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Los Juegos de las filas y el maná del Uber
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Valeria Saccone

Río por no llorar

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Los Juegos de las filas y el maná del Uber

En los primeros días ha habido colas kilométricas en casi todos los lugares olímpicos. Uber ha surgido como la salvación para muchos ciudadanos al borde de un ataque de nervios

Foto: Las protestas de los taxistas de Río contra Uber han sido constantes en los últimos tiempos (Reuters)
Las protestas de los taxistas de Río contra Uber han sido constantes en los últimos tiempos (Reuters)

Podrían llamarse los Juegos de las filas. Durante los primeros tres días de competiciones, ha habido colas kilométricas en casi todos los lugares olímpicos: para acceder a las instalaciones deportivas, para poder comer en dichas instalaciones y para dislocarse de un lado a otro. El momento más crítico se ha registrado en la madrugada del domingo al lunes, cuando una muchedumbre de 3.000 personas se quedó atrapada en la estación de BRT (autobús expreso) de Jardim Oceânico, en Barra da Tijuca, al volver del Parque Olímpico.

En este caso, el problema fue que la nueva línea del metro, inaugurada en concomitancia con el arranque de los JJ. OO., cerró cinco minuto antes de lo previsto mandando al garete la posibilidad de transbordo para centenares de espectadores deseosos de llegar a sus casas. Para hacer frente a este y a otros problemas de transporte con el Transcarioca y el metro ligero (VLT), el alcalde, Eduardo Paes, se reunió el lunes de forma urgente con representantes del transporte público de Río de Janeiro.

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Valeria Saccone. Río de Janeiro

Moverse por Río con el transporte público es una actividad de riesgo. Los autobuses circulan a trompicones y a una velocidad disparatada, obligando a los pasajeros a agarrarse como monos para no salir despedidos por la ventanilla. El metro, además de tener un aire acondicionado siberiano que haría feliz a un pingüino, suele estar tan abarrotado en la hora punta que para entrar y salir del vagón hay que practicar un muy poco olímpico cuerpo a cuerpo.

10.000 conductores en Brasil

Los trenes de cercanía que conectan la Estación Central de Brasil con las periferias de la zona norte circulan muy llenos. El resultado es que no es raro ver a personas que intentan entrar por la ventanilla. Las condiciones de los vagones son muy malas: a veces incluso llueve dentro, como denunció hace poco un pasajero con un vídeo divulgado en las redes sociales. Frente a esta situación calamitosa, que la alcaldía de Río ha intentado paliar con las nuevas líneas de metro, autobús y tren ligero, especialmente inauguradas para los JJ. OO., el Uber ha surgido como la salvación para muchos ciudadanos al borde de un ataque de nervios.

Esta multinacional estadounidense arrancó sus actividades en la ‘Cidade Maravilhosa’ en mayo de 2014. Como aconteció en España y en otros países, los taxistas recibieron la noticia con rabia y llegaron a protagonizar enfrentamientos con los conductores de Uber, lanzando huevos o incluso, en algún que otro caso, destrozando el coche de sus competidores. En la actualidad, Uber cuenta con mas de 10.000 conductores registrado en Brasil y más de un millón de usuarios ya bajaron la aplicación en sus móviles.

Foto: La Casa de Holanda en Río (Valeria Saccone). Opinión

Muchos chóferes han abrazado esta empresa como el salvavidas que puede sacarlos del mar revuelto del desempleo. Desde el inicio de la crisis económica y política que asola Brasil, el paro ha crecido de forma espectacular, alcanzando un preocupante 11,3% en el segundo trimestre de 2016. Esto equivale a una cifra de 11,6 millones de desempleados. Muchos se concentran en Río de Janeiro, que atraviesa su peor crisis financiera de las últimas décadas debido, entre otras razones, a la caída del precio del barril de petróleo.

La lacra del paro

“Yo acabo de ser despedido. Trabajaba como técnico en una plataforma de petróleo ‘offshore’ en el litoral de Río. Me he metido en Uber a causa de los JJ. OO. Dicen que va a circular mucho dinero. A ver si pillo un cacho”, cuenta Diego, que espera volver cuanto antes a su área profesional. “Mientras tanto, hay que buscarse la vida como sea. Río es una ciudad carísima, no me puedo permitir el lujo de quedarme parado en casa recibiendo un subsidio de risa”, añade.

Los relatos de los conductores de Uber ayudan a componer una radiografía de la economía de la ciudad olímpica, que en junio decretó el estado de “calamidad pública” para recibir fondos extra del Gobierno Federal y así poder acabar las obras olímpicas. Entre los chóferes, hay empleados del sector inmobiliario que no venden pisos desde hace meses por causa de la crisis y buscan refugio en la nueva economía colaborativa. “Yo divido mi tiempo entre tres trabajos actualmente, porque tengo que dar de comer a mis dos hijos. La cosa está complicada y no quiero ni pensar cómo se va a poner después de los JJ. OO.”, afirma Inés.

Foto: La estadounidense Simone Biles está considerada como la mejor gimnasta del planeta en la actualidad (Mike Blake/Reuters).

Hay expolicías prejubilados por accidente laboral, que tienen que seguir trabajando porque no pueden sobrevivir con la pensión. “Yo perdí un riñón por un disparo durante una operación en la favela de Rocinha. Me quedé hospitalizado durante más de seis meses. Cuando me dieron la baja definitiva, supe que tenía que seguir trabajando. La pensión que nos dan es ridícula”, cuenta Andrés.

Horas y horas de trabajo

Por haber, hay hasta un profesor universitario retirado que trabaja en Uber a tiempo parcial para hacer caja y poder costear algún viaje al extranjero. “Mi hija es bióloga y está a punto de marcharse a Nueva Zelanda con una beca. A mí mujer y a mí siempre nos ha gustado viajar y queremos visitarla. Pero ya no ganamos tan bien como antes. Entonces tres o cuatro noches por semana salgo con mi coche unas cinco horas y así voy juntando el dinero para los billetes de avión”, revela Pedro.

Este chófer iluminado es una excepción porque posee un coche propio y una tienda de productos eléctricos en su barrio. Muchos conductores alquilan el coche a conocidos para poder trabajar. “Yo tengo que pagar 1.000 reales por semana (285 euros). Eso implica que tengo que rodar mucho para que me compense. Acabo currando de 12 a 14 horas por día”, explica Carlos. Los más afortunados consiguen comprar un coche a plazos, algo que también les obliga a cumplir horarios sacrificados para poder pagar las cuotas mensuales.

El número de teléfono

Una buena parte de los conductores compatibiliza el Uber con uno o dos empleos. Muchos se han lanzado en las últimas semanas a esta aventura, seducidos por el espejismo del dinero olímpico. “Yo espero que cuando todo esto acabe, podamos seguir currando. Hace unos meses yo ganaba bien, conseguía juntar unos 6.000 reales al mes (1.700 euros). Ahora hay tanta gente en la calle circulando que mis entradas han bajado casi a la mitad. Ojalá que mucha gente desista y que nos dejen trabajar tranquilamente”, relata Roberto.

El Uber es un reflejo fidedigno del espíritu carioca. Los chóferes suelen ser campechanos y parlanchines, bienhumorados y sonrientes. De vez en cuanto, practican el deporte olímpico nacional más querido en Río: el ligoteo. “Hace poco, después de una carrera, el conductor me llamó para pedirme mi número. Dijo que sabía que no estaba bien, pero que le había gustado mucho y por eso se había atrevido a llevarse una reclamación. Ellos no pueden ver nuestro número de teléfono desde la aplicación. Es una medida para preservar la privacidad de los clientes. El caso es que era tan mono que no pude decirle que no. Ya hemos salido una vez. ¿Te lo puedes creer?”, reconoce Anna, ‘carioca da gema’.

Podrían llamarse los Juegos de las filas. Durante los primeros tres días de competiciones, ha habido colas kilométricas en casi todos los lugares olímpicos: para acceder a las instalaciones deportivas, para poder comer en dichas instalaciones y para dislocarse de un lado a otro. El momento más crítico se ha registrado en la madrugada del domingo al lunes, cuando una muchedumbre de 3.000 personas se quedó atrapada en la estación de BRT (autobús expreso) de Jardim Oceânico, en Barra da Tijuca, al volver del Parque Olímpico.

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