Laissez faire
Por
El INE de Tezanos
No estamos ante un reemplazo del presidente del INE sin más: estamos ante un reemplazo con encargo del Gobierno
Durante los últimos trimestres, al Gobierno no le han gustado los datos que le proporcionaba el INE, ni en materia de actividad ni en materia de inflación. No solo se trataba de que tales datos influyan en la propia evolución de la economía española: el dato de PIB, por ejemplo, es relevante para medir nuestra solvencia relativa y condiciona indirectamente los costes de financiación de España; el dato del IPC afecta a todas las magnitudes económicas que se hallen indexadas a este índice, entre ellas y de manera muy significativa el gasto en pensiones. Pero, como digo, no se trataba solo de eso: al Ejecutivo también le molesta que los malos datos económicos empañen su discurso propagandístico de que la economía española, más allá de por las afrentas atribuibles a Putin, funciona estupendamente. ¿Cómo vender electoralmente que nuestro país fuera el que más hondamente cayera durante la pandemia y el que más lentamente se esté recuperando? Por buenos que, hasta el momento, hayan sido los datos del mercado laboral, unas cifras estruendosamente malas en crecimiento e inflación ensombrecen cualquier cuadro macroeconómico.
¿Qué hacer ante ello? Al Gobierno no se le ha ocurrido otra forma de mostrar su disconformidad con los datos alumbrados por el INE que, primero, presionar a su (ya ex) presidente para que los modifique y ofrezca otros más del gusto del Ejecutivo, y, segundo, tras la negativa del (ya ex) presidente a modificar los cálculos, cesarlo y colocar al frente del organismo a alguien que sí sea leal a las directrices del Gobierno. Estamos, pues, ante un cese del presidente del INE porque a Sánchez y a Calviño no les gustaban los datos que desde allí se estaban ofreciendo; estamos, pues, ante una sustitución instrumental para que el INE termine ofreciendo datos que sí sean del gusto del Gobierno. No es un reemplazo de presidente sin más: es un reemplazo con encargo.
Nótese que acaso algunas de las críticas del Gobierno contra la metodología que estaba siendo empleada por el INE sean válidas (yo mismo me referí a ellas en alguna ocasión). Pero aun cuando el Gobierno tuviera razón en sus reproches, el momento y la forma de perpetrar este cese no son en absoluto los adecuados. Si dentro de unos meses, el 'nuevo' INE hipersanchizado revisa espectacularmente al alza los datos de PIB o espectacularmente a la baja los datos de IPC, ¿qué credibilidad tendrán estas correcciones aun cuando pudieran ser correctas? Ninguna: porque serán unas correcciones cocinadas tras el asalto del INE por el Gobierno para que justamente revise esos datos en esa dirección. No solo eso, si durante los próximos trimestres Europa entrara en recesión y España no lo hace, ¿hasta qué punto podríamos fiarnos de que el INE hipersanchizado no está manipulando los datos de (de)crecimiento para defender las perspectivas electorales de su amo?
Al cortarle la cabeza al presidente del INE por discrepar sobre las estimaciones estadísticas que nos ofrecía, Sánchez y Calviño nos colocan, al menos en esta rúbrica, a la altura institucional de países como Argentina o Turquía, quienes también han recurrido en el pasado a este tipo de artimañas para engañar a sus ciudadanos y a los mercados sobre la auténtica situación de su inflación. A saber: cuando sus INE ofrecieron datos de inflación que les parecían demasiado altos, procedieron a cesar a sus presidentes para colocar al frente a personas más leales al poder que al rigor estadístico.
Si previsiblemente no llegaremos a tales extremos de manipulación —en esencia, convertir al INE en el nuevo CIS de Tezanos— será porque estamos sometidos al marco y a la supervisión de Eurostat y, por tanto, las mentiras más obscenas no serán permitidas. Sin embargo, este caso vuelve a recordarnos la imperiosa necesidad de despolitizar las instituciones públicas para que los partidos no las parasiten en su privativo provecho. El cargo de presidente del INE no debería ser un cargo de confianza del Ejecutivo: debería ser un cargo que les resultara confiable a los ciudadanos porque los procedimientos de acceso al mismo no estuvieran controlados por aquellos a quienes les interesa falsear el contenido de las estadísticas.
Durante los últimos trimestres, al Gobierno no le han gustado los datos que le proporcionaba el INE, ni en materia de actividad ni en materia de inflación. No solo se trataba de que tales datos influyan en la propia evolución de la economía española: el dato de PIB, por ejemplo, es relevante para medir nuestra solvencia relativa y condiciona indirectamente los costes de financiación de España; el dato del IPC afecta a todas las magnitudes económicas que se hallen indexadas a este índice, entre ellas y de manera muy significativa el gasto en pensiones. Pero, como digo, no se trataba solo de eso: al Ejecutivo también le molesta que los malos datos económicos empañen su discurso propagandístico de que la economía española, más allá de por las afrentas atribuibles a Putin, funciona estupendamente. ¿Cómo vender electoralmente que nuestro país fuera el que más hondamente cayera durante la pandemia y el que más lentamente se esté recuperando? Por buenos que, hasta el momento, hayan sido los datos del mercado laboral, unas cifras estruendosamente malas en crecimiento e inflación ensombrecen cualquier cuadro macroeconómico.
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