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El peligroso concepto de libertad de Errejón
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Juan Ramón Rallo

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El peligroso concepto de libertad de Errejón

La libertad de uno sí debe terminar donde empieza la del otro (y viceversa). La crítica de Errejón no tiene ningún sentido

Foto: El portavoz de Más País, Íñigo Errejón. (EFE)
El portavoz de Más País, Íñigo Errejón. (EFE)

En una reciente entrevista, Íñigo Errejón se opuso al concepto liberal de libertad (libertad negativa: mi libertad termina donde empieza la del otro) con el siguiente argumento: “En realidad, mi libertad comienza donde comienza la tuya, porque solo somos libres juntos en sociedad. Esa idea es la que pone las libertades y los derechos a competir y que por tanto cree que estamos en la jungla en la que pisas o te pisan. Y yo creo exactamente lo contrario”.

La definición de libertad que nos ofrece Errejón es altamente problemática porque parece desconocer el nivel más elemental al que los derechos resultan necesarios: para la resolución de conflictos interpersonales. Si el sujeto A quiere alcanzar el estado del mundo sí-X y el sujeto B quiere alcanzar el estado del mundo no-X, entonces existe un claro conflicto entre A y B cuya resolución el derecho se encarga de reglar: si jurídicamente se confiere a A el derecho a decidir sobre X, entonces B no podrá alcanzar no-X; si confiere a B el derecho a decidir sobre X, entonces A no podrá alcanzar sí-X; si se concede a la comunidad el derecho a decidir sobre X, entonces o A o B verán igualmente frustradas sus preferencias sobre X. Así, en la medida en que existen estados del mundo incompatibles, en la medida en que los individuos pueden tener preferencias diversas sobre esos estados del mundo incompatibles y en la medida en que quepan configuraciones jurídicas que otorguen preponderancia a algunas preferencias sobre los estados del mundo frente a otras preferencias, claro que los derechos son competitivos y excluyentes: si yo tengo derecho sobre algo, tú no lo tienes. Si yo tengo derecho a leer un libro, tú no tienes derecho a impedirme leerlo; si yo tengo derecho sobre mi propiedad, tú no lo tienes; si yo tengo derecho a decir algo, tú no lo tienes a impedir que lo diga.

Foto: Benjamin Constant Opinión

Cuestión distinta es que los individuos, en el ejercicio de sus derechos, puedan decidir cooperar entre ellos o incluso crear estructuras a las que ceden parte de sus derechos para perseguir fines compartidos. Por ejemplo, aunque A tiene derecho a no hacer X y B puede tener derecho a no hacer Y, A podría pactar hacer X a cambio de que B haga Y. Asimismo, A y B podrían ceder sus derechos sobre X e Y a un nuevo ente Z (por ejemplo, un club deportivo) para que ese ente comunitario decida tanto sobre X e Y. En ambos casos usamos nuestros derechos para estructurar la cooperación: pero eso no significa que la estructura originaria de nuestros derechos no sea competitiva y excluyente.

Asimismo, también puede ocurrir que el ejercicio de mis derechos genere beneficios o perjuicios sobre los demás: por ejemplo, abrir un negocio puede arruinar el negocio de mis competidores; asimismo, emitir polución puede dañar a aquellos que padecen esa polución. Pero nuevamente aquí estamos ante un conflicto interpersonal que el derecho debería aspirar a solventar definiendo qué externalidades en el ejercicio de un derecho son aceptables y cuáles no (por ejemplo, arruinarse por la competencia es aceptable, sufrir la polución ajena no es aceptable): algo que no niega sino que confirma la naturaleza competitiva y excluyente de los derechos (quien contamina quiere tener derecho a contaminar y quien es contaminado quiere tener derecho a impedir la contaminación ajena).

Foto: 'La libertad guiando al pueblo', Eugène Delacroix. Opinión
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El liberalismo es una filosofía política que sostiene que cada cual tiene derecho a decidir sobre sí mismo y sobre las propiedades que haya adquirido pacíficamente: es dentro de ese ámbito donde cada cual puede intentar desplegar su propio proyecto de vida (establecer su estado del mundo deseado) sin que los demás puedan impedírselo. La libertad para el liberalismo es ese derecho universal de cada individuo sobre los demás a ser respetado respecto a sí mismo y respecto a sus propiedades (obligación ajena de no hacer sobre el sujeto y sus objetos). Por consiguiente, cuando el liberalismo sostiene que “mi libertad termina donde comienza la tuya”, solo está señalando que mis ámbitos legítimos de actuación concluyen donde empiezan tus ámbitos legítimos de actuación. Es decir, que cada cual ha de evitar interferir sobre los planes de acción ajenos en ausencia de consentimiento por parte de esos terceros. Señalar que “mi libertad comienza donde comienza la tuya” implica que nadie tiene la obligación de respetar al resto de personas o a sus propiedades, sino que cada uno tenemos el derecho a decidir sobre los demás.

Por tanto, o Errejón no quiso transmitir esa idea o si quiso transmitirla tiene una visión tiranizadora de las relaciones sociales. Sin descartar plenamente la segunda opción, apuesto en este caso por la primera: que Errejón dio forma a una bonita ocurrencia, pero con un contenido poco reflexionado. ¿Qué quiso decir entonces Errejón? Probablemente alguna de estas dos ideas: o que las libertades individuales solo pueden defenderse eficazmente entre todos o que los derechos no deberían tener una naturaleza individual sino colectiva.

Foto: 'La libertad guiando al pueblo', pintado por Delacroix en 1830 Opinión

Lo primera idea no es incompatible con el concepto liberal de libertad: que coaligadamente tengamos más poder militar para repeler las agresiones externas contra las libertades individuales no implica que esas libertades no tengan una naturaleza individual (esto es, que mandaten salvaguardar los planes de acción de cada persona frente a los planes de acción gregarios de la comunidad). Lo segundo sí es radicalmente incompatible con el concepto liberal de libertad en tanto en cuanto subordina el proyecto de vida de cada individuo a las preferencias colectivas: en esencia, lo que hace es negar la existencia de libertades individuales hasta el punto de solo conferir a cada persona voz para tratar de configurar las preferencias colectivas. Pero esto último no supone que mi libertad comience donde empieza la tuya, sino que ni tú ni yo tenemos libertades y que tanto tú como yo hemos de someternos a lo que arbitrariamente ordene el grupo: la tiranía de la mayoría.

¿Habría sido más libre Errejón si, por ejemplo, se le hubiese obligado a someterse al 'diktat' mayoritario de Podemos sin poder escindirse del partido y formar el suyo propio dentro del cual tuviera plena autonomía para decidir? Desde luego que no, pues habría devenido siervo político de Pablo Iglesias. Por eso, la libertad sí ha de tener de un componente individual: porque los proyectos plurales de vida de los individuos no son reductibles a un único y mismo proyecto común, de modo que la alternativa al respeto mutuo es el aplastamiento de las minorías por parte de las mayorías (o de los débiles por parte de los fuertes). De ahí que la libertad de uno sí deba terminar donde empieza la del otro (y viceversa). La crítica de Errejón no tiene ningún sentido.

En una reciente entrevista, Íñigo Errejón se opuso al concepto liberal de libertad (libertad negativa: mi libertad termina donde empieza la del otro) con el siguiente argumento: “En realidad, mi libertad comienza donde comienza la tuya, porque solo somos libres juntos en sociedad. Esa idea es la que pone las libertades y los derechos a competir y que por tanto cree que estamos en la jungla en la que pisas o te pisan. Y yo creo exactamente lo contrario”.

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