Laissez faire
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La peor, y más anticapitalista, propuesta de Kamala Harris
Kamala Harris no es comunista, pero la mayoría de sus propuestas fiscales sí son profundamente anticapitalistas
Tanto Donald Trump como Kamala Harris apuestan por mantener un déficit público elevado: el primero, para bajar impuestos; la segunda, para aumentar el gasto aún más de lo que piensa subir impuestos. Porque tanto Trump como Harris poseen perspectivas fiscales radicalmente opuestas: el republicano desea profundizar en los recortes impositivos que marcaron su primer mandato (salvo en el caso de los aranceles) y la demócrata defiende fuertes aumentos impositivos, especialmente sobre el capital.
En este sentido, Kamala Harris propugna elevar el Impuesto sobre Sociedades desde el 21% hasta el 28%. Y, a su vez, también incrementar el tipo marginal sobre las rentas del capital (por encima de un millón de dólares) hasta el 44,6%, el más elevado de toda la historia de los EEUU. Démonos cuenta, de hecho, de cuál sería el confiscatorio efecto conjunto de ambas decisiones. Cada empresa estadounidense solo retendrá, por cada dólar de beneficios, 72 céntimos que, directa o indirectamente, serán atribuibles a sus accionistas. Si esos accionistas realizan tales beneficios (ya sea como dividendos o como plusvalías), por cada dólar ganado más allá del millón de dólares deberán abonar el 44,6% en impuestos: es decir, esos 72 céntimos quedarán convertidos en 39,9. Así pues, el tipo marginal efectivo sobre el gran inversor nacional rondará el 60%: por cada dólar generado merced al ahorro de un gran capitalista, el Estado confiscará 60 céntimos.
Y acaso los haya que crean que una presión fiscal tan alocada sobre las rentas del capital provocará meramente una parálisis de las operaciones bursátiles dentro del país: si realizando los beneficios vía dividendos o vía plusvalías se ha de abonar hasta un 44,6%, lo que harán las compañías será dejar de repartir dividendos y lo que harán los accionistas será dejar de vender aquellas acciones donde haya plusvalías latentes. Pero aquí nos topamos de lleno con la que, probablemente, sea la peor propuesta fiscal de todas: gravar no solo las plusvalías realizadas… sino también las plusvalías meramente latentes.
Más en particular, aquellos inversores que cuenten con un patrimonio de más de 100 millones de dólares pagarán, como poco, un impuesto del 25% sobre el valor combinado de sus ingresos corrientes y de sus ganancias patrimoniales latentes. Por ejemplo, supongamos que el patrimonio de Elon Musk aumenta de 100.000 a 200.000 millones de dólares como consecuencia de la revalorización de sus acciones de Tesla. En tal caso, Musk debería abonar al Fisco estadounidense 25.000 millones de dólares.
Gravar de este modo las ganancias latentes sobre el capital es problemático por muchas razones.
Primero, las ganancias patrimoniales latentes no constituyen un flujo equivalente de ingresos para su propietario. Que el valor de mercado de una vivienda pase de 200.000 euros a 240.000 euros no significa que el dueño de la casa disponga de 40.000 euros adicionales en el banco. Por ello, al gravar las ganancias patrimoniales latentes se impacta muy negativamente sobre la liquidez del inversor (de un modo similar a cuando el Impuesto sobre Sucesiones grava el valor de los activos ilíquidos que hayan sido legados). En nuestro ejemplo anterior, si Elon Musk no contara con 25.000 millones de dólares en efectivo para hacer frente a su deuda fiscal tendría o que endeudarse por ese mismo importe (deteriorando de inmediato su solvencia y a medio plazo también su liquidez) o que liquidar parte de su patrimonio, diluyendo progresivamente su control sobre sus propias empresas.
Segundo, las ganancias patrimoniales latentes pueden tener una naturaleza temporal y volátil. Si la valoración de una compañía entra en una fase de burbuja, sus accionistas se verían obligados a hacer frente a enormes deudas fiscales aun cuando no hayan realizado tales plusvalías burbujísticas. Y, posteriormente, cuando la burbuja pinche, esas plusvalías latentes pueden convertirse en elevadas minusvalías latentes: siendo coherentes, el Fisco debería devolver en ese momento todos los impuestos indebidamente cobrados o, en caso contrario, provocaría una dolorosa descapitalización de muchos contribuyentes. Por ejemplo, si Elon Musk se ve forzado a pagar 25.000 millones de dólares porque su patrimonio estimado aumenta de 100.000 a 200.000 millones de dólares y, con posterioridad, su patrimonio cae de 200.000 a 90.000 millones de dólares, o el Fisco le reintegra los 25.000 millones de dólares o habrá abonado 25.000 millones en impuestos por padecer unas minusvalías de 10.000 millones.
Y tercero, muchos activos patrimoniales no cotizan en ningún mercado profundo y, por tanto, resultan muy complicados de valorar a efectos fiscales (este es un problema al que también se enfrenta la determinación de la base imponible del Impuesto sobre Sociedades): en ocasiones, pueden infravalorarse (lo que arrojaría un tipo efectivo inferior al 25% sobre las plusvalías latentes) y, en otras ocasiones, pueden sobrevalorarse (lo que impondría un tipo efectivo superior al 25% sobre las plusvalías latentes).
La combinación de estos tres problemas puede ser letal para el ahorro y la inversión dentro del país. Sus efectos resultan especialmente nefastos en el caso de la creación de nuevas empresas. Imaginemos un joven (o un grupo de jóvenes) que crea una start-up la cual, a partir del capital desembolsado en la última ronda de financiación, alcanza un valor estimado de 1.000 millones de dólares. Si ese joven posee un 50 % de la empresa, su patrimonio estimado será de 500 millones de dólares y, a su vez, sus plusvalías latentes también serán de 500 millones de dólares (pues el valor inicial de la compañía era de cero): pues bien, en tal caso deberá abonar 125 millones de dólares en impuestos de los que normalmente carecerá (pues todo o casi todo su patrimonio estará inmovilizado en esa start-up en desarrollo). Siendo así, tendrá dos opciones: o pedir un préstamo por importe de 125 millones de dólares o vender una porción del capital social que controla por importe de 125 millones de dólares.
La primera opción normalmente no estará disponible, pues los bancos son poco propensos a otorgar créditos personales tan voluminosos con garantías tan vaporosas como el valor estimado de una start-up. La segunda opción será en todo caso problemática: por un lado, aunque la última ronda de financiación inyectara capital a valoraciones razonables, el joven debería vender el 25 % de su capital social para liquidar su deuda con Hacienda, perdiendo con ello el control sobre la empresa; por otro, si la última ronda de financiación inyectó capital a valoraciones muy infladas, el joven podría tener que vender mucho más del 25 % de su capital social (incluso podría tener que vender la totalidad de su capital social) para liquidar su deuda con Hacienda. Es decir, que los creadores de start-ups tenderían a verse despojados de su control sobre las empresas que crearan, lo que a su vez podría llevar a que esas empresas perdieran todo su valor (¿qué habría sido de Apple sin Steve Jobs o de Tesla sin Elon Musk?).
Ningún impuesto es neutral: todos ellos modifican de un modo subóptimo el comportamiento de los contribuyentes. Pero algunos impuestos como este resultan del todo devastadores para la creación de riqueza dentro de una sociedad. Kamala Harris no es comunista, pero la mayoría de sus propuestas fiscales sí son profundamente anticapitalistas.
Tanto Donald Trump como Kamala Harris apuestan por mantener un déficit público elevado: el primero, para bajar impuestos; la segunda, para aumentar el gasto aún más de lo que piensa subir impuestos. Porque tanto Trump como Harris poseen perspectivas fiscales radicalmente opuestas: el republicano desea profundizar en los recortes impositivos que marcaron su primer mandato (salvo en el caso de los aranceles) y la demócrata defiende fuertes aumentos impositivos, especialmente sobre el capital.
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