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Si Dios existe, es música
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Si Dios existe, es música

Una reflexión sobre la música, una apuesta por una educación musical debida y una petición muy personal: “Cantemos”

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Se ha dicho que un mundo sin música sería invivible. Cuesta imaginar un mundo solo de ruidos o de un silencio sepulcral. La armonía de las esferas es el reflejo mítico de la armonía que nos sustenta. Como todo lo profundo, se escapa a la palabra. Para Hoffman, la música llega donde no alcanza el lenguaje. Para Schopenhauer es el lenguaje sin palabras, del corazón. Y está también antes del habla. Según Darwin, el lenguaje nació por la imitación que hicieron los hombres del canto de los pájaros. La música se sitúa en la cima de las artes. Nos inunda, nos traspasa, es un susurro que penetra en el alma. Uno desearía convertirse en un Karajan para tener toda la música en la cabeza. Generar música es como una creación divina. El aire se convierte en vida.

En cierta ocasión, escuché a una persona muy querida decir que si Dios existe, es música. De las muchas definiciones que conozco, la considero la mejor tanto en lo que respecta a Dios como a la música. Todavía más. Yo diría que lo que podría hacer nacer a Dios es la música. Volviendo a la tierra, Orfeo amansó a las fieras con el sonido apacible de ese arte que nos embruja. Tanta es su fuerza. Se dirá que existen muchas variedades musicales.Y que los gustos son no menos variados.

La música se sitúa en la cima de las artes. Nos inunda, nos traspasa, es un susurro que penetra en el alma

Nietzsche, que siempre quiso ser un gran músico, se vengaba de Wagner diciendo que una zarzuela española valía más que todas las obras del genio de las valquirias. Una exageración, sin duda. Pero habría que reconocer que se han compuesto zarzuelas españolas excelentes. Al igual que existe una música popular con gracia. Lo que creo que no existe, y es una pena, es una educación musical debida. Lograrla me parece una de las tareas más loables. Y ahora paso al canto.

El mejor instrumento musical es la voz humana. Hay que cantar, poner en orden la garganta y estirarnos con arte. Algunos nos alegramos cuando podemos hacer un dúo, un acompañamiento. Y nos frustramos cuando nos encontramos con que nadie de alrededor sabe cantar. Nada extraño que a Ulises le tuvieran que atar para no sucumbir al canto de las sirenas. Saber música implica saber cantar. Eso lo conocemos muy bien los que hemos nacido en uno de los pueblos con mayor sentido musical. Cuando estemos alegres, cantemos. Cuando estemos tristes, cantemos. Y si de un coro se trata, la dicha es total. Solo el canto habla de la música. Pero solo la música habla, en verdad, de la música.

Se ha dicho que un mundo sin música sería invivible. Cuesta imaginar un mundo solo de ruidos o de un silencio sepulcral. La armonía de las esferas es el reflejo mítico de la armonía que nos sustenta. Como todo lo profundo, se escapa a la palabra. Para Hoffman, la música llega donde no alcanza el lenguaje. Para Schopenhauer es el lenguaje sin palabras, del corazón. Y está también antes del habla. Según Darwin, el lenguaje nació por la imitación que hicieron los hombres del canto de los pájaros. La música se sitúa en la cima de las artes. Nos inunda, nos traspasa, es un susurro que penetra en el alma. Uno desearía convertirse en un Karajan para tener toda la música en la cabeza. Generar música es como una creación divina. El aire se convierte en vida.

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