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El techo de gasto en España: un misterio navideño
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Marcos Eguiguren

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El techo de gasto en España: un misterio navideño

¿Por qué sigue el techo de gasto al alza? Que yo sepa, ya no estamos bajo una epidemia de covid-19 y la inflación da señales claras de retroceso

Foto: La vicepresidenta cuarta y ministra de Hacienda y Función Pública, María Jesús Montero. (Europa Press/Alberto Ortega)
La vicepresidenta cuarta y ministra de Hacienda y Función Pública, María Jesús Montero. (Europa Press/Alberto Ortega)
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Cual preludio de los regalos navideños, el Consejo de Ministros ha aprobado en estos días el llamado techo de gasto para 2024 o, dicho de otra forma, el límite de gasto no financiero de las administraciones, que sitúa para el año próximo en 199.120 millones de euros. Si descontáramos los fondos provenientes de la Unión Europea, aunque algunos parecen olvidar que estos no caen del cielo y que, vengan de donde vengan, también serían gasto público, hablaríamos de 189.215 millones de euros.

Le recuerdo que aquí no estamos hablando del gasto público total, sino de una parte del mismo. A final del año 2024 ese gasto público total (incluidas inversiones, pensiones, otros gastos financieros, etc.) estaría, según Funcas —utilizando fuentes del propio Gobierno—, en unos 694.300 millones de euros, o un 45% del PIB, en el mejor de los casos. Como se suele decir: una barbaridad.

Pero, volvamos a ese techo de gasto porque, aunque faltan en él muchos e importantes conceptos, la aprobación de este parámetro denota una voluntad política y una manera de hacer en la gestión de lo público. Si nos remontamos a los últimos años y revisamos cómo se ha movido ese techo de gasto en esos ejercicios, vemos que entre 2011 y 2018, con gobiernos Rajoy, se movió entre un mínimo de 117.000 millones de euros en 2011 y un máximo de 133.000 millones en 2013. En 2019 y en 2020, se situó en 127.000 millones de euros.

En 2023, siempre descontando los recursos europeos para hacer las cifras homogéneas, el techo fue de 173.000 millones, en 2022 de 169.000 millones y en 2021 de 137.000 millones.

Vayamos a los extremos de esta serie histórica 2011-2024: en 2011, 117.000 millones, es decir, 2.499 euros per cápita, y en 2024, 189.000 millones, o sea, 3.935 euros per cápita. Un 57,4% de incremento en 13 años. Aunque deflactáramos las cifras, el incremento se me antoja preocupante. Para darle un poco de contexto, considere usted que el PIB per cápita entre 2011 y 2022 creció mucho menos, un 24,2%.

Es que hemos pasado el covid-19, le dirán, y, en especial entre 2020 y 2022, hubo que gastar muy por encima de lo normal. Es cierto. Le dirán también que en 2022 y 2023 hemos tenido que luchar contra la creciente inflación agravada por el conflicto en Ucrania. Es cierto, aunque habría que analizar el efecto real de alguna de las medidas que se tomaron en esos periodos y que costaron ingentes cantidades de dinero.

Foto: Manifestación de pensionistas en Barcelona. (EFE)

Sin embargo, henchido como estoy de espíritu navideño, le pido que seamos positivos y que supongamos que todo ese gasto público adicional que se tuvo que asumir en el periodo 2020-2023 era necesario y tocaba hacerlo. Pero ¿y en 2024?, ¿por qué sigue el techo de gasto al alza? Que yo sepa, ya no estamos bajo una epidemia de covid-19 y la inflación da señales claras de retroceso. Qué quiere que le diga. Ese espíritu navideño no me impide ver que al Gobierno le encanta tirar la casa por la ventana, cosa fácil, por otro lado, sobre todo cuando se hace con el dinero de otros.

La mayoría de analistas apuntan a que vienen años algo más complicados para la economía y que nos espera un crecimiento bastante más discreto. Podríamos aprovechar para mirarnos en el ejemplo de los buenos empresarios, muy en especial si vienen años complicados. El buen empresario mira al detalle los gastos de su empresa y piensa en lo que conviene hacer y lo que no en años venideros. No se limita a agarrar los gastos del año anterior e incrementarlos en el porcentaje que sea.

El buen empresario utiliza la filosofía del presupuesto base cero que, como dice mi colega el economista Oriol Amat, implica una redefinición constante y radical de los presupuestos, evaluando desde cero cada euro gastado con el objetivo de justificar o no su existencia con independencia de lo que se haya hecho hasta el momento. No hablamos de una revisión indiscriminada de gastos, sino de una revisión a fondo de cada partida centrándonos en lo que es imprescindible para mantener o mejorar el servicio y la calidad. Algún gasto habrá de ser eliminado, alguno tendrá que disminuir, pero tal vez haya que subir otros o incluso crear alguna partida nueva.

Foto: Foto: iStock.

Sin embargo, ya ve usted lo que pasa en nuestro país. Por regla general, los servicios públicos dejan bastante que desear. En varias comunidades autónomas, la sanidad pública está hecha unos zorros. El informe PISA suspende a la educación. En los últimos años, el realizar cualquier trámite con la Administración se ha convertido en una pesadilla. No hablemos de la exasperante lentitud en cobrar las ayudas a los beneficiarios de la llamada ley de dependencia, etcétera, etcétera. Con la sana excepción de Hacienda (¿por qué será?) y alguna cosilla más, las cosas no funcionan como es debido. Y, en paralelo, el techo de gasto —y el gasto público en general— no deja de subir. La verdad, no lo entiendo. ¿Será que, simplemente, no se sabe gestionar?

La subida del techo de gasto, especialmente si nos fijamos en las cifras de 2019 (127.000 millones, año precovid) comparadas con las de 2024 (189.000 millones, año poscovid), es, simplemente, descomunal.

Tal vez eso de recibir dinero de subvenciones europeas no haya sido tan buena idea, porque las subvenciones generan adicción y costumbres discutibles. Cuando dejen de existir esos apoyos, puede que haya una cierta tendencia a reemplazar parte de ese gasto subvencionado por Europa por gasto propio. Quisiera equivocarme, pero lo dudo.

Foto: La ministra de Hacienda en funciones, María Jesús Montero. (Europa Press/Alejandro Martínez)

Tal vez es que nuestro Gobierno quiere mejorar tanto nuestra calidad de vida que se ve obligado a gastar más y más, como si no hubiera un mañana. Curioso, porque, si así fuera, tendríamos mejores servicios públicos y eso no parece estar pasando. Pero seguro que me vuelvo a equivocar.

Tal vez lo que ocurre es que, simplemente, nuestro Gobierno —nuestras administraciones en general— no actúa como ese buen empresario, como ese buen gestor y, como es lógico, al que no sabe gestionar para mejorar las cosas no le queda más remedio que poner más billetes en la mesa.

Tal vez será por alguno de esos motivos, o por otros que no se me ocurren ahora, pero lo que le aseguro es que el brutal crecimiento del techo de gasto en España me parece un misterio insondable. Tal vez un misterio navideño.

Cual preludio de los regalos navideños, el Consejo de Ministros ha aprobado en estos días el llamado techo de gasto para 2024 o, dicho de otra forma, el límite de gasto no financiero de las administraciones, que sitúa para el año próximo en 199.120 millones de euros. Si descontáramos los fondos provenientes de la Unión Europea, aunque algunos parecen olvidar que estos no caen del cielo y que, vengan de donde vengan, también serían gasto público, hablaríamos de 189.215 millones de euros.

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