. Los pueblos son muy aburridos porque no nacen tantos perros como te crees.
Nosotros íbamos a Valladolid, de excursión con el colegio. Íbamos, por ejemplo, al museo Oriental, pero a ningún niño le impresionaban los cachivaches de los chinos, y lo que realmente nos fascinaba eran las escaleras mecánicas. En la hora del almuerzo, si había un centro comercial cerca, acudíamos allí como imantados por el futuro, el movimiento, la novedad. Nos pasábamos quince minutos subiendo y bajando (no siempre en el sentido correcto) las escaleras mecánicas. Y eso era lo mejor de la excursión.
De hecho, para ver la naturaleza, para fijarse muy concretamente en los animales, los niños de pueblo teníamos sólo una ocasión en toda nuestra vida: ir al Zoo de Madrid. Los caballos y vacas que se paseaban por la aldea, y los cerdos que hozaban en los cebaderos, no eran la naturaleza, sino el trabajo. Y a ningún niño le entusiasma o estimula el trabajo de sus mayores.
Yo estoy muy contento de que mis hijos estén creciendo en Madrid, y no en un establo. Al niño Jesús le hubiera ido mucho mejor de haber nacido en Ikea.
Ver nacer a un perro o a un ternero o a un pollo es pornográfico. Eso sí crea traumas que luego habrá que solucionar
Porque en Madrid, como en cualquier gran ciudad, está la cultura, y la cultura es mucho más provechosa que la veterinaria. No hablo sólo de cines y teatros, del circo, de los museos, de asistir en todos estos espacios al nacimiento de los mitos de una época (los niños de pueblo conocíamos los mitos de la época, Regreso al futuro, Rambo, Los gremlins, cinco años tarde, cuando esas películas se emitían por televisión, aunque ahora hagamos como que estuvimos allí desde el primer minuto), sino también de restaurantes, centros comerciales, automóviles de alta gama o autobuses de dos pisos. Sinceramente, creo que un niño está mucho más preparado y enriquecido sabiendo cómo funcionan los semáforos y el Metro, y habiendo visto las luces de Navidad de Madrid, que sabiendo de dónde sale la leche de la vaca y habiendo asistido al descuartizamiento de un cerdo. Por no hablar de lo maravilloso que es vivir en una planta 20.
Al contrario de lo que se piensa, los niños no son simples animales vestidos con pantalones cortos y ropa de tonos que no pegan, y a los que lo que más interesa son otros animales. No. Los niños traen consigo la voracidad de lo nuevo, y lo que quieren es una vida que estrenar.
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