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Juan Ramón Rallo

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El fin de Ciudadanos

Ciudadanos no ha logrado sobrevivir al cambio de contexto socioeconómico que motivó su nacimiento nacional

Foto: La portavoz de Ciudadanos en el Congreso, Inés Arrimadas. (EFE/Zipi Aragón)
La portavoz de Ciudadanos en el Congreso, Inés Arrimadas. (EFE/Zipi Aragón)
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Ciudadanos saltó de la política catalana a la política nacional española con la aspiración de convertirse en un “Podemos de derechas”. Aunque en ocasiones la expresión ha sido malinterpretada, meramente hacía referencia a la necesidad de ofrecerle a la población un partido alternativo a la por aquel entonces tan desacreditada casta tradicional de PP y PSOE. Podemos ya había proporcionado una alternativa rejuvenecida para la izquierda —aunque en ese momento se nos vendían como transversales— y era la derecha la que estaba huérfana de una opción no mancillada por la corrupción estructural del sistema.

Y, desde esa perspectiva, Ciudadanos cobró relevancia en el momento adecuado: un momento en el que Podemos, a pesar de su ideología y de sus nefastas propuestas, era la única formación que capitalizaba el apoyo de los votantes descontentos. Frente al PSOE pos-Zapatero y al PP de la multicorrupción, solo Podemos carecía de muertos en el armario como para ilusionar a un pueblo hastiado de la crisis y de los recortes.

De no haber sido por Ciudadanos, probablemente este país se habría arrojado, aún más de lo que ya lo hizo, a los brazos de Pablo Iglesias y los suyos: de los 3,5 millones de votos que obtuvieron los naranjas en las generales de 2015, acaso algunos de ellos habrían adquirido una coloración morada y Podemos hubiese logrado el tan ansiado sorpaso al PSOE. Es decir, que España podría perfectamente haber seguido la estela de Grecia con Syriza. Solo por contribuir a evitar tan aciago escenario, la existencia de Ciudadanos ya habría estado plenamente justificada.

Pero, además, Ciudadanos intentó aportar a la política nacional española una oferta que en ese momento nadie estaba aportando: combinar una política económica ni frontalmente antimercado ni proimpuestos con una política social no conservadora. Una especie de fusión de lo bueno del PP y de lo bueno del PSOE. Algunos optaron por denominar ese pack programático como “liberalismo”. Desde luego, yo no iría ni mucho menos tan lejos —el partido jamás aspiró a minimizar el tamaño del Estado, sino más bien a mantenerlo—, pero acaso podríamos hablar de socioliberalismo o, mejor, de una socialdemocracia moderna: es decir, una socialdemocracia que, aspirando a una mayor igualdad, lo hiciera en primer lugar promoviendo el crecimiento económico y solo subsidiariamente a través del estado de bienestar.

Foto: Foto: EFE/Sergio Pérez.

La propuesta, empero, no terminó cuajando: para algunos, porque abandonó su posicionamiento de partido bisagra entre PSOE y PP con el objetivo de reemplazar al PP; para otros, porque sus principios ideológicos resultaban demasiado vaporosos para el electorado, y aun para otros, porque no era un socio fiable ni para la izquierda ni para la derecha. Lo cierto es que quizá Ciudadanos terminó disolviéndose por el mismo motivo que Podemos ha acabado haciéndolo: porque lo que constituía su fortaleza en 2015 —ser un partido nacional nuevo y fresco— se convirtió en su debilidad durante estos últimos años. A saber, una vez los partidos viejos, con mucha más implantación y penetración territorial, se revigorizaron e hicieron las paces con su electorado tradicional, este fue volviendo a casa y abandonando a una nueva política que no solo había ido envejeciendo con el paso de los años, sino que también había mimetizado muchos de los peores tics de la vieja política.

Ahora, parece que el partido ha sido definitivamente enterrado. Albert Rivera ya abandonó la formación e Inés Arrimadas acaba de hacerlo. A su vez, el partido prácticamente ha desaparecido de todos los ayuntamientos y autonomías, e incluso ha acordado no concurrir a las venideras generales. Fue un partido que pudo reinar y que incluso llegó a reinar en muchas administraciones públicas. Pero, al igual que le está sucediendo a Podemos, no ha logrado sobrevivir al cambio de contexto socioeconómico que motivó su nacimiento nacional. Probablemente, tuvo uno de los programas sociales y económicos menos malos de la última década. Pero ya no es nada. Que la tierra le sea leve.

Ciudadanos saltó de la política catalana a la política nacional española con la aspiración de convertirse en un “Podemos de derechas”. Aunque en ocasiones la expresión ha sido malinterpretada, meramente hacía referencia a la necesidad de ofrecerle a la población un partido alternativo a la por aquel entonces tan desacreditada casta tradicional de PP y PSOE. Podemos ya había proporcionado una alternativa rejuvenecida para la izquierda —aunque en ese momento se nos vendían como transversales— y era la derecha la que estaba huérfana de una opción no mancillada por la corrupción estructural del sistema.

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