Laissez faire
Por
Bebe y paga impuestos
Primero su botín, mucho después nuestro bienestar
Los Estados suelen establecer impuestos sobre drogas legales como el alcohol o el tabaco. En España, contabilizando el IVA y los respectivos impuestos especiales, proporcionan una recaudación cercana al 1% del PIB. Pero ¿cuál es la motivación detrás de estos impuestos?
A este respecto, hay dos teorías (no necesariamente incompatibles, aunque susceptibles de serlo) acerca de por qué lo hacen. Por un lado, por razones paternalistas y de eficiencia social: nuestros probos políticos se preocupan por nuestra salud y, en consecuencia, buscan desincentivar con impuestos altos el consumo de estas sustancias que, para más inri, pueden generar efectos nocivos sobre terceros (por ejemplo, fumadores pasivos o accidentes de tráfico). Por otro lado, por razones recaudatorias: nuestros voraces políticos desean incrementar los ingresos fiscales y, en consecuencia, establecen impuestos sobre bienes que, como el alcohol o el tabaco, exhiben una demanda bastante inelástica debido al consumo dependiente que son susceptibles de generar.
¿Cuál de las dos explicaciones es la correcta? Probablemente, cada gobernante tenga sus propias razones para subir los impuestos al tabaco o al alcohol. E incluso puede que un mismo gobernante, ante coyunturas distintas, los suba por motivos diferentes. Sin embargo, dada la naturaleza parasitaria de los Estados, no habría que desdeñar en absoluto la importancia que posee la razón recaudatoria a la hora de explicar la evolución de los impuestos sobre el alcohol o el tabaco.
Sin ir más lejos, la Agencia Tributaria japonesa (no el Ministerio de Industria o el Ministerio de Sanidad, sino la Agencia Tributaria) acaba de convocar un concurso público para que los ciudadanos ofrezcan ideas acerca de cómo revitalizar el consumo de alcohol entre los jóvenes nipones. Durante las últimas décadas, tanto por el envejecimiento de la población cuanto por los cambios culturales, el consumo de alcohol per cápita en el país ha caído un 25%, lo cual ha llevado a que el fisco haya dejado de ingresar cerca del 1% del PIB por la menor recaudación de los impuestos sobre el alcohol.
Es decir, que el Estado japonés promueve una conducta nociva para la salud (o al menos así la califican otros Estados con el objetivo de justificar sus impuestos sobre el alcohol) con el objetivo prioritario de incrementar los ingresos públicos. La salud del Estado antes que la salud de los ciudadanos. ¿Cómo no sospechar, entonces, que otros Estados menos sinceros que el japonés no estén ahora mismo atacando el consumo de alcohol no por motivos de salud pública, sino como forma de justificar ante los ciudadanos unos gravámenes aún más agresivos sobre esta sustancia?
A la postre, todo impuesto supone arrebatarle a una persona aquello que es suyo y toda sustracción por la fuerza de lo ajeno provoca una (mayor o menor) intuición moral encontrada: subir los impuestos por el mero hecho de subirlos no es justificable para la mayoría de las personas. Hay que suplementar ese acto moralmente problemático con alguna justificación que venza, dentro del imaginario colectivo, su tacha moral originaria. Y una de las justificaciones que pueden lograr ese propósito es la de mejorar la salud de los ciudadanos: “No te quitamos la cartera porque queramos engordar el tamaño del Estado, te la quitamos porque nos preocupamos más por tu salud que tú mismo”.
Pero, en el fondo, como con las cosas de comer no se juega, cuando peligran los ingresos del fisco, emerge el auténtico rostro del Estado: primero su botín, mucho después nuestro bienestar.
Los Estados suelen establecer impuestos sobre drogas legales como el alcohol o el tabaco. En España, contabilizando el IVA y los respectivos impuestos especiales, proporcionan una recaudación cercana al 1% del PIB. Pero ¿cuál es la motivación detrás de estos impuestos?
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