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Placer, culpa y castigo de Juan Diego Botto ante el jardín de El Bosco
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Peio H. Riaño

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Peio H. Riaño

Placer, culpa y castigo de Juan Diego Botto ante el jardín de El Bosco

Lo que más llama la atención del actor es la "potencia y libertad sexual que se tomó el pintor en un cuadro notablemente explícito"

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A menudo no son tan placenteras como horripilantes, pero en sus imágenes predomina la fiebre imaginativa del curioso lazo entre herejía y liberación sexual. Para unos El Bosco (1450-1516) hizo, con las figuras desnudas de El jardín de las delicias (1500) la crítica al exceso sexual y su alud de pecados. Para otros, se ilustra el goce y la desinhibición del sexo. El alucinado artista holandés ha sido convertido en involuntario progenitor de la liberación sexual contemporánea. El liberador de la sensualidad reprimida y pionero del inconsciente.

Esa es la llama creativa de la que habla el actor Juan Diego Botto (Buenos Aires, 1975): “Es una reflexión muy poderosa sobre lo que es el placer, el castigo y la culpa. Lo que sorprende de El Bosco es la potencia y la libertad sexual que se tomó en un cuadro notablemente explícito para esa época. Las religiones siempre han vinculado el placer a la culpa”, cuenta.

Es un cuadro para todas las edades, en el que los niños ven cosas diferentes a los adultos

El actor y dramaturgo de Un trozo invisible de este mundo, entre otras, y director de la Sala Mirador cree que es un “lujo” tener en Madrid esta obra excepcional. Señala la fuerte carga simbólica del tríptico, en el que “siempre hay algo nuevo que encontrar”, a pesar de las “imágenes confusas”. “La parte del infierno es espectacular. Pero en la tabla central hay una mezcla sexual muy inquietante. A la izquierda, el origen”.

Las tablas pintadas por El Bosco son novelas desordenadas, abiertas a múltiples interpretaciones. La obra necesita ser enriquecida indefinidamente. No busca la verdad, ni siquiera la verosimilitud: busca el asombro de lo diminuto y universal. Tampoco es un jardín, sino selvas que multiplican la saturación pictórica. Por eso es imposible abarcarlo de un golpe, por eso es posible encontrar algo nuevo, como dice Botto.

La libertad de la ficción con la que jugó El Bosco le permitió gozar con la experiencia de una intensidad absoluta y hacer del vértigo del exceso de las figuras un estremecimiento visual que va más allá de la interpretación simbólica. La selva de las delicias es inagotable porque no entendemos nada y debemos darle sentido.

Es un cuadro para todas las edades, en el que los niños ven cosas diferentes a los adultos”, añade el actor, que reconoce que su interés por la pintura arranca en el Impresionismo. “La Toilette (1889), de Toulouse-Lautrec (1864-1901), es un cuadro que siempre me ha interesado. Está en el Museo d’Orsay. Me gusta más que el Louvre porque éste satura y llega un momento en el que dejas de ver cuadros”, cuenta.

A menudo no son tan placenteras como horripilantes, pero en sus imágenes predomina la fiebre imaginativa del curioso lazo entre herejía y liberación sexual. Para unos El Bosco (1450-1516) hizo, con las figuras desnudas de El jardín de las delicias (1500) la crítica al exceso sexual y su alud de pecados. Para otros, se ilustra el goce y la desinhibición del sexo. El alucinado artista holandés ha sido convertido en involuntario progenitor de la liberación sexual contemporánea. El liberador de la sensualidad reprimida y pionero del inconsciente.

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