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Diosas con celulitis, Raquel Martos prefiere la gracia imperfecta y natural de Rubens
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Peio H. Riaño

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Peio H. Riaño

Diosas con celulitis, Raquel Martos prefiere la gracia imperfecta y natural de Rubens

La periodista, escritora y humorista señala la visión vital que Rubens hizo de las hijas de Zeus

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“En mi caso no hay proyecto, por grande que sea, que supere mi coraje”. A Pedro Pablo Rubens (1577-1640) no le hacía falta abuela. Pero es así, su habilidad técnica le permitía aunar grandilocuencia con delicadeza. Un pintor tremendamente hábil y culto, con la mano muy fresca: no le interesa el alarde, no pretende lucirse. Sólo quiere invitarnos a la fiesta que está montando con todos esos personajes a los que hace saltar, bailar, retorcerse, caminar, girar, entrar y salir… porque en los cuadros de Rubens nadie para un momento. Subidón.

“Las de Rubens vibran en el lienzo. Son mujeres de verdad, de carne y hueso, sobre todo de carne. Voluptuosas, sensuales, naturales, imperfectas, chicas Dove del siglo XVII”, cuenta la periodista, humorista y escritora Raquel Martos, que ha señalado a Las tres Gracias (1630-1635) como su cuadro preferido en el Museo Nacional del Prado.

Tacha con sus pinceles dos falsos tópicos: ni el erotismo reside en la perfección, ni las mujeres estamos incapacitadas para querer bien a otras mujeres

“Aglaya, Eufrósine y Talia, las hijas de Zeus, las Cárites. No fue Rubens el primero en pintarlas pero su representación de las diosas del encanto, la belleza y la fertilidad, es mi favorita. No son como las de Rafael Sanzio, bellas también pero frías, distantes, con un gesto entre desganado y apático. Parece que estén pensando: “Date aire con el pincel, Rafa, queremos ir al Zara del Olimpo”. Las tres Gracias del pintor holandés se miran a los ojos y se tocan, como hacemos las mujeres, con naturalidad y complicidad, sin temor alguno a que el roce con otra pueda restarnos feminidad”, cuenta la autora de Los besos no se gastan y No pasa nada y si pasa, se le saluda.

Rubens está en pleno rodaje de una película en la que no falta religión, historia, retratos, paisaje y, por supuesto, mitología. Son los géneros de moda, pero rompe con los estereotipos –prefiere credibilidad- y proclama el goce de la vida. Una vida protagonizada por personas reales, comerciantes, carniceras, burgueses belgas, cuyos rasgos terminan subiendo a los lienzos de esas figuras mitológicas. Su mundo es el de las veladuras y los vapores, la fiesta de la ternura.

Son diosas con celulitis que ejercen de amigas, una obra bellísima que se me antoja reivindicativa

Raqel Martos atiende a los cuerpos rotundos y contundentes, pero también a la habilidad de Rubens y su devoción por el color y el tratamiento de la piel: “El maestro en las carnaciones, juega con el color para conseguir que los dedos de una se hundan en el brazo de la otra hasta enrojecer su piel, o provoca que se crucen las manos de las tres en un solidario entrelazado. Y el resto de integrantes de la escena, los árboles, la guirnalda de flores, la cornucopia de la que brota el agua y el pequeño cupido, se convierten en marco, ellas son el centro y acaparan la luz”.

“Son diosas con celulitis que ejercen de amigas, una obra bellísima que se me antoja reivindicativa. Rubens tacha con sus pinceles dos falsos tópicos: ni el erotismo reside en la perfección, ni las mujeres estamos incapacitadas para querer bien a otras mujeres. Hablando de mitos…”

“En mi caso no hay proyecto, por grande que sea, que supere mi coraje”. A Pedro Pablo Rubens (1577-1640) no le hacía falta abuela. Pero es así, su habilidad técnica le permitía aunar grandilocuencia con delicadeza. Un pintor tremendamente hábil y culto, con la mano muy fresca: no le interesa el alarde, no pretende lucirse. Sólo quiere invitarnos a la fiesta que está montando con todos esos personajes a los que hace saltar, bailar, retorcerse, caminar, girar, entrar y salir… porque en los cuadros de Rubens nadie para un momento. Subidón.

Pintura Museo del Prado
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