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Mala Fama
Por
2025, el hombre más rico del mundo se pone a trabajar
Elon Musk puede poner en evidencia el despilfarro, cercano a la estafa, que se produce en los Estados modernos con el dinero del contribuyente
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Lo único que me hace ilusión de 2025 es ver a Elon Musk trabajar. Autodefinido como “el hombre que más impuestos ha pagado en la Historia de la Humanidad”, el señor Musk se encargará a partir del 20 de enero de corregir el gasto público de los Estados Unidos de América. O sea, echará un ojo a su propio dinero tributado, haciendo realidad el sueño de cualquier contribuyente: que tus impuestos se dediquen a lo que a ti te dé la gana. Son más de cuatro billones de dólares los que tienen allí para hacer carreteras y lanzar campañas de fomento de la lectura, porque la Sanidad se la paga cada cual. También se les va el dinero en más de cuatrocientas “agencias federales”, que Musk desea exterminar de cien en cien hasta quedarse sólo con 99. La llegada de Musk tiene temblando a los funcionarios, porque este hombre que pretende enviar cohetes a Marte está obsesionado con las horas a la semana que los servidores públicos americanos dedican efectivamente a trabajar en las propias oficinas. Parece que pocas.
La llegada de Javier Milei a Argentina abocetó una forma acaso cándida de gobernanza revolucionaria: no tirar el dinero. Aunque podemos estar todos de acuerdo en que dilapidar dinero público no es una idea razonable, la razón se enreda al tratar de explicar qué es exactamente tirar el dinero. Normalmente, si te cae a ti la pasta, no es tirar el dinero.
El equipo de Milei ha detectado un curioso mecanismo de enriquecimiento discreto, presente en todos los países de Occidente. Consiste en crear un organismo a partir de un fin noble, y dedicarle una partida del presupuesto. Piensen por ejemplo en la nobleza de atender a todos los jóvenes con alopecia. De pronto, alguien siente piedad por los chicos que se quedan calvos y se deprimen, y decide crear el Instituto Contra la Alopecia. Su sentido, nada malo, es prestar ayuda psicológica a estos hombres descosidos, informar de los avances en pomadas e implantes y dar visibilidad a su problema. No sería tan, tan idiota. Entonces el Estado dedica 5 millones de euros a este organismo. Y a mí me nombran director. Cobro 200.000 euros al año. Debajo de mí, hay sesenta trabajadores, que cobran una media de 60.000 euros. Luego hay que alquilar un edificio, pagar algunos coches con chófer y, en fin, diversos servicios de catering (¡los calvos tenemos que comer!) y representación (¡los calvos tenemos que ir a Las Vegas!). El resultado es que, de 5 millones de euros, 4,9 millones se gastan en la propia institución, y sólo 100.000 euros quedan para hacer algunos flyers sobre el gel de desoxirribosa, que distribuiremos pagando a una empresa externa.
Es decir, el objetivo de ayudar a los jóvenes calvos o en camino a serlo permite a un puñado de personas, elegidas con toda arbitrariedad (cuñados y amantes, básicamente), ganarse muy bien la vida. Los jóvenes calvos se quedan como estaban, un poco más calvos, en realidad.
Esta autofagia institucional puede localizarse en todas las naciones avanzadas del mundo, incluida España.
Si Musk demostrara que Milei tiene razón, tendríamos un problema. El problema de llevar décadas siendo estafados por nuestros gobiernos
Como Argentina es un país hermano, pero no particularmente ejemplar, lo de Milei permanece aislado en el territorio de la anomalía, el circo y el experimento. Es una rareza. Por eso, si Elon Musk demostrara que Milei tiene razón (“Si él puede, nosotros también”, claman sus colegas de DOGE, el organismo creado para llevar a cabo la purga), tendríamos un problema. El problema de llevar décadas siendo estafados por nuestros gobiernos y, de pronto, saberlo.
Mi entusiasmo por lo que puede hacer Musk es enorme. Imagino que Estados Unidos descubre el timo de su propio sistema, lo arregla, hace del dinero público lo que siempre fue, algo sagrado, y los ciudadanos empiezan a ver sus impuestos sustanciarse ante sus ojos, en decenas, miles de infraestructuras y servicios fluidos, que antes resultaban gravosos hasta el delirio. E imagino, claro, que los demás países se ven obligados (por los electores atentos) a tomar ese camino, en rigor, totalmente cabal para cualquier economía doméstica: emplear tu dinero con sensatez.
Me vengo muy arriba si les digo, como voy a hacer, que quizá todo podría ser maravilloso. Mis hijos podrían no ir a un colegio público cuyo edificio, en algunos rincones, parece Chernóbil. Podrían ir a un colegio nuevo. Me lo pregunto sinceramente: ¿por qué mis hijos acuden a un colegio público madrileño cuyas instalaciones tienen cuarenta o cincuenta años, y apenas reciben, esas instalaciones, mantenimiento? Quien dice un colegio, dice un centro de salud, una acera, una carretera o una comisaría. Dice, claro, un papeleo, darse de alta en Clave, abrir un negocio o pedir una prestación. No debemos pensar que algún día todo esto podría suceder, todo este beneficio directo después de pagar impuestos; debemos pensar que eso podría estar sucediendo ya.
Lo que hace falta es no dilapidar ni un euro de los cien impuestos que ya existen
El gobierno de Pedro Sánchez cree que lo que hacía falta en 2025 era subir doce impuestos; yo creo que no hacía falta. Lo que hace falta es no dilapidar ni un euro de los cien impuestos que ya existen, no robar, no enchufar, no abrir ministerios de Consumo, no abrir Oficinas del Español, y no seguir robando y volviendo a robar. Para mí, los 30.000 euros mensuales que se llevan tanto Junts como ERC en función del “grupo propio” que consiguieron en el Congreso gracias a los “diputados prestados” del PSOE -y no gracias a los votos de los ciudadanos- es un ejemplo manifiesto de robar.
Podríamos tener un país mejor, pero no sabemos exigírselo a nuestros políticos, que básicamente se ríen de nosotros. Elon Musk está decidido a cambiar esto. ¿Cómo no desearle suerte?
Lo único que me hace ilusión de 2025 es ver a Elon Musk trabajar. Autodefinido como “el hombre que más impuestos ha pagado en la Historia de la Humanidad”, el señor Musk se encargará a partir del 20 de enero de corregir el gasto público de los Estados Unidos de América. O sea, echará un ojo a su propio dinero tributado, haciendo realidad el sueño de cualquier contribuyente: que tus impuestos se dediquen a lo que a ti te dé la gana. Son más de cuatro billones de dólares los que tienen allí para hacer carreteras y lanzar campañas de fomento de la lectura, porque la Sanidad se la paga cada cual. También se les va el dinero en más de cuatrocientas “agencias federales”, que Musk desea exterminar de cien en cien hasta quedarse sólo con 99. La llegada de Musk tiene temblando a los funcionarios, porque este hombre que pretende enviar cohetes a Marte está obsesionado con las horas a la semana que los servidores públicos americanos dedican efectivamente a trabajar en las propias oficinas. Parece que pocas.